Habría sido mejor noticia que Carmen Forcadell no hubiera tenido que ingresar, siquiera por unas horas, en prisión, pero la decisión del juez Llaneras de condicionar la cárcel al pago de una fianza perfectamente asumible contribuye a rebajar la tensión catalana. ¿Ha sido sincera la rectificación de la presidenta del Parlament al acatar expresamente el artículo 155 de la Constitución? Basta con que haya existido. La sinceridad aquí es lo de menos.

Forcadell le ha entregado al juez la percha que este necesitaba para colgar de ella su puesta en libertad, pues aunque formalmente la decisión del magistrado era de prisión bajo fianza, materialmente ha sido de puesta en libertad. Ahora solo falta que suceda lo mismo con los consejeros y el vicepresidente Junqueras, cuya prisión incondicional ordenada por la juez Lamela chirría insoportablemente después de conocerse la posición, mucho más benigna y más serena, del Supremo.

No es el hecho de que la justicia esté interviniendo en la crisis catalana lo que desvirtúa estas elecciones y enrarece el microclima político catalán. Es la cárcel quien lo hace. Sin los Jordis ni los consejeros en la cárcel, el discurso falsario del ‘Estado contra Cataluña’ pierde verosimilitud, al tiempo que la huida de Puigdemont a Bruselas se desliza irremisiblemente hacia el esperpento. Es la cárcel de medio Govern lo que está dando combustible al errático vuelo del expresident: con Junqueras en casa y haciendo campaña con normalidad, Puigdemont será un juguete roto y arrumbado en los sótanos del olvido.

Unas elecciones en las que el candidato virtualmente ganador está en prisión hacen un daño terrible, incomprensible, desconcertante al juego democrático. Ese encarcelamiento es un hecho imposible de explicar políticamente, aunque pueda serlo jurídicamente. Se puede explicar la imputación judicial, los cargos, las fianzas, los delitos, las peticiones de la Fiscalía… pero no se puede explicar la cárcel.

El Supremo, al contrario que la Audiencia Nacional, lo ha entendido así porque había mimbres jurídicos para poder entenderlo así: de hecho, la libertad de la Mesa del Parlament no ha escandalizado a ningún jurista, mientras que el encarcelamiento del Govern sí lo ha hecho. ¿De verdad alguien puede creer a estas alturas que hay riesgo de huida de los consejeros? ¿Huida adónde? ¿A Bruselas, agravando así su situación procesal? ¿Fuera de la Unión Europea, dando así un golpe mortal a su propia causa? Lo mejor que puede pasarnos a todos –a ellos personalmente pero también a la justicia, al Estado, a España, a Cataluña, a las elecciones...– es que vuelvan a casa cuanto antes.