Mi madre nació en 1953 en Barcelona, cuando su madre y su abuela junto a más miembros de la familia, entre ellos su tío Eleuterio, al que muy pronto llamarían Tete llegaran provenientes de un pueblo de Granada, Pedro Martínez. Esta fue la primera emigración de aquel pueblo que pocos años después llenaría un barrio entero de Sabadell. Vivieron en una barraca (infravivienda que no vayas a confundir con una chabola, por Dios) que aún conservamos en fotografías en las que podemos apreciar sus paredes encaladas y su entrada recogida y limpia. A los pocos años de haber comprado esta barraca se mudaron a un piso de 30 metros cuadrados en La Florida, en L´Hospitalet. MI madre, como aquel que dice, nació en la Riera Blanca justo al lado de donde se construía el glorioso estadio de fútbol del Barça. La portada del libro es una magnífica foto de Francesc Catalá- Roca, con una familia (la de la Chunga) bailando en Montjuïc. Un escenario también de viviendas precarias y niños en la calles de tierra.

El autor del libro La vida no regalada (Roca Ed. , 2021), Lluís Cabrera, nació tan sólo un año después que mi madre. Lorenzo (Lluís Cabrera) conserva recuerdos de su pueblo natal en Jaén (en la novela llamado Zimbra) muy parecidos a los que que durante años ha conservado mi familia del suyo. Debo confesar que cuando comencé la novela de Lluís no esperaba grandes emociones, pues yo había leído dos libros suyos: Els altres andalusos (2005) y Catalunya será impura o no será (2010). Dos libros excepcionales para entender los procesos culturales en relación con la identidad nacional en Catalunya, desde una perspectiva transformadora y superadora del conflicto. Después de estos ensayos no me esperaba una novela como la que ha resultado ser La vida no regalada. Por tanta emoción vivida gracias a su relato, en cierta manera autobiográfico, escribo estas líneas.

Yo conocí a Cabrera de la mano de dos amigos, Vidal Aragonés y Anna Gabriel. Una vez que instituimos la editorial Atrapasueños como cooperativa en 2010 quisimos comenzar un proyecto de cooperación cultural con Catalunya desde Andalucía. Me organizaron una serie de reuniones y encuentros que fueron maravillosos y pronto se materializaron en proyectos concretos. No tanto con Lluís Cabrera y su Taller de Musics, aunque les presentara un elenco de artistas ligados a nuestra cooperativa, con estos mantuvimos sobre todo una relación de cariño y amistad desde la comunicación y el saber qué estábamos haciendo. Sí fue interesante el proyecto del convenio firmado con el Ateneu Barcelonès con el que desarrollamos dos actos multitudinarios, uno de homenaje a Ocaña y otro con Aitana Alberti León en homenaje a María Teresa León. También gracias al Ateneu Barcelonès en la Casa Natal de Blas Infante en Casares (Málaga) hay un ejemplar facsimilar de la Constitución de Antequera, proveniente de su magnífica biblioteca. De estos encuentros sobre todo surgió una amistad que ha perdurado, y que me enviara Lluís Cabrera su novela era parte de esta relación de años.

Me ha sorprendido sin duda su lectura. Las semejanzas con mi historia familiar son puntuales, está claro, porque la novela tiene elementos autobiográficos muy diferentes y dicho sea de paso muy curiosos (como que Lluís estuvo detrás de la distribución del famoso libro El libro rojo de los escolares).  De la parte dedicada al pueblo natal ya he revelado que hay historias que me resultan cercanas: el cura pecaminoso, el hambre, las cacicadas, la envidia, la búsqueda de la felicidad… Todo muy bien construido, con capítulos que van en línea temporal, mostrando momentos y personajes de cada época. La familia tiene un papel esencial en el libro, la de sangre y aquella que va surgiendo con la vida, la de los amigos.

En un capítulo titulado “Secretos de familia muy bien guardados” surge el conflicto familiar del silencio frente a lo sucedido en la Guerra. Y con determinación la madre dice “Está decidido y me vais a escuchar. Ya va siendo hora de que mis dos nietos mayores conozcan lo que ocurrió en febrero de 1937. Y mejor hoy que mañana”. Esta escena familiar se da justo cuando sale el protagonista de la cárcel de la Modelo. Los hijos del bando que perdió siguen perdiendo, se enfrentar al poder de la dictadura militar. Este hilo rojo de la historia está presente en toda la novela. Al principio, ya os dije, me costó engancharme, pero pronto la atmósfera, su cuidada escritura y su historia llena de verdad me llevó a disfrutarla.

Lluís Cabrera nos cuenta su implicación política, pero sobre todo su compromiso con la cultura y en especial con el flamenco. Cuenta los albores de la peña Enrique Morente, como surge una relación y amistad con el genio granaíno, pero también esa parte tan interesante de cómo conoció y en cierta manera descubrió a cantaores tan estupendos como Miguel Poveda o Maite Martín. Si les gusta el flamenco no dejen de leer esta novela, porque su final, aunque también hay jazz y boleros…es como si fuera un final por fiesta.

Sin duda su lectura ha despertado conexiones con la vida de mi familia, y esto, para cualquier charnego es algo habitual. ¿Cuánta gente he conocido de forma casual o he coincidido en una cola de algún evento o establecimiento y tenía un pasado similar al mío? Es una memoria subterránea, que aun así pasen 86 años de la Guerra, pervive en las familias de los emigrantes andaluces que han sufrido el hambre y la persecución por los vencedores. Y así pasen 86 años los hijos de los vencedores siguen queriendo manejar nuestro destino. Ya es hora de que se levante esta memoria como trinchera, la vida no ha sido fácil, no ha sido regalada y no se la vamos a regalar. O eso al menos, algunos esperamos.