No ha sido una victoria arrolladora pero sí lo bastante contundente como para certificar que, hoy por hoy, nadie hace sombra a Juan Marín como referente indiscutible de Cs en Andalucía. Cabría decir: de lo que queda de Cs en Andalucía. El político de Sanlúcar salva ciertamente los muebles, aunque está por ver si salvará la casa, considerando que prácticamente todas las encuestas auguran el desahucio del servicial huésped de San Telmo.

Una derrota de Marín, que en realidad no estaba en ningún pronóstico, habría provocado no ya una crisis en su partido sino en el propio Gobierno de Andalucía, en minoría desde la defección de la tercera pata que encarnaba Vox desde el Parlamento. El portazo de la extrema derecha ha dejado al Ejecutivo en una situación tal de inestabilidad que difícilmente habría podido sobrevivir a un batacazo mortal de su vicepresidente.

La ya de por sí frágil cohesión del grupo parlamentario de Cs se habría visto sacudida en el caso de un resultado adverso de Marín: si su partido dejaba de confiar en él, muchos de los 21 diputados habrían tomado nota de ello y su continuidad como vicepresidente de la Junta se habría visto seriamente comprometida.

Con un censo de militantes dramáticamente mermado con respecto a las convocadas en 2018, las primarias exprés convocadas en pleno puente de la Inmaculada se han saldado con un 58 por ciento de los 1.412 votos emitidos a favor del vicepresidente de la Junta, muy por delante de los 454 votos, equivalentes al 32 por ciento, que ha logrado su principal competidor Fran Carrillo, muy crítico con un formato de convocatoria que alimentaba todo tipo de sospechas y que el candidato alternativo llegó a calificar de “cacicada”.

El buen resultado obtenido por Marín en las primarias no detiene la agonía de Cs -¿acaso hay algo capaz de detenerla?- pero al menos logra ralentizarla, que no es poco en un contexto tan delicado como el que acosa al partido naranja.

Al mismo tiempo, su victoria mantiene viva la esperanza del líder naranja de forjar, llegado el momento, una coalición electoral con el PP: hacer el aventurado viaje a las urnas a bordo del tráiler conducido por el presidente Juan Manuel Moreno es para Marín la única garantía de llegar vivo al final del trayecto. Viajando en solitario podría fácilmente quedarse fuera de la Cámara.

Aunque Génova no ve la operación con buenos ojos, Moreno está decidido a ‘salvar al soldado Juan’. Más allá de la buena sintonía personal entre ambos, que no conviene despreciar, el PP andaluz calcula que un Andalucía Suma contribuiría a agrupar el voto del centro derecha, mientras que acudir PP y Cs en listas separadas podría precipitar la pérdida de votantes naranjas que, aun sin incentivos ya para apoyar a su antiguo partido, se resistirían a depositar la papeleta del PP en la urna.

Cuando se llega a presidente, el carisma viene de fábrica y se incorpora con toda naturalidad al equipaje político del mandatario. Cuando solo se llega a vicepresidente, el carisma hay que ganárselo. Y Juan Marín no ha sabido hacerlo.

Ni su gestión -difícil de monetizar en un formato de gobierno tan presidencialista como el autonómico- ni su expediente político -fatalmente escorado hacia la derecha tras abandonar su primera etapa de sobriedad ideológica- han sido capaces de restañar en Cs Andalucía las gravísimas heridas causadas por la deserción de Albert Rivera del centro político para disputar al PP la primogenitura de la derecha española.

A Juan Marín le ha faltado personalidad para marcar un perfil político propio y diferenciado del PP dentro del Gobierno andaluz. Supo marcarlo con el Partido Socialista durante los tres años que duró su alianza parlamentaria, pero no ha sabido hacer lo mismo desde dentro del Ejecutivo.

El político templado de 2015 a 2018, cuyo tono público estaba más próximo a la flema de un diputado de la Cámara de los Lores que al intransigente partidismo de los parlamentarios del sur, daría paso tras el 2-D no ya a un dirigente dócilmente alineado con el PP, sino a un discurso tan enconadamente antisocialista que ponía en cuestión la propia credibilidad de Marín como líder de “un partido de centro liberal progresista”, que es como él mismo sigue definiendo a Cs.