La desigualdad de la selva – decía Charles, mientras oía en su interior el silencio de los reptiles – impide al ratón sobrevivir con acierto en el escenario de los leones. Solamente los más aventajados tienen voz en la jungla de los otros. El determinismo de la cuna marca los agudos en el llanto de los cachorros. Los criterios de variación y selección son los jueces que deciden: quién se queda y quién se va en los reinos de la prueba. Mientras las uñas del gato ponen nervioso al más capaz de los roedores, el barrito del elefante pone los pelos de punta al más gallito de los felinos. Es la dialéctica entre los atributos de los unos y las debilidades de los otros, la que mueve los hilos en la lógica de las especies.
En las tablas de los hombres se repite la misma danza cruel que en los árboles darwinianos. Los principios de variación y selección – aludidos por el vecino de arriba – son los que rigen la felicidad en los escenarios goffmanianos. La diversidad de los humanos marca las líneas que separan a los más capacitados de los menos agraciados. Hay – en palabras de la abuela – quien nace con estrellas y quien se despierta estrellado. Solamente los que viven estrellados, necesitan el calor del elefante para moverse con seguridad por las sombras de los leones.