En ocasiones al periodismo le sucede lo que a la política, que es un trabajo sucio pero alguien tiene que hacerlo. La difusión del vídeo de Cristina Cifuentes robando dos cremas en un supermercado viene a ser el equivalente de abofetear a un moribundo… delante de toda su familia. O quizá algo peor: apuñalar a un cadáver simulando que era necesario hacerlo porque el muy bribón todavía estaba vivo.

Lo publicó en exclusiva un medio que Pablo Iglesias encuadró con acierto en el llamado ‘periodismo de cloacas’, pero a continuación todos los demás medios lo subieron a sus webs y todas las televisiones lo llevaron a la cabecera de sus informativos. Parece que nadie en la profesión se hubiera parado cinco minutos a pensar si era deontológicamente correcto publicar ese material. Internet deja poco tiempo para pensar. Nos ha convertido a todos en pistoleros compitiendo para ver quién el más rápido en disparar. Demasiadas veces, en la red primero se dispara y luego se pregunta.

¿Enfermedad o delito?

Es difícil sustraerse a la verosímil conjetura de que Cifuentes es una cleptómana y no una ladrona: que lo que ella ha hecho se llama enfermedad y no delito. Enfermedad inconfesable pero enfermedad. Es difícil creer que alguien que es vicepresidenta de un Parlamento ponga en juego su carrera política para ahorrarse 40 euros. Más bien cabe pensar que fue víctima de una pulsión que no podía sujetar. 

Quienes creen que a la presidenta de Madrid la matado ese vídeo se equivocan: si ese repugnante material se hubiera difundido antes del escándalo del máster, Cifuentes habría despertado en la mayoría de la gente la empatía que suelen despertar quienes padecen una dolencia inconfesable: hubiera bastado con que ella –debió hacerlo ayer– lo hubiera reconocido humildemente. En ese caso, lo más seguro es que la mayoría de los medios no hubieran publicado el vídeo: demasiado feo, demasiado indigno, demasiado inútil.

Seguramente por eso, quienes desde hace siete años tenían el material en su poder no lo hicieron público antes: sospecharían que el vídeo como tal no habría matado a Cifuentes y además podría haberse vuelto contra ellos.

Ruindad e intimidad

Por lo demás, si detrás de la filtración hay una maquinación política diabólicamente diseñada para trasladar al público la impresión de que la presidenta dimite no por el máster sino por el vídeo, su recorrido efectivo será limitado porque la investigación judicial del primero durará meses y la del segundo nunca existió. En el caso del máster hay prevaricación, ventajismo, falsedad y mentiras; en el caso del vídeo sobre hay ultraje, debilidad, humillación y vergüenza.

Es obvio que el vídeo de la vergüenza tenía interés informativo. Ahora bien, si la conducta política de Cifuentes en la universidad es pura ruindad, su conducta patológica en el supermercado es pura intimidad y, como tal, no debería quedar expuesta al escarnio público; si en el primer caso es culpable, en el segundo es víctima.

Embarazoso asunto

El vídeo de las cremas no mata a la presidenta Cifuentes, sino que humilla a la enferma Cristina. Su filtración degrada a la política y su publicación envilece al periodismo. Engorda nuestras visitas pero adelgaza nuestra ética, y de ahí que venga muy al caso aquella pregunta inmortal de sor Juana Inés de la Cruz a propósito de la prostitución y en defensa de las mujeres: "¿O cuál es más de culpar,/ aunque cualquiera mal haga,/ la peca por la paga/ o el que paga por pecar?".

Y mejor, por cierto, que sobre este negocio del vídeo participado por periodistas y políticos no profundicemos en el embarazoso asunto de quiénes han hecho de prostitutas y quiénes de clientes...