La fallida investidura de Pedro Sánchez ha dejado negro sobre blanco que Pablo Iglesias prefiere no ganar a ganar poco, ya lo hizo en 2016 y lo ha vuelto a confirmar. Hasta ahora este principio contrario al pragmatismo se había analizado en el ámbito económico, comparando la visión práctica de las sociedades anglosajonas frente al maximalismo de la cultura latina. Weber estudió el pragmatismo y sus diferentes abordajes desde el punto de vista de protestantes y católicos.

Los pragmáticos siempre han sido mal vistos por la izquierda más radical y purista, como se ha podido constatar reiteradas veces en el mundo desde la revolución rusa de 1917.

Los que conciben la política como un juego y regalan ejemplares de “Juego de Tronos” al Rey actúan como los practicantes del póker aislados en la burbuja de su timba, pero muy alejados de la realidad de la gente de la calle a la que tanto invocan en sus discursos. A los ludópatas de la política les encanta la repetición de elecciones porque les mantiene enganchados a su adicción y lejos del aburrido trabajo legislativo del Congreso y del Senado.

Es verdad que la izquierda es menos pragmática que la derecha y por eso debe entender que debe ganar en pragmatismo para hacerle frente con eficacia. La publicidad incontrolada de las casas de apuestas y del juego en línea ha hecho mella en las jóvenes generaciones y ha contaminado otras facetas de nuestra vida social y política.

La política nunca debe ser un juego o una película de intriga, es un trabajo colaborativo en el que gobierno y oposición deben esforzarse conjuntamente por arreglar los problemas del presente para que el futuro nos coja con la mejor preparación posible.

En España, el seny catalán era sinónimo de pragmatismo político hasta que el independentismo se lo cargó. En el debate de investidura, Rufián, el portavoz de ERC, lo recuperó con su comentada intervención-reprimenda a Iglesias y Sánchez.