A lo largo de dos meses, desde que Carmen Barreiro fue traladada en julio pasado a la residencia DomusVi de Monforte de Lemos a 1 hora y 58 minutos de distancia por la ruta más rápida (que puede prolongarse hasta las 2 horas y 13 minutos) desde su vivienda en Vigo, su nieta Iria ha ido recabando información de palabra, grabada, en imágenes y vídeo sobre el deterioro que ha ido padeciendo su abuela. Carmen entró por su propio pie en las instalaciones lucenses; su pesadilla concluyó en estado crítico en el Hospital de Monforte apenas 60 días después.

Hasta llegar a la admisión a trámite de la querella criminal por parte del juzgado contra las responsables de la residencia y los cargos políticos de la Xunta de Galicia, esta mujer y su familia han sufrido un auténtico calvario, presuntamente a causa de la inexistente o mala atención higiénico-sanitaria recibida en este centro perteneciente a la empresa más importante del sector de las que operan en España.

El relato es escalofriante. Tras su ingreso el 20 de julio del año pasado y después de dos meses sin recibir visitas, según dicen desde REDE que justificaban en la residencia, “por adaptación de la usuaria” y una incidencia de coronavirus muy elevada en el municipio, la familia se entera de que a Carmen se le retira su teléfono móvil, recordando al caso de los pacientes de Alcalá de Henares con los que se utilizaba la misma técnica para que no se quejaran si eran trasladados al Hospital Enfermera Zendal de Madrid.

Ante la insistencia de su nieta, desde la dirección del centro se informa de que, a causa de la pandemia, se lleva a cabo lo que denominan un “confinamiento preventivo”. Esto significa, según dicen a la familia de Carmen, que no habrá visitas, pero que los residentes disfrutarán de salidas periódicas de las habitaciones en grupos para pasear. Sin embargo, la realidad es bien distinta porque una enfermera le confiesa a la nieta que esas medidas de la dirección no son ciertas puesto que, señalan a ELPLURAL.COM desde REDE, “las usuarias no salen para nada de las habitaciones, donde permanecen totalmente aisladas”.

A esas alturas, la residencia transmite que Carmen está en perfecto estado y “adaptándose muy bien”. Iria, no obstante, sospecha por lo que observa en las videollamadas que hace con ella, le nota mal estado general e, incluso, fallos de conciencia.

A esto se suman varias caídas y la petición a su nieta de que dé el permiso para la sujeción física de la residente. Finalmente la convencen y da su beneplácito.

A partir de ese momento, las cosas empiezan a complicarse o eso es lo que parece, puesto que se informa de que a la mujer le ha aparecido una úlcera en el talón, lo que se une a que en la última videollamada que celebran, la abuela ni siquiera responde a las palabras de su nieta, quien solicita el traslado inmediato al Hospital de Monforte.

La dirección, sigue narrando el presidente de REDE, Paulino Campos, se niega a esa derivación “porque no hay una causa concreta”. Sin embargo, poco más tarde es la propia directora la que indica a la familia que se procede al traslado por “un posible ictus o un bajón por la edad y el confinamiento”, explica la Asociación de Usuarias.

Las malas noticias no cesan porque, en realidad, cuando Carmen es ingresada esa misma noche en el citado centro hospitalario, su nieta llegada desde Vigo comprueba que su condición física es “deplorable”. Ha perdido más de 10 kilos y se encuentra en un estado de inconsciencia.

Los facultativos del Hospital confirman las peores previsiones: Carmen sufrió un trombo pulmonar, tiene el intestino lleno de heces y su estado es muy grave, al borde de la muerte.

A todo lo anterior hay que añadir otras dos 'huellas' del trato deficiente padecido, a priori, en la residencia de Monforte. Una es la úlcera en el talón que tiene el tamaño de un puño y con unas perspectivas muy malas. Lo más grave, si es que todavía tiene cabida esta expresión en esta situación, es que a Iria se le informa de otra úlcera de la que no tenía constancia. Es en el sacro, “de un tamaño escandaloso”, a lo que se suma una desnutrición severa e infección de orina.

Su caso llega ahora a los tribunales con una sinopsis propia de una película de terror ocurrida en apenas unos meses.

El final a esta pesadilla lo logró su nieta con el traslado de su abuela, no sin antes “pasar por una estancia de más de dos meses en diferentes hospitales de la provincia de Pontevedra, donde consiguieron mejorarle de manera considerable esas patología, aunque las úlceras todavía no han cerrado ni cicatrizado”, indica a este medio Paulino Campos.

La pelea de Iria ha dado como resultado que Carmen Barreiro, que acaba de cumplir 80 años, ya no esté en la residencia de Monforte donde empezó su pesadilla. Sin embargo, el sistema en Galicia es tan peculiar que su traslado a un centro más próximo a su vivienda de Vigo se materializó a finales de diciembre pasado en Cangas. Lo curioso es que, de nuevo, está en unas instalaciones de DomusVi. Allí permanece encamada, recuperándose de la película de terror que vivió en el centro de Monforte, pero con secuelas de por vida, como no poder volver a caminar a causa de la úlcera en el talón. 

 

Ahora, abuela y nieta avanzan un poco más en su lucha contra el sistema de la Xunta y estas residencias de la todopoderosa Josefina Fernández, consejera delegada de la Corporación DomusVi. Buscan justicia. Los tribunales dirán hasta dónde pueden llegar, si bien, la admisión a trámite de la querella supone una bocadana de aire. Ayer viernes comparecieron en el juzgado los primeros testigos.