Suman los números, pero no las voluntades. Entre Podemos y el PSOE hay muchas cosas en común, las que siempre hubo históricamente entre la izquierda pura y la izquierda pragmática, pero no hay empatía alguna, la misma que nunca hubo entre las dos izquierdas, adoradoras de un Dios común, pero con visiones muy distintas, y aun opuestas, del Paraíso y de cuál es el camino más virtuoso para alcanzarlo.

Huevos con beicon

¿Cabe superar esos resquemores y desbloquear la situación actual? Cabría hacerlo siempre que se tratara de resquemores abstractos y no personales, pero el veto de Pedro Sánchez a Pablo Iglesias para entrar en el Gobierno convirtió en personal lo que hasta entonces era solo abstracto.

Pedro intentó convencer a Pablo de que en su veto no había nada personal y de que se trataba solo de negocios, pero, como en el chiste del cerdo y la gallina que examinaban las implicaciones existenciales de los huevos con beicon, Pablo entendió que en el menú de la investidura que le planteaba Pedro éste ponía simplemente los huevos mientras que él ponía nada menos que el beicon.

Diagnóstico unánime

Estuviera o no suficientemente justificado, lo cierto es que aquel veto, como el picante en los guisos, lo ha contagiado todo y será muy difícil salvar el abismo abierto entre los dos partidos: Podemos considera humillante hacer a Pedro presidente sin entrar en el Gobierno y el PSOE considera un signo de debilidad franquearles la entrada después de que los morados la hubieran desdeñado en la primera investidura.

Mientras tanto, la sinuosa conducta de Pedro Sánchez y el Partido Socialista en la negociación de la investidura parece que solo encaja y tiene sentido si se atribuye al presidente la intención oculta de abrir de nuevo las urnas el próximo 10 de noviembre. Son legión los analistas convencidos de que toda la estrategia de Sánchez está dirigida a forzar una repetición electoral, convencido de que la nueva convocatoria le será mucho más propicia que la anterior del 28 de abril.

Indulgencia y miedo

Ferraz cuenta con la indulgencia de los votantes más fieles y con el miedo de los más tibios. Aun así, tal vez los estrategas de la Moncloa no hayan ponderado suficientemente el diámetro y la profundidad del agujero de indignación y desafecto que su gestión de la aritmética parlamentaria ha abierto en su electorado.

Se trata de esa clase de enfado que no atiende a razones, un enfado enconadamente decidido incluso a perjudicar los intereses del propio cabreado con tal de darle su merecido a quien burló su confianza.

El tamaño del pozo

El CIS ha medido científicamente la circunferencia y hondura del pozo: el 38,1 por ciento de los españoles sitúan a políticos y partidos entre los problemas más graves del país, por encima incluso del paro o la corrupción. Cuidado, pues, con tentar una suerte que, si bien le fue favorable a la izquierda en abril, no tiene por qué serle de nuevo en noviembre.

“Si hay nuevas elecciones, que no cuenten con mi voto” es la traducción emocional ese problemático 38,1 por ciento: es la frase que no deja de escucharse entre los votantes de la izquierda y que, ciertamente, puede que no acabe materializándose en abstención, pero lo prudente sería no comprobarlo.

El asno de Buridán

El desacuerdo, a la vez dramático y banal, entre PSOE y Podemos resulta irritante por su parecido, entre escalofriante y ridículo, con la paradoja del asno de Buridán, aquel que, teniendo delante un montón de heno y un montón de avena, se murió de hambre al no decidirse a comer de ninguno de los dos.

¿Gobierno de coalición o pacto de legislatura? ¿Galgos o podencos? ¿Heno o avena? Cada montón tenía una serie de pros y contras alimentarios que el hambriento animal intentaba dilucidar con argumentos cada vez más sutiles que al mismo tiempo que lo acercaban a la verdad lo alejaban de la supervivencia.