No había riesgo de que alguien les dirigiera una mala palabra o tuviera un gesto feo. Acudían al acto sabiendo que que los amigos de Felipe son sus amigos.

Los expresidentes andaluces Manuel Chaves y José Antonio Griñán, condenados con gran severidad en primera instancia en el caso de los ERE, asistieron ayer a la presentación en Sevilla de la Fundación Felipe González: uno de los pocos actos públicos en los que se les ha visto no ya juntos, sino simplemente en los que se les ha visto.

Un cierto adiós al pasado

El vacío algo abyecto que, desde su renuncia al escaño y a la militancia, les hizo su partido no ha favorecido precisamente su rehabilitación orgánica, social y personal.

Con ellos estaba también ayer en la Casa de la Provincia de Sevilla la exconsejera Magdalena Álvarez, igualmente condenada en el proceso, además de otros nombres que en el pasado fueron relevantes en el PSOE o tuvieron vinculación personal con el expresidente, como Luis Yáñez, Carmen Hermosín, José Rodríguez de la Borbolla o Miguel Ángel Pino.

El acto pareció hermanar incluso a quienes en el pasado militaron con indisimulada hostilidad en los bandos pedrista y susanista, hoy desdibujados tras la victoria del primero, como el presidente de la Diputación de Sevilla Fernando Rodríguez Villalobos o el alcalde de Dos Hermanas Francisco Toscano.

Teoría de la anormalidad

El expresidente hizo una lúcida aunque más bien melancólica disección de la situación del país, que ha vuelto “a su anormalidad histórica” después de 35 años de una normalidad que el expresidente interpreta más como excepción nacional que como regla.

El punto de inflexión que marcó el regreso a esa “inestabilidad” tan familiar en la historia de España lo situó González hacia el año 2015, cuando el país manifestó de nuevo esa “tendencia de los ríos bravos al salirse de su cauce”.

El presidente identificó con la expresion “riesgos de desbordamiento" un estado de cosas que en su opinión solo puede conjurarse apostando como país por “la ampliación de las libertades, la lucha contra la desigualdad y la eliminación de toda tentación nacionalista y excluyente".

No es fácil ser 'Dios'

Tras escuchar a quien en el pasado muchos de sus compañeros, y aun de sus adversarios, llamaban ‘Dios’, la mayoría de asistentes al acto de Sevilla coincidirían seguramente, y no solo por sus afinidades ideológicas, en que Felipe acababa de impartir una lección magistral de alta política, mostrando así la mejor versión de sí mismo, lejos de aquella que tanto dañó su imagen pública al haber aceptado un bien remunerado puesto de consejero en una multinacional energética.

No entendió entonces González que Dios no puede estar en nómina en Gas Natural porque entonces deja de ser Dios. Al aceptar aquel cargo legítimo pero funesto, Felipe pareció salirse de su propio cauce sin saberlo. Dios, en fin, también tiene derecho a equivocarse.

Un debate estéril

¿Monarquía o república? Para González es un debate poco fructífero. Él se queda con la actual “monarquía republicana”, preferible a la “republiqueta” de algunos y marco institucional y simbólico en el cual se produjeron hechos históricamente tan relevantes como los Pactos de la Moncloa, el acuerdo nacional que hizo posible la Constitución o la incorporación de España a la Unión Europea. España, que nunca tuvo una “épica de la reforma”, supo practicar entonces un gradualismo fundado en el consenso y que ahora se echa de menos.

Contrario a los malabarismos intelectuales de ciertas izquierdas que ponen en cuestión la Carta Magna, González defendió el carácter “inclusivo y no militante” del texto del 78 y recordó una obviedad del pasado que por desgracia ha dejado de serlo: "Se puede vivir toda la vida denigrando la Constitución, nadie está obligado a creer en ella, pero el compromiso para ser representante de los ciudadanos es respetar” la Carta Magna.

Admitió que el garantismo constitucional, “tal vez excesivo”, blinda también a quienes, exigiendo respeto para sí mismos, ”son los que menos respeto tienen por el ordenamiento jurídico o la división de poderes", sin pararse a considerar que “ser garantista significa también serlo para enjuiciar a los enemigos de la Constitución".

Radical dentro de un orden

También tuvo González reproches para “quienes reparten carnés de constitucionalistas”, a los que preguntó cuál era su proyecto de país para los próximos 30 años: “No deshagamos lo que tenemos sin hacer nada alternativo", advirtió.

En cuanto al encendido debate nacional sobre el controvertido Gobierno bolivariano de Venezuela y otros de la región, un asunto en el que discrepa profudnamente del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, Felipe González se declaró “radical” únicamente en la “defensa de los valores de la democracia", cuya conculcación, por ejemplo falseando los resultados electorales nunca aceptará, venga de Evo Morales o venga de Alberto Fujimori.

El legado

Por lo demás, el expresidente estuvo, en opinión de los asistentes, tan certero en sus juicios y clarividente en sus advertencias, que su público acabó olvidándose un poco del motivo que lo congregaba en la antigua sede de la Diputación de Sevilla: la Fundación Felipe González, que su directora, Rocío Martínez-Sampere, describió sin complejos como "algo único, inédito y extraordinario" en España.

Siendo una ‘una obra de Dios’, no podría haber sido de otra manera, le faltó decir. Y, sin embargo, es cierto que nadie puede discutirle a la entidad el mérito democrático de haber puesto a disposición del público el valioso legado documental del expresidente y, al mismo tiempo, de configurarse como “una incubadora de ideas y un acelerador de proyectos para ayudar a hacernos mejores preguntas y encontrar mejores respuestas”.