Charles Hall probablemente es la persona que más dinero ha ganado con el aluminio. Fueron varios los químicos que dedicaron su carrera al aluminio a lo largo del siglo XIX. Un químico danés y otro alemán extrajeron simultáneamente este metal de la bauxita, una sustancia utilizada desde antiguo como astringente, alrededor de 1825. A causa de su lustre, los mineralogistas clasificaron el inmediatamente el aluminio entre los metales preciosos, como la plata o el platino, con un valor de cientos de dólares por onza. Veinte años más tarde, un francés descubrió la manera de industrializar el proceso de extracción, haciendo que el aluminio estuviera disponible comercialmente a un buen precio.

El aluminio más caro que el oro

La razón de ello es que, a pesar de ser el metal más común de la corteza de la Tierra (en torno al 8 por ciento en peso, cientos de veces más común que el oro), el aluminio nunca aparece en menas de aluminio puro. Siempre aparece enlazado a algo, por lo general al oxígeno. Las muestras puras eran consideradas milagros. Los franceses exhibían lingotes de aluminio, al estilo de los de oro de Fort Knox, junto a las joyas de la Corona, y el modesto emperador Napoleón III reservaba una preciada cubertería de aluminio para los invitados especiales de los banquetes. Charles Hall trabajó con Jewett en la separación del aluminio durante sus años de estudiante en Oberlin. Fracasó una y otra vez, pero cada vez fracasaba sabiendo algo más. Por fin, en 1886, Hall hizo pasar una corriente eléctrica de unas baterías caseras (todavía no había tendido eléctrico) a través de un líquido que contenía compuestos de aluminio disueltos. La energía de la corriente arrancó el metal puro que, una vez liberado, se depositó en pequeñas pepitas en el fondo del tanque.

Hacerlo bien, a escala

El proceso era fácil y barato, y funcionaba igual de bien en grandes contenedores en el laboratorio. Éste había sido el tesoro químico más buscado desde la piedra filosofal, y Hall lo había encontrado. El «niño prodigio del aluminio» tenía entonces tan sólo veintitrés años. Así y todo, la fortuna de Hall no se fraguó de inmediato. El químico Paul Héroult había descubierto el mismo proceso en Francia más o menos al mismo tiempo. En la actualidad Hall y Héroult comparten el mérito por el descubrimiento que hizo que se desplomara el mercado del aluminio. Un austriaco inventó otro método de separación en 1887, y con la competencia que se cernía sobre Hall, éste se apresuró a fundar lo que después sería la Aluminum Company of America, o Alcoa, en Pittsburgh, uno de los negocios de más éxito de toda la historia.

La producción de aluminio de Alcoa crecía a un ritmo endiablado.

En sus primeros meses, en 1888, Alcoa producía unos veinticinco kilos de aluminio al día; dos décadas más tarde, tenía que sacar 40 toneladas al día para satisfacer la demanda. Mientras la producción se disparaba, el precio se desplomaba. Años antes de que Hall naciera, el precio del aluminio era de 1.100 dólares el kilo. Cincuenta años más tarde, sin siquiera corregir por la inflación, la compañía de Hall arrastró el precio hasta sólo 50 centavos el kilo. Este ritmo de crecimiento sólo ha sido superado probablemente en una sola ocasión en toda la historia americana, durante la revolución de los semiconductores de silicio, ochenta años más tarde, y al igual que los barones de la informática de nuestros días, Hall se hizo de oro. En el momento de su muerte, en 1914, era propietario de acciones de Alcoa por valor de 30 millones de dólares (unos 650 millones de dólares actuales). Gracias a Hall, el aluminio se convirtió en un metal que todos conocemos y que básicamente está en todas partes. Contenido original del libro La Cuchara Menguante de Sam Kean.