Nadie dijo que fuera a ser fácil y no lo está siendo. Recomponer la cohesión y recuperar la hermandad en el Partido Socialista llevará tiempo, más del que seguramente había calculado el ganador de las primarias de mayo. Reconquistar para el pedrismo territorios clave como Andalucía o Valencia también llevará tiempo, mucho tiempo, más del que Ferraz había imaginado.

La victoria de ayer de Ximo Puig en las primarias de Valencia equivale a una derrota en toda regla de Pedro Sánchez, cuyo número dos, José Luis Ábalos, alentó una candidatura alternativa que objetivamente ponía en jaque al president de la Generalitat. Quien ha quedado ahora a los pies de los caballos ha sido el propio Ábalos, derrotado en un feudo que era menos suyo de lo que el resultado de las primarias federales pudo hacerle pensar.

Premios de consolación

Las victorias del sanchismo en dos territorios de tan escaso peso orgánico como Cantabria y La Rioja apenas logran compensar el batacazo de Valencia. En cuanto al triunfo de Guillermo Fernández Vara en Extremadura, no es fácil asignarle casilla, como no lo es asignársela al propio presidente extremeño, ayer feroz antisanchista y hoy aventajado colaboracionista.

El empeño de Sánchez de imponer la victoria propia en vez de gestionar la paz colectiva ha tenido en Valencia un tropiezo que debilita su liderazgo y evidencia que la posguerra socialista será larga y penosa.

Un mal secretario general

El hecho de patrocinar un candidato alternativo en un territorio tan importante para el PSOE como la recién recuperada Valencia pone de manifiesto que, como muchos temían, Pedro Sánchez no va a ser un buen secretario general. No lo fue en su primer mandato y no está dando señales de que vaya a serlo en este segundo.

Su gestión del 39 Congreso Federal ya dio suficientes pistas, y ninguna muy alentadora, de cómo será el ‘nuevo PSOE’. Sánchez y los suyos parecen tener dificultades para comprender que antes que cualquier otra cosa al PSOE le urge recomponer lo que las primarias descompusieron.

Una máquina de guerra

Además de ser otras cosas, un partido es una máquina de guerra que debe estar perfectamente equilibrada y a punto, con todas sus piezas y engranajes coordinados y trabajando al unísono, pues la unidad en un partido es condición no suficiente pero sí necesaria para ganar elecciones.

Hoy el ejército socialista tiene al frente un comandante en jefe que no manda en los principales territorios ni se muestra interesado en recuperar la complicidad de los generales que tienen a su cargo las principales divisiones.

Pulsiones de revancha

En Valencia no es que, al contrario que en las primarias federales, haya perdido el pedrismo y ganado el susanismo. Los resultados de ayer de Valencia indican que a quien no querían los socialistas valencianos era a Susana Díaz, no a Ximo Puig. Dispersado el susanismo tras su derrota de mayo, el pedrismo está solo en el campo de batalla devastado por la guerra civil: únicamente combate contra sí mismo, contra su propia sombra, contra sus intensas pulsiones de revancha.

Su derrota de ayer en Valencia pone de manifiesto lo que tantos habían augurado: que para el Partido Socialista iba a ser extremadamente complicado gestionar la victoria de Pedro Sánchez. Ya lo habría sido con un Sánchez generoso y colaborativo, pero con un Sánchez obtuso y vengativo lo será mucho más.