Cuando se teclea en Google ‘condenado psiquiatra de Sevilla’ aparecen enlaces de la mayoría de los medios pero no así del diario de mayor circulación de la capital andaluza. No es que el conservador ABC no haya informado -que lo ha hecho puntualmente- de la condena a un año de cárcel al psiquiatra y ex hermano mayor de la Hermandad de Pasión Javier Criado por el trato vejatorio dado a una paciente, sino que el enlace de la noticia no aparece en una búsqueda que no incluya explícitamente el nombre del veterano rotativo.

Tal ausencia tampoco significa que los medios conservadores con presencia en Andalucía no se hicieran eco de las denuncias de más de una treintena de mujeres contra Javier Criado hace siete años, pero sí cabe interpretarla como el último eco, no por meramente circunstancial menos inquietante, de la indulgencia social y mediática de que disfrutó durante demasiado tiempo el considerado como psiquiatra de referencia de la alta sociedad sevillana.

Condenado esta semana por una sola de las muchas denuncias porque era la única que no había prescrito, el caso Criado arrancó en realidad en los primeros años de la década de 2000, aunque el runrún de las sospechas sobre el psiquiatra venía de mucho más atrás.

Voces del pasado

La Asociación Veritas, impulsada por las víctimas, recalcaba este viernes que la victoria judicial, aunque insuficiente, suponía por fin “un respaldo a las decenas de víctimas que han sufrido durante décadas los abusos de un hombre que usaba su despacho de psiquiatra para cometer sus delitos”.

Cuando el caso ahora sustanciado en el Juzgado 9 de lo Penal de Sevilla estalla en el verano de 2015, Javier Criado contraataca difundiendo un comunicado en el que califica de los hechos de “falsos de toda falsedad” y recuerda un dato que entonces parecía operar en su favor pero que hoy, con una condena judicial de por medio, lo hace en su contra: los de 2015 eran hechos, se defendía Criado, que “ya fueron denunciados hace más de 10 años e investigados en sede judicial penal, finalizando con el sobreseimiento de la causa”.

A la justicia le toca hacer autocrítica, desde luego, pero no solo a ella. Si en los años iniciales del nuevo siglo, cuando según recordaba Criado se produjeron las primeras denuncias contra él, ya hubiera irrumpido en el espacio público global el movimiento ‘Me too’, tan denostado por los populismos de extrema derecha pero no solo por ellos, seguramente el clamor de las víctimas no habría caído en saco roto: la vergüenza, la humillación, la rabia, el dolor y la impotencia de las mujeres cayeron durante años, en efecto, en el saco roto de la justicia, en el saco roto de los medios y hasta en el saco roto de la Iglesia y de esas poderosas divisiones civiles suyas que son las hermandades y cofradías de Sevilla.

La ciudad misma no se escandalizó tanto como debiera haberlo hecho. Es probable que no hubiera tardado tanto tiempo en hacerlo si, como tantas veces ha sucedido, los medios de comunicación de referencia se hubieran posicionado enérgicamente para exigir a Criado la asunción de responsabilidades que tan raudamente suelen exigirle a cualquier político señalado por conducta impropia o deshonesta.

El gran hermano

Antes de su dimisión el 8 de septiembre de 2015, dos meses después de que la Fiscalía abriera diligencias contra él por los presuntos abusos sexuales a seis mujeres que habían pasado por su consulta en la céntrica barriada sevillana de la Alfalfa, Javier Criado había sido hermano mayor de la Archicofradía de Pasión entre los años 1992 y 2000, para volver a serlo a partir de 2008 y hasta su renuncia en 2015.

El caso estalla en el verano de aquel año con una primera denuncia formal ante el Colegio de Médicos de Sevilla por mala praxis deontológica del colegiado Criado, al que ese grupo de pacientes acusaba de “tocamientos impúdicos” y “relaciones no consentidas”.

Varias de las víctimas habían acudido en julio al Arzobispado de Sevilla en busca de auxilio, pero no debieron encontrar suficientemente receptiva a la institución eclesiástica porque decidieron elevar su protesta hasta el Vaticano.

Criado siempre ha atribuido las denuncias a un “ánimo de venganza” de las mujeres, aunque no le haya sido fácil explicar por qué hasta treinta de sus pacientes que no se conocían entre sí se habrían confabulado contra él, arrostrando el estigma de ser señaladas socialmente con el dedo ciego e implacable de una moral de rasgos inequívocamente patriarcales.

En el pedestal

De sus explicaciones y justificaciones parece desprenderse que, como tantos ofensores en su mismo trance, Criado no es consciente del daño provocado ni del alcance de sus afrentas. Basta detenerse unos instantes en la fotografía que encabeza estas líneas para advertir que ese rostro que mira desafiante a la cámara no es el de un hombre arrepentido y mucho menos avergonzado.

La mirada fija en el objetivo y los labios apretados en un rictus de rotunda negación dibujan el gesto general de alguien ajeno al dolor de las "loquitas" que acudían a su gabinete en busca de consuelo, el ademán, en fin, de un tipo al que nadie logrará bajar fácilmente del pedestal de la soberbia. 

La primera denuncia pública tuvo lugar en junio de 2015, aunque entonces la víctima que la firmaba no entraba en los detalles que sí explicitaría dos años después. La primera mujer que se atrevió a decir lo que tantas sabían fue Matilde Solís, exmujer de Carlos Fitz-James Stuart. En noviembre de 2017 publicaba en su cuenta de Facebook una carta muy breve pero estremecedoramente dramática:

“Hola! En la carta que escribí hace meses, no especifiqué a qué tipo de abusos me sometió Javier Criado, así que lo digo ahora. Sufrí abusos sexuales. Aparte de todo lo demás. Las mujeres que han dado su testimonio me han dado mucha fuerza. Que se avergüence el psiquiatra. Yo no lo haré más”.

Los gritos del silencio

Alguien más, muchos más en realidad, tendría que avergonzarse en Sevilla por no haber estado a la altura de lo que las denuncias exigían. El nombre y el caso del psiquiatra que no amaba a las mujeres deberían quedar grabados a fuego en la conciencia de una sociedad que ha tardado demasiado tiempo en hacerse cargo de la rabia, el dolor, la humillación y la impotencia de las mujeres que tuvieron la desgracia de llamar a la puerta equivocada.

“Maldito Yago, perro inhumano”, clamaba el caballero Rodrigo contra el malvado protagonista de ‘Otelo’. “Maldito Criado, perro inhumano, médico infernal”, podrían clamar las desgraciadas pacientes a cuyos aullidos de dolor nadie prestó atención durante años, diluidos en el silencio como espectros en la niebla.