La sucesión de Carlos Mazón al frente de la Generalitat Valenciana ha destapado una grieta que en Génova intentaban disimular: Alberto Núñez Feijóo no controla como antes las decisiones estratégicas del Partido Popular. La elección de Juanfran Pérez Llorca, pactada bajo la presión combinada del PP autonómico y Vox, evidencia la fragilidad del liderazgo del presidente del PP, incapaz de imponer a su candidata preferida, María Catalá, descartada de inmediato por representar un perfil demasiado moderado para los socios ultras.

Lo que se esconde detrás de esa decisión va mucho más allá de un simple relevo institucional. Lo que aflora es el mapa real del poder dentro del PP: un terreno donde las direcciones autonómicas pesan más de lo que Feijóo esperaba y donde Vox ha dejado claro que no aceptará movimientos que no pasen por su filtro ideológico. La operación para situar a Pérez Llorca ha terminado siendo la confirmación de que la dirección nacional del PP ha tenido que ceder, y no poco, para mantener en pie el pacto valenciano.

La alternativa Catalá, la apuesta fallida de Feijóo

En los despachos de Génova había una preferencia clara: María Catalá. La alcaldesa de València era el nombre que Feijóo consideraba idóneo para asumir la presidencia autonómica y garantizar un perfil “gestionista” que permitiera al PP reforzar su imagen de moderación. Era, sobre el papel, la elección más coherente con la estrategia nacional de los populares.

Sin embargo, la resistencia fue inmediata. No solo Vox se negó a respaldarla, sino que el propio PP valenciano mostró rechazo a una figura que consideraban demasiado “teledirigida” por Madrid. Catalá, percibida como un perfil más templado, no encajaba en la apuesta política que la coalición PP–Vox quiere mantener en el territorio valenciano, donde ambas formaciones han endurecido discursos y posiciones.

Así, la candidata preferida por Feijóo se volatilizó en cuestión de horas. Esa rapidez en el descarte mostró a todos los niveles del partido que el liderazgo del gallego tiene límites más estrechos de lo que se proyecta públicamente.

Con Catalá fuera de juego, se abrió una negociación acelerada para encontrar un candidato que contara con el beneplácito de Vox y no desatara un conflicto interno en el PP valenciano. El nombre de Juanfran Pérez Llorca emergió como la opción “posible”, más por necesidad que por convicción.

Pérez Llorca representa un perfil continuista respecto a Mazón, algo que satisfacía a los populares autonómicos, pero también a Vox, que veía en él una figura menos asociada a la línea moderada de Feijóo. Para Abascal, la elección de un candidato más alineado con el “gobierno de coalición” que defienden era indispensable antes de prestar cualquier apoyo. El mensaje quedó claro: sin el visto bueno de Vox, nada se mueve en la Generalitat Valenciana. Y Feijóo, en vez de imponerse, tuvo que adaptarse. Una vez más.

Diana Morant cuestiona el relevo: “Es justo lo que no necesitamos”

En este escenario de tensiones internas y pactos condicionados por Vox, la oposición también ha elevado el tono ante la designación de Juanfran Pérez Llorca tras la dimisión “fake” de Mazón. En este sentido, la secretaria general del PSPV-PSOE, Diana Morant, ha advertido de que el nuevo candidato “viene a tapar una negligente gestión de la que forma parte” y le ha acusado de condenar a la región “a un nuevo pacto negacionista”: “Es justo lo que no necesitamos”.

Morant incluso ha ido más allá en su diagnóstico sobre el tablero valenciano y la crisis de liderazgo en el PP. “Los valencianos y valencianas no queremos reemplazamos, lo que queremos es votar y decidir sobre nuestro destino”, ha subrayado, insistiendo que el pacto entre PP y Vox les condena a “más dolor y más mentiras”. “Feijóo, Abascal, Mazón y Pérez Llorca que se plieguen y se vayan”, ha añadido. “Lo que tiene que hacer Mazón es dejar su acta de diputado, dejar de cobrar dinero público y dejar de estar aforado para que ir ante la jueza instructora”, ha sentenciado.

El desgaste interno del liderazgo de Feijóo

El episodio ha alimentado una lectura interna dentro del PP que preocupa a algunos barones. La incapacidad de Feijóo para blindar a su candidata preferida se interpreta como un síntoma de debilidad en un momento en el que el partido intenta proyectar estabilidad y autoridad alternativa al Gobierno central. Y, sobre todo, no se trata de un hecho aislado. La pérdida de influencia del líder popular se viene observando en otros territorios clave, donde los presidentes autonómicos actúan con agendas propias y un margen de autonomía que choca con las directrices de Génova.

Por primera vez desde que asumió las riendas del PP, el líder gallego ha visto cómo un territorio clave desafía su criterio sin coste aparente. Y esa señal no pasa desapercibida: muestra que las direcciones autonómicas, especialmente en gobiernos de coalición con Vox, están priorizando su propia estrategia antes que la línea política de Génova. En Madrid, Isabel Díaz Ayuso ha construido un liderazgo completamente independiente, hasta el punto de marcar el pulso ideológico del partido sin atender a la estrategia moderada que Feijóo trata de proyectar. Su discurso y sus decisiones, desde la relación con Vox hasta los pulsos con Moncloa, se diseñan desde Sol y no desde la sede nacional del partido.

En Andalucía ocurre algo similar. Juanma Moreno Bonilla ha optado por un perfil institucional, propio, muy alejado del tono nacional del PP y más próximo a una marca personal que a la sigla del partido. Su estrategia de distanciamiento —evitando aparecer sometido a la dirección nacional— refuerza la idea de que el PP es hoy un conglomerado de liderazgos territoriales fuertes donde el poder orgánico de Génova se diluye.

Si en la Comunitat Valenciana Feijóo no ha logrado imponer a su candidata preferida, en Madrid no controla la agenda autonómica y en Andalucía Moreno Bonilla huye deliberadamente de las siglas, el mensaje hacia dentro del partido es nítido: el liderazgo del presidente nacional está más condicionado que nunca. Y cada episodio similar refuerza la idea de que la estructura del PP ya no gira en torno a Génova, sino a un mapa de poder descentralizado en el que Feijóo marca menos y gestiona más.

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