Las dos principales fuerzas políticas secesionistas catalanas –esto es, ERC y el PDECat, es decir la antigua CDC- andan cada vez más a la greña. Tienen motivos más que sobrados para ello.

La histórica ERC se presenta ahora con mucho ímpetu, cada vez menos de izquierdas pero más independentista y con todos los sondeos que la situand como vencedora cómoda en unos próximos comicios autonómicos, mientras que la nueva marca convergente no cuaja y sigue perdiendo tanto votos como escaños. Aunque las encuestas apuntan a que en unas supuestas nuevas elecciones catalanas entre ERC y el PDECat lograrían los mismos 62 diputados que CiU consiguió en solitario en 2010 y los mismos 62 diputados que la coalición electoral JXSí formada por ambos partidos logró en 2015, se advierte una pérdida del voto secesionista –las CUP caerían de 10 a 6 escaños- y el “sorpasso” de ERC al PDECat sería espectacular, con 16 diputados más del partido de Junqueras -39 frente a 23.

Si a todo ello le añadimos las cada vez más evidentes discrepancias entre ambas formaciones, y también en el mismo interior del PDECat, respecto al proceso secesionista, con varios miembros del Gobierno de la Generalitat presidido por Carles Puigdemont muy reticentes a firmar órdenes que puedan llevarles a ser inhabilitados para el ejercicio de cualquier cargo público –como hasta ahora lo han sido ya Artur Mas, Joana Ortega, Irene Rigau y Francesc Homs, todos ellos, por cierto, miembros de la ya extinta CiU- y que incluso podrían acabar siendo condenados con penas de prisión, es obvio que el “fuego amigo” está ahora a la orden del día entre los dos socios principales del grupo parlamentario de JXSí. Un grupo que, por otra parte, recibe otro tipo de “fuego amigo” por parte de su extraño compañero de cama en este insólito “proceso de transición nacional”, unas CUP que se proclaman fundamentalmente antisistema, anticapitalistas, antieuropeístas, antiatlantistas…

Y todo esto llega tras los repetidos y sonoros fracasos de la “diplomacia secesionista”

Por si no bastara con todo esto, la publicación de la filtración de unas palabras pronunciadas en una reunión interna del PDECat celebrada en un bar de Manresa por uno de sus dos jóvenes e inexpertos máximos dirigentes, David Bonvehí, en la que se atrevió a insinuar los posibles cambios de perfiles de candidatos a la Presidencia de la Generalitat, sin descartar el de algún dirigente claramente “autonomista” –es decir, no secesionista-, con voces de fondo de dos destacados dirigentes locales de ERC que se referían a la conveniencia de enviar aquella grabación a un tal “Jonqui”, el lío está armado. Tanto es así que el propio David Bonvehí se ha visto sometido a presiones personales de todo tipo para no presentar ante la Fiscalía la por él repetidamente anunciada denuncia por dicha grabación ilegal y su también ilegal filtración y publicación en numerosos medios de comunicación. Todo ello, ni que decir tiene, sin desmentir ni tan siquiera matizar sus especulaciones sobre los posibles cambios en la hoja de ruta de su recién fundado partido.

Y todo esto llega tras los repetidos y sonoros fracasos de la “diplomacia secesionista”. Los dos viajes sucesivos del presidente Puigdemont con muy pocos días de diferencia a Estados Unidos se han saldado con una charla casi privada en la Universidad de Harvard ante unos 90 estudiantes y con una reunión privada con el anciano presidente Jimmy Carter, en este caso ni tan siquiera con una vulgar “photo oportunity” y con un desmentido por parte de la Fundación Carter de que esta entidad pudiera intermediar en el conflicto planteado por el secesionismo catalán con el Gobierno de España. Y con una insólita y contundente comunicación oficial de la Embajada de Estados Unidos en Madrid reiterando que la Administración Trump, como lo hiciera ya la Administración Obama, está a favor de “una España fuerte y unida”.

Desunidos en casa y solos en el mundo, únicamente con apoyos puntuales y excéntricos de algunas formaciones nacionalistas de la extrema derecha racista y xenófoba, los secesionistas catalanes siguen empeñados en una hoja de ruta sin rumbo.