Es distinta. Villeneuve ha intentado alejarse de la entrega original. Será imposible no compararlas, pero Blade Runner 2049 tiene su propia personalidad, esquivando la nostalgia y asumiendo riesfos. Hay un plano referencial de inicio, pero esta segunda parte no es, ni mucho menos, la absorción de la atmósfera desoladora de la película que hizo Ridley Scott en los ochenta.
Hay muchas secuelas en el cine del siglo XXI que no son capaces de emanciparse de sus películas originales, pero en este caso la sombra no es alargada. Y si el cine de Villeneuve suele tener imágenes con fuerza, en este caso el director canadiense ha echado los restos, conservando además el corte narrativo de sus películas más recientes. Elegancia, juegos cromáticos y lumínicos. Imágenes que aportan un significado por ellas mismas.
Un significado que suma en los temas que aborda Blade Runner 2049, temas como la memoria y la identidad, de una manera muy distinta a su antecesora. Ciencia ficción que busca un sentido en la confusión de un mundo.
Ryan Gosling interpreta a un replicante, un blade runner, instrumento del poder para eliminar, como en la obra original lo fue Deckard, que vive en un plano virtual hasta que se le presenta una realidad diferente. Dudas para un personaje ambientado en las incónicas Las Vegas (nada casual esta elección), en versión fantasmagórica. Lo real y lo artificial, también dos ambientes en la película de Scott, se mezclan a ritmo lento, atendiendo más a los personajes que a la acción, trabajando con la imagen y el sonido en una cinta muy inmersiva. Blade Runner 2049 asume riesgos.