Lledó y la desazón.- No me cansaré de escribir que una vez de principios de siglo en el azul mediterráneo del levante andaluz me topé con don Emilio Lledó que lucía bañador de cuello vuelto paseando por la playa. Fueron unos minutos de pura dicha, parecidos a los que cuenta con abundamiento mi altocargo sobre la comida que compartió con el gran D’istéfano, salvando las pelotas de distancia. 

Apenas le dejé hablar, lo atropellaba con mis preguntas. Desde entonces busco en sus textos la claridad cuando las certezas empiezan a convertirse en escombros. Cumplió noventa años  el otro día, le hicieron una entrevista y la alegría de que su lucidez siga esquivando la guadaña del tiempo se había tornado en desazón y tristeza. La patria de la dignidad, la patria de los conceptos, la patria sin muros y sin barreras se había esfumado en estas semanas de nacionalismo feroz. Lledó ha vivido largo para contar su posguerra, su incesante mudanza de territorio, su ciudadanía sin banderas. Todo eso ahora no es más que amargura. Esa incertidumbre que no recordábamos desde la noche de Tejero y que busca exilios en paraísos donde los otros no existen.

Sartorius y los reaccionarios.- Creo recordar que Nicolás Sartorius era un señor de familia bien que decidió ser comunista contra la dictadura y lo pagó con represión y cárcel. El periodismo y la vida me hicieron topar con algunos de aquellos niños ricos que por pura convicción ideológica o por fractura generacional se jugaron su estatus burgués y su futuro luchando por la libertad y la democracia. Ahora que los independentistas se han apropiado del lenguaje (pueblo, libertad, derecho a decidir) fue a la radio y se oyó aquella sencilla música: democracia es la Constitución; se  puede y hasta se debe cambiar pero nunca violarla.

Y para despejar tantas tentaciones comprensivas en el mundo de la izquierda, vino a escribir: “en ausencia de colonialismo y dentro de un país de la Unión Europea, el derecho de autodeterminación es una reivindicación reaccionaria, incluso involucionista, impropia de partidos o sindicatos progresistas”. ¿Qué parte de reivindicación reaccionaria no se ha entendido?

Pérez y su deriva.- Creo recordar que Javier Pérez Royo era un señor bien catedrático que se hizo comunista y luego socialista y que durante muchos muchos años cada vez que el mundo sociata sufría un leve traspié jurídico/ideológico aparecía el potente faro constitucionalista de Pérez Royo para iluminar el camino. El felipismo primero y el chavismo  durante y después (con señora consejera en la mochila) tuvieron a Pérez Royo como garante de las dudas estatutarias de San Telmo y más allá. Y así funcionaba la vida durante muchos muchos y era imposible imaginar la cosa  de otra manera. Hasta que apareció y luego se borró (seguramente abrumado por la estupefacción de la estupefacción  causada) de una lista de Podemos. Ahora firma un comprensivo manifiesto hacia el golpismo secesionista. No es que no tenga derecho a decidir dónde pone su nombre. Es que se han salido los ejes, O peor: seguir en el candelabro como sea.

La irresistible tentación de la equidistancia.- Está mi altocargo de los nervios con tanto periodista que se pone equidistante, con tanto progre que se se pone estupendamente equidistante. Una equidistancia que traducida desde su complejo con el nacionalismo periférico viene a decir:” es imperativo un diálogo sin condiciones entre el trasnochado y recentrista nacionalismo español y el admirable, democrático y revolucionario nacionalismo catalán”. Y luego se van a tomar unas copas para conspirar contra el régimen del 78. 

Las encuestas primero y las elecciones después, jura mi altocargo,  pondrán en su sitio, el de toda la vida (electoral), a esta izquierda de la izquierda henchida de superioridad moral. Le jode un mucho que la blanda izquierda sociata sea tan  minimalista con su patriotismo constitucional. Pero le duele más, mucho más, la desazón de Lledó.