El último CIS catalán (Centre d’Estudis d’Opinió) no supuso un cambio sustancial entre los bloques ni tampoco aventuró un cambio de signo en el Govern de la Generalitat. Lo que sí hizo fue meter el miedo en el cuerpo de Carles Puigdemont y compañía. El barómetro del mes de marzo, publicado la semana pasada, inoculó en Junts el temor a perder la hegemonía en el espectro ideológico de la derecha independentista. El motivo, un crecimiento inusual de la marca ultra de Silvia Orriols, Aliança Catalana. Y es que los juntaires, unos meses atrás, dinamitaron el acuerdo que ellos mismos impulsaron para actuar contra la alcaldesa de Ripoll, dejándola viva y con opciones de multiplicar sus prestaciones en la Generalitat, donde conseguiría hasta diez diputados (ocho más que tras los comicios de mayo de 2024).

La ciclotimia de Junts ha llevado al partido a un callejón sin salida. O al menos con una dificultad considerable para huir. Todos los grupos Ripoll, bajo la iniciativa de Junts, tejieron entre las sombras un pacto para despojar del bastón de mando del municipio a Silvia Ripoll, la líder de los ultraderechistas de Aliança Catalana. Los indicios apuntaban a un cambio de signo en el municipio gerundense. Pero el acuerdo se cayó por la parte a priori más robusta. Los de Carles Puigdemont dieron un paso atrás, dando oxígeno en el Consistorio a la dirigente de la extrema derecha independentista. Pero también a nivel territorial.

Hecha una vez la digestión de los acontecimientos, a Junts se le atraganta el nuevo escenario que dibuja la demoscopia. El último barómetro del Centre d’ Estudis d’Opinió (CEO) otorga a los ultras independentistas un crecimiento fuera de lo normal en algo menos de un año. El futuro es negro para los de Puigdemont, que han pasado de liderar la provincia a ser tercera fuerza y entregar la alcaldía a la CUP para evitar que cayera en manos de la socialista Silvia Paneque. La ciudad que dio poder al hoy exiliado líder de los neoconvergentes, es ahora un territorio en manos del enemigo. Por no hablar de las redes de una Aliança Catalana que trata por todos los medios de establecer por todo el territorio.

Pérdida de peso

La hecatombe para Junts implicaría retroceder en muchas pequeñas localidades de comarcas en las que ahora ostenta la alcaldía bajo la tranquilidad de la mayoría absoluta. Hasta el momento, son 334 municipios los que aguantan los juntaires. Sin embargo, salvo Sant Cugat, el grueso son pequeñas ciudades. Frente a ello, la escasa representación en localidades relativamente importantes como El Prat, donde tan sólo cuentan con dos alcaldes. En el resto, el PSC ha devorado el terreno a los neoconvergentes, que aun custodian bastones de mando en áreas donde no viven catalanes; dificultando su objetivo de permear entre el independentismo y recuperar la hegemonía en su nicho.

Pero entre las previsiones en las que se mueven ahora, se contempla una caída profunda por debajo de esos 334 regidores. Un escenario que supondría el infierno en la tierra para unas siglas aún mermadas en clave territorial, máxime cuando en ciertos ayuntamientos se ven obligados a pactar con la Aliança Catalana de Orriols. De hecho, en otros municipios tendrán que hacer alcaldes a perfiles de la formación ultraderechista. Esa vía dejaría muy mermadas las opciones a un Carles Puigdemont que lucharía por mantener el equilibrio en una cuerda floja mientras hace malabares para combatir el discurso funcional de Salvador Illa y el histrionismo de la extrema derecha de la alcaldesa de Ripoll.

Entre los potenciales votantes del espectro independentista se ve con mejores ojos un pacto con la CUP antes de hacerlo con Aliança. Cabe recordar que las siglas anticapitalistas fueron una de las claves del periodo de tensión del 1 de Octubre de 2017. Sin embargo, coquetear con la ultraderecha separatista no es tan agradable para el paladar neoconvergente, máxime teniendo en Madrid el ejemplo de Alberto Núñez Feijóo con Santiago Abascal. El magnetismo de la marca más radical lamina por completo las opciones de poder, en este caso, del conservador. Algo que el expresident quiere evitar a toda costa.

En otras palabras. Junts puede -y muchos insisten en que debe- sustentarse sobre la presunta extrema izquierda catalana, pero no la ultraderecha. Esta perspectiva ha empujado a Junts a accionar el botón del pánico; sobre todo para evitar que la herida se ensanche y la sangría llegue a límites de preocupante. De ahí se desprende la nueva estrategia de los juntaires, que han diseñado una gira a lo largo y ancho de Cataluña para combatir el marco radical de Orriols. “Cataluña necesita la inmigración, pero no de cualquier forma. Quien diga que no, hace demagogia”. Así se pronunció, modulando su discurso notablemente, el secretario general del partido, Jordi Turull, en la primera parada de su Volta a Catalunya, Girona.

Prioridad municipal

Por supuesto, la estrategia no sólo está concebida con vista a las municipales. En Madrid también se juega una parte del pastel, sobre todo por el momento de absoluta dependencia del Gobierno en todos y cada uno los partidos del bloque de la investidura. Aquí juega un papel importante Junts, que precisamente hace un par de semanas desoxigenó al Ejecutivo con un acuerdo para desbloquear la reforma del artículo 35 de la Ley de Extranjería que desahogará los centros de menores migrantes del archipiélago canario para derivarlos al resto del territorio nacional.

En cualquier caso, la urgencia viene por el municipalismo, por la proximidad de la cita. Es el mismo discurso que maneja Lluc Salellas, que ha organizado en Girona, ciudad de la que es alcalde, un cónclave de los cargos independentistas electos para tejer alianzas municipales, aislar al PSC y reconectar con el sentir de la calle. Una movilización a la que no está invitada la extrema derecha independentista, pese a compartir la meta de una Cataluña independiente. De ahí que esta convocatoria nazca con el fin de frenar el avance de la Aliança de Silvia Orriols.

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