En plena campaña electoral ha nacido el movimiento del 15-M o de democracia real, sobre el cual resulta difícil hablar en estos momentos, pero sí podemos plantearnos dos cuestiones: una, la vinculación con la situación de crisis y el modo de afrontarla; otra, qué significado puede tener una acción que de modo genérico podríamos calificar, al menos en algunos aspectos, como “anti”.

El azar ha hecho que me hiciera estas preguntas a medida que leía el artículo de un filósofo español, exiliado, publicado en 1949 en la revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México. En aquellos momentos en que se vivía la postguerra mundial, eran muchos los que se preguntaban por la situación de  crisis, que en aquel momento no tenía que ver solo con la economía. Ante ese asunto, decía nuestro filósofo: “Si, pues, la primera conclusión es que existe la crisis, la segunda tiene que ser que no hay más remedio que darle la cara. Rehuirla, como hacen los malos pagadores con sus acreedores, es simplemente gravar el problema. Querer resolverla de buenas a primeras con las ideas que cada cual se encuentre en su cabeza, sería desmesurado y ridículo. La solución vendrá, si es que algún día ha de venir, del esfuerzo combinado de todo el mundo y de todos los mundos”.

Si aplicamos esa idea al caso de España, podemos concluir que, en efecto, el Gobierno pudo equivocarse a la hora de enfrentarse, y de enfrentarnos, a la crisis, pero no lo es menos que cuando lo ha hecho no ha contado con demasiados apoyos, y sobre todo ha fallado el PP, la segunda gran fuerza política, que se ha caracterizado por su falta de honradez y de generosidad a la hora de trabajar por este país llamado España y que ellos tanto dicen amar, aunque muchas veces sus hechos demuestren lo contrario.

En cuanto a la condición de “anti”, ya hubo quien afirmó que era un prefijo que solo tenía sentido cuando se hablaba de antifascismo, pero cabe analizar con nuestro autor su significado, cuando escribe: “Cuando tengo ante mí mil caminos distintos y la posibilidad de abrirme otros tantos nuevos, me dice bien poco quien me advierte que no es bueno el de la extrema derecha o el de la extrema izquierda… Lo que yo necesito es que me digan el que es positivamente bueno”. Esto no significa que no considere necesaria la oposición, pero piensa que “el verdadero ‘anti’, el que de verdad anula a la oposición, es siempre un ‘pro’, esto es, la actitud dialéctica, positiva de quien busca incorporar a su doctrina la parte de verdad o de realidad o de justicia que haya en sus contradictores”.

La idea, pues, es convertir el pensamiento negativo en positivo, porque no basta con negar la realidad que no nos gusta, es preciso definir nuestra postura, saber qué se puede aprovechar de lo existente, porque nadie puede partir de hacer tabla rasa de lo anterior. Pongamos un ejemplo concreto: en Sol se habla de modificar la ley electoral, el problema no es estar de acuerdo en que no nos guste lo existente sino en estarlo en la solución o en la propuesta concreta, y sobre todo si se conocen las ventajas e inconvenientes de la posible modificación: ¿Se trata de una mera corrección del sistema de proporcionalidad? ¿Habría que volver a un sistema mayoritario, como ya tuvimos en otros momentos de nuestra historia? ¿Se debería establecer un sistema de listas abiertas? La cuestión va más allá de expresar un deseo, estamos ante una materia de carácter técnico, con diversas perspectivas, y además para su modificación se necesitaría la mayoría absoluta.

La aparición de este movimiento en plena campaña electoral va a obligar, sin duda, a que los partidos políticos reflexionen sobre el mismo y quizás les obligará a replantearse su propia estructura, algo a lo cual está más dispuesta la izquierda que la derecha. En consecuencia, si es la derecha quien vence en las elecciones del domingo, y sobre todo en las próximas generales, me parece difícil que haya posibilidad de sacar adelante cualquier propuesta reformista, con independencia de que estas flores de mayo se conviertan algún día en frutos.

* José Luis Casas Sánchez es Profesor de Historia