Primera gran cosecha de titulares de Susana Díaz en un Pleno del Parlamento esta temporada. Fue ayer, al soltar esta frase a propósito de la dramática abstención del PSOE en la investidura de Mariano Rajoy en octubre de 2016: “Yo me equivoqué y acertó Pedro Sánchez; me equivoqué porque queríamos que en España hubiera gobierno y pensábamos que su partido, en una situación a la inversa, haría lo mismo”.

¡Qué idea!

La confesión de la expresidenta suministró, obviamente, pólvora fresca a las derechas para disparar contra Díaz, lo que hicieron de inmediato, y fue recibida con un punto inicial de desconcierto en las filas socialistas, aunque, también de inmediato, se repusieron del susto y decidieron que el mea culpa de su secretaria general había sido una buena idea.

Una buena idea en todos los sentidos: le robaba el foco a Moreno; limaba las aristas de soberbia atribuidas a Díaz; conectaba con el sentir mayoritario de las bases socialistas; silenciaba al sanchismo local; ponía al PP ante el espejo de sus miserias; y echaba, en fin, una mano a Pedro Sánchez, que buena falta le hace a quien como él se ve obligado a arar con tan ariscos bueyes al borde mismo del acantilado.

Hasta antisusanistas convictos admiten en privado que hacía muchos meses que Díaz no estaba tan bien: “Por fin un discurso de Estado”, sentenciaba alguno de ellos.

Un cierto chirrido

Y, sin embargo, algo en la rectificación de Díaz chirría a un oído atento: algo que va más allá de la sospecha que se cierne sobre toda disculpa que, más que atropellar, favorece los intereses de quien la pronuncia, como sería el caso, pues el reconocimiento de su error fortifica objetivamente las defensas de Díaz frente a la infantería sanchista.

Lo que verdaderamente chirriaba en la palinodia de la expresidenta es que, aun pudiendo ser sincera, era innecesaria y, sobre todo, era inexacta porque quien de verdad se equivocó en aquel lejano 2016 fue Sánchez y no ella.

Ella y él; Él y ella

Eran tiempos aquellos en que Susana era Ella y Pedro era él; hoy, ella es solo ella y él ha pasado a ser Él. Gajes de la política que no vendrían al caso si no fuera porque en ese oficio implacable opera la descarnada máxima que rige en el mundo del fútbol y que Pep Guardiola resumía así: “El que gana tiene razón”.

Sánchez ganó, pero no tenía razón. La tenía y la tiene en otras cosas, pero no en aquello, aunque es cierto que tras conquistar y retener el Gobierno de España los suyos han optado, como se decía en el siglo XVII, por ‘andar a viva quien vence’.

Dos fechas y un activo

El PSOE no se equivocó al abstenerse ante Rajoy en octubre de 2016: se limitó a hacer lo menos malo que en aquel momento podía hacer. Cuando de verdad se equivocó fue en diciembre de 2015, cuando tras las elecciones la única opción verosímil y viable de gobierno era el PP.

En aquel invierno de 2015 el precio de la abstención era relativamente asequible para el PSOE; un año después, la hiperinflación provocada por la guerra civil socialista había puesto el precio de la abstención por las nubes.

No es cierto que Sánchez apostara a muerte por el ‘no es no’ con el sincero argumento de que la derecha no merecía tal sacrificio patriótico por parte del PSOE, aunque sea incuestionablemente cierto que no lo merecía.

El no de Sánchez siempre fue su principal activo para llegar lo mejor pertrechado posible a la batalla de las primarias: Sánchez no se oponía a la abstención por ser más de izquierdas que Díaz; se oponía a ella por pedrista, no por izquierdista. Y acertó.

Una frase para la historia

La repetición electoral del 26 de junio de 2016 confirmó los peores augurios para el PSOE: el PP pasaba de 123 a 137 diputados y los socialistas, de 90 a 85. Unas terceras elecciones habrían sido letales para un PSOE al que a esas alturas todo el mundo, con razón o sin ella, señalaba como culpable del bloqueo del país.

Quien mejor resumiría meses después, ya en enero de 2017, el diabólico escenario que se le abría al PSOE sería el presidente de Asturias y de la gestora socialista, Javier Fernández: "Al día siguiente de las elecciones del 26 de junio todos sabíamos qué había que hacer, lo que no sabíamos era cómo ganar el congreso después de hacerlo". 

El dirigente asturiano acabaría teniendo mucha más razón de la que le habría gustado, pues, en efecto, quienes, con Díaz extraoficialmente a cabeza, hicieron ‘lo que había que hacer’ perderían las primarias, con Díaz provisionalmente descabezada.

La equivocación de la dirigente andaluza no habría sido tanto defender la abstención, como no haberla defendido bastante ni desde el principio. Pero admitir tal cosa la convertiría directamente a la expresidenta en Santa Susana, y Díaz es muchas cosas, unas buenas y otras regulares, pero no una santa.