A los taxistas les ha ocurrido como a aquel personaje que vendió su barca por un buen dinero justo el día que empezaba a llover y no dejaría de hacerlo durante 40 días y 40 noches.

Está cayendo el Diluvio Universal sobre los taxistas, y ellos creen que son los únicos en mojarse, los únicos en peligro de ahogarse, pero lo cierto es que la digitalización de la economía se está llevando por delante a mucha gente, muchos empleos, muchos sueños.

En su fiera y desesperada batalla contra el futuro, los taxistas tienen razones pero no tienen razón, del mismo modo que las plataformas de alquiler de coches con conductor tienen razón pero les faltan razones.

Los taxistas difícilmente impedirán que los Uber y los Cabify entren en el mercado, del mismo modo que los editores de prensa de toda la vida no han podido impedir que la gente deje de comprar periódicos de papel.

De los taxistas es envidiable su capacidad de lucha, su terquedad laboral, su tenaz propósito de no rendirse jamás. A muchos trabajadores les irían mejor si aprendieran eso de ellos.

Menos envidiable es su resistencia a dar la batalla en la calidad del servicio que prestan, su desinterés en seducir a los nuevos clientes que se incorporan la mercado.

Les pedimos mesura en su protesta y les deseamos suerte en la batalla, pero no podemos darles la razón. No al menos toda la razón.