Se cuentan por miles las personas que duermen al raso en Oaxaca o Chiapas, por miedo a nuevos temblores o porque su casa y sus posesiones han quedado dañadas. México sufrió el pasado jueves el peor terremoto de su historia, de 8,2 de magnitud. La cifra de fallecidos se elevó el sábado de 65 a 90, después de que se informara de que se habían registrado 71 decesos en el estado sureño de Oaxaca. Aquí, el municipio de Juchitán, que tiene 100.000 habitantes, se ha llevado la peor parte de esta catástrofe, con 37 muertos, aunque el epicentro del seísmo ocurrió a una profundidad de 58 kilómetros en las cercanías de Pijijiapan (Chiapas). La psicosis colectiva por las réplicas no cesa, pues entre el momento en el que el tremendo seísmo sacudió el país y el sábado por la mañana se registraron 904, la mayor con la nada desdeñable magnitud de 6,1, según informaciones del Servicio Sismológico Nacional.

Hombres topo en lugares de difícil acceso

Después de que se publicase este parte todavía hubo más sacudidas de tierra, se calcula que alcanzando 1.018, muchas de ellas en lugares de difícil acceso al sur, y es que muchas zonas de México son montañosas, tienen una accesibilidad reducida para los hombres topo, como se conoce a los cuerpos de rescate voluntarios que hay en México desde 1985. La causa de este terremoto puede encontrarse en la elevada sismicidad que se sufre en la zona de Chiapas, a causa del desplazamiento de dos placas tectónicas, la de Cocos y la del Caribe. Las rocas del terreno que se encuentren cerca de la zona del desplazamiento han de reacomodarse tras un terremoto, y ese movimiento de los bloques en el subsuelo causa una serie de temblores posteriores al propio sismo denominados réplicas. Según los expertos, el número de réplicas puede variar desde unas decenas a cientos durante los días o semanas siguientes al sismo original.