Sábado 4 de abril. Ocho de la mañana. Sintonía de la emisora ultraconservadora EsRadio. El conductor del programa relata en detalle y magnifica con fruición los errores de Pedro Sánchez, cometidos, no hace falta decirlo, más por maldad que por torpeza, y repite una y otra vez el latiguillo ‘Este Gobierno canalla…’.

La derecha española está desatada a cuenta del coronavirus. En realidad, la derecha siempre encuentra algún motivo para desatarse: las ‘mentiras’ de los medios de izquierdas en los atentados del 11-M, la ‘traición’ a los muertos para contentar a ETA, la ‘apropiación ilegítima’ del poder con una moción apoyada por comunistas y separatistas…

Dos mensajes

En la crisis del coronavirus, la derecha ha logrado colocar dos mensajes:

Uno. El Gobierno no solo no supo anticiparse acopiando material sanitario de protección, sino que adoptó demasiado tarde las medidas de contención de la pandemia por motivos puramente ideológicos, como demostraría la temeraria autorización de las manifestaciones del 8-M.

Dos. Abducido por Pablo Iglesias, de cuyos votos depende su supervivencia, el presidente Pedro Sánchez está consintiendo la implementación sigilosa de una “agenda radical sustentada en interpretaciones pintorescas de la Constitución para imponer nacionalizaciones” (Francisco Marhuenda) y propiciando “el ensueño revolucionario de los descerebrados que pretenden llevarnos de nuevo al paraíso comunista que tanto bienestar le ha reportado al hombre” (Luis Herrero).

Si no del todo el segundo, se diría que el primer mensaje sí ha calado ampliamente en grandes capas de la población, al menos a la vista de la encuesta de Metroscopia que certifica una caída en solo un mes de 25 puntos en la valoración del Gobierno.

Una impresión bien fundada

Si la tesis de la bolivarización de España resulta convincente únicamente a los muy convencidos y a los muy deseosos de estarlo, la tesis de la negligencia habría encontrado un eco más generalizado y transversal, pues nada menos que el 26 por ciento de los votantes socialistas y el 15 de los de Unidas Podemos desaprueban la actuación del Gobierno para prevenir el coronavirus.

La razón de tan alto grado de rechazo ciudadano –un 51 por ciento desaprueba la gestión de la pandemia, por un 39 por ciento que la aprueba, cuando hace solo un mes el 64 por ciento estaba a favor y el 24 por ciento en contra– no puede ser únicamente la propaganda mediática ni las encendidas críticas de Casado y Abascal.

Sea o no correcta y sea o no justa, la impresión de que el Gobierno ha llegado tarde está justificada. Si tal impresión es un error, se trata de un error bien fundado y, en todo caso, no debería ser una preocupación importante en el Gobierno porque esa opinión hoy tan negativa comenzará a diluirse tan rápidamente como aumentó una vez que el país consiga doblar el cabo de Hornos de la pandemia y logre bajar el porcentaje de muertos y contagiados.

Sí, pero no ahora

La deslealtad de la oposición no es por denunciar y magnificar los errores que haya podido cometer el Gobierno, sino por denunciarlos y magnificarlos ahora, justo ahora que estamos en lo más comprometido de la batalla, justo cuando el comandante en jefe de los ejércitos científicos y sanitarios requiere del apoyo unánime de toda la 'nación de naciones' y justo ahora cuando la tropa, los heridos y la retaguardia necesitan mantener a toda costa alta la moral e incólume la esperanza.

Por lo demás, a los críticos más feroces con la actuación del Gobierno, a quienes con tanto desahogo lo califican de canalla por haber permitido las manifestaciones del 8-M pero ni siquiera mencionan que no hubiera paralizado la actividad económica del país, muchísimo más virulenta que las concentraciones feministas, a ellos también cabe reprocharles el ventajismo moral de quienes se indignan sobre seguro, cuando el toro ya ha pasado y no hay riesgo de que los arrolle. La poeta Anne Carson dice lo mismo pero mejor en este verso: “En retrospectiva, todo es tan nítido”. 

Lo que Pedro no supo ver

Pero a la deslealtad de la oposición hay que sumar la indiferencia, el descuido o la obcecación del presidente, que no supo ver a tiempo que, en esta hora trágica para el país, congraciarse con la oposición era casi tan importante como decretar el confinamiento, adquirir mascarillas o emitir eurobonos.

Pedro Sánchez ha empezado demasiado tarde a hablar de esos nuevos Pactos de la Moncloa que deberían estar inspirados en el doble objetivo de acabar con la pandemia y diseñar la reconstrucción del país. Sánchez, demasiado tarde en plantearlos y Casado, demasiado pronto en rechazarlos.

Las razones de uno y otro no son iguales, pero sí simétricas: Sánchez teme contrariar a Unidas Podemos si apuesta por el pactismo y Casado teme engordar a Vox si se acerca al Gobierno.

No apto para caballeros

En todo caso, en este negocio de la política, no apto para caballeros desde mucho antes de que Maquiavelo lo dijera y donde jugar limpio entraña tantos o más riesgos que jugar sucio, tiene más responsabilidad quien más responsabilidad tiene.

Es Pedro Sánchez, como hace 40 años fue Adolfo Suárez, quien está obligado a hacer los mayores y más francos y denodados esfuerzos para atraer a la oposición. A la oposición y, huelga decirlo, a las demás ‘naciones’.

Naturalmente, si, tal como sugiere la FAES de Aznar, el PP pone para pactar con Sánchez condiciones como que ‘los comunistas’ salgan del Gobierno, será obvio que no desea el acuerdo. Pero entonces la culpa sí será del todo suya, no del ‘Gobierno canalla’.