El nuevo mantra del soberanismo radical para desprestigiar al periodo del autogobierno autonómico en Cataluña consiste en denunciar que la lengua catalana está peor que nunca. La culpa es del reconocimiento de la cooficialidad del castellano, del bilingüismo. No hace ni tres meses, el Tribunal Constitucional avaló la política de inmersión lingüística del catalán en las escuelas públicas, vigente desde 1983 y permanentemente denunciada por PP y Ciudadanos, y no hay estadística oficial en la que fundamentar la alarma social y la polémica creada por un documental emitido por TV3 hace pocos días, Llenguaferits (Lengua herida o Heridos en la lengua): el catalán se muere otra vez, o eso dicen en la televisión pública.

El último estudio disponible sobre usos lingüísticos del Institut d’Estadística de Catalunya (IDESCAT) es de 2013. En este documento consta que el 73,2% de la población de Catalunya habla catalán, que el 36,3% lo utiliza de forma habitual, aunque el uso habitual del castellano alcanza el 50,6%, siendo un 6,8% el que utiliza por igual las dos lenguas oficiales. En el Informe de Política Lingüística de 2016, se recogen datos bien positivos, el 95,5% de los empleados de comercio barcelonés entienden el catalán y el 86,7% lo saben hablar, la audiencia de la radio en catalán es mayoritaria, al igual que el catalán domina en los espectáculos, entre otros muchos porcentajes optimistas.

Todo parecía ir por el buen camino; Oriol Junqueras, en vigilias de la hipotética llegada de la república catalana, aseguró para tranquilizar a los asustadizos que la cooficialidad del catalán y el castellano estaría garantizada en el nuevo estado; el consenso parlamentario sobre el modelo lingüístico imperante desde hace casi cuarenta años parecía gozar de buena salud, tras el aval del Tribunal Constitucional.

Es verdad que, en 2016, el grupo Koiné, formado por 250 lingüistas, filólogos, escritores y algunos ex consejeros de la Generalitat como Josep Lluís Carod Rovira o Irene Rigau firmaron un manifiesto titulado “Por un verdadero proceso de normalización lingüística en la Cataluña independiente”, en el que clamaban contra la “subordinación lingüística del catalán a una lengua impuesta por el Estado”.   Joan Martí, uno de los filólogos firmantes, dijo entonces: “es catalán quien, nacido o no en Cataluña, quiera serlo. Y querer serlo pasa por hablar catalán”.

El manifiesto quedó en el recuerdo al no proclamarse la independencia. No era la primera vez que se vaticinaba la muerte del catalán de no defenderse como lengua única. En 1979, el denominado Grup de Defensa de la Llengua, integrado entre otros por Joaquim Molas y Jordi Castellanos, publicó el manifiesto de Els Marges bajo el título “Una nación sin estado, un pueblo sin lengua”. Luego vino la política de normalización del catalán apoyada por CiU, PSC, PSUC (luego Iniciativa), la puesta en marcha de TV3 y la inmersión escolar. Todo parecía ir viento en popa, salvo para Ciudadanos y PP quienes insistían en los tribunales sin resultados perceptibles.

Y de repente, TV3 retrocede en el tiempo hasta 1979 y en un documental sobre el estado de salud del catalán presenta un panorama de pesimismo que enlaza con las pretensiones del independentismo más radical. La hostilidad del Estado respecto al catalán sigue según los autores del documental, pero la situación se agrava por la existencia de 200 lenguas habladas por los inmigrantes en Cataluña y por la falta de interés de los jóvenes en la programación de TV3. La frase que ha hecho más fortuna es la de un experto afirmando: “Netflix es más poderosa que el franquismo”.

Esta banalización del franquismo se ha convertido en un lugar común en el discurso de muchos soberanistas. La polémica y discutible judicialización del Procés se compara frívolamente con la represión de la dictadura y ahora ha llegado a la política lingüística equiparando la persecución de la lengua catalana durante el franquismo con el desinterés de las grandes plataformas de contenidos audiovisuales por la producción en catalán.

La promoción desde TV3 de este supuesto fracaso de la inmersión lingüística y la normalización del catalán (en el patio del colegio el castellano ha ganado la partida al catalán, se argumentaba como prueba del desastre) ha sorprendido a buena parte de la opinión pública catalana y a los partidos participantes del consenso lingüístico que vienen presentando la fórmula como un modelo de éxito, siendo las emisoras públicas de radio y televisión parte de este éxito.

Esta ofensiva contra el bilingüismo debe considerarse parte del discurso del propio gobierno de la Generalitat de desprestigio y desapego respecto de las instituciones históricas catalanas recuperadas justo antes de la Constitución. El presidente Torra no ha conseguido imponer la ficción del desarrollo republicano, pero sigue empeñado en demostrar la ineficacia del autogobierno constitucional, gobierno y parlamento, para avanzar hacia la república. Pronto se publicarán los resultados del nuevo informe de IDESCAT sobre los usos lingüísticos de la población catalana, el estudio es quinquenal y se elaboró durante en 2018. Está al caer y no es casualidad. Quizás la actual polémica solo sea el precalentamiento de lo que está por llegar.