Hay tres preguntas sobre sí mismo que todo partido tiene que tener contestadas si quiere existir y ser útil como tal partido, y son éstas: quién manda, cómo manda y para qué manda. En estos momentos el Partido Socialista no tiene debidamente contestada ninguna de las tres. Y lo que es peor: en el Comité Federal de este sábado no podrá contestarlas. O solo podrá contestarlas a medias.

En la feroz partida que libra el PSOE contra sí mismo no sabremos quién ha jugado mejor sus cartas hasta que no conozcamos el desenlace. Desde luego, la última ofensiva relámpago de los ejércitos de la periferia contra el cuartel general enemigo ha sido un fracaso que, al menos en apariencia, ha debilitado seriamente a sus promotores.

Más allá de quién tenga la razón sobre si el PSOE debe permitir un Gobierno de la derecha arriesgándose a quedar encadenado al PP o intentar un improbable Gobierno de izquierdas arriesgándose a unas terceras elecciones al borde del abismo; y más allá también de presumirse que los militantes socialistas prefieren lo segundo a lo primero, lo cual no es nada raro si se considera que la bandera de la abstención apenas ha sido izada por el sector que lidera o parece liderar Susana Díaz; más allá, pues, de ambas consideraciones, desde que fue elegido secretario general por los militantes Pedro Sánchez ha mandado poco (no le han dejado), cuando ha mandado ha mandado mal (caso Tomás Gómez y otros) y finalmente nunca se ha sabido muy bien para qué mandaba, aunque esta última carencia no es en absoluto atribuible ni a su persona ni al PSOE ya que es compartida por los partidos socialdemócratas de medio mundo.

Una de las sospechas que planean sobre Sánchez es si está defendiendo la bandera izquierdista por táctica (para posicionarse mejor internamente) o por convicción (porque piensa que abstenerse ante el PP será la ruina del PSOE). Lo que alimenta la sospecha es que no puede decirse que dentro del partido Sánchez haya echado los dientes precisamente en Izquierda Socialista. Y uno de los reproches que planean sobre Susana Díaz es no haber defendido sus posiciones por motivos puramente tácticos (para no debilitarse internamente). Arriesguemos está síntesis: Sánchez ha defendido una bandera en la que no cree y Díaz no ha defendido una bandera en la que cree.

En todo caso, la percepción de embrollo que todos tenemos de esta crisis obedecería a que el partido ha intentado contestar esas tres preguntas cruciales simultáneamente, de una tacada, sin método alguno y, lo que es peor, sin tiempo para reflexionar serenamente sobre cuáles eran las respuestas más justas pero también más útiles. El Comité Federal de hoy era necesario, pero el hecho de que se celebre sin método, sin lelatad y con todas preguntas mezcladas en un mismo bombo no hace presagiar nada bueno.