En los 500 años que el pasado año se cumplieron de la muerte de El Bosco, descifrar el significado de su obra ha inspirado infinidad de debates. ¿Es un relato moralizador, una herejía, una paranoia surrealista sobre un cambio de era (de la Edad Media a la Moderna)?

Un documental de López Linares en el que Salman Rushdie dice que El jardín de las delicias  “es caótico, doloroso y asusta”. Una gran exposición en el Museo del Prado y otra en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Cómics como El tríptico de los encantados (de Max) o el extraordinario El Bosco (de Marcel Ruitjers). Y ensayos como El Bosco al desnudo: 500 años de controversia sobre Jheronimus Bosch, de Henk Boom, periodista holandés afincado en España. Estos son algunos de los mimbres que conmemoraron en nuestro país el quinto centenario de la muerte de El Bosco.

No debería sorprender que lo recordemos por todo lo alto. El genio holandés siempre ha tenido con nosotros una conexión especial, desde que Felipe II se obsesionó con su obra e incluso pidió que le plantaran El jardín de las delicias frente al lecho en su larga agonía en El Escorial. La pregunta es por qué Felipe II, que se ha presentado, desde que estaba en El Escorial, como más católico que el Papa, tuvo interés en este tríptico. No se sabe, pero hay pistas de que, siendo todavía príncipe, se interesó por las nuevas ideas del Renacimiento. Este rey también dispuso de libros que luego prohibió la Inquisición, según explica Henk Boom en su obra.

Una vida enigmática

Se cree que Jeronimus van Aken nació en 1450. La fecha exacta de su llegada al mundo es solo el primero de los muchos interrogantes que envuelven su vida. Conoció, eso está claro, la época de transición entre el Medievo y el Renacimiento. Años de fuertes tensiones religiosas que desembocarían en la reforma protestante, y en los que el pensamiento racional se abría paso entre la tradición y la superstición, algo que inspiraría a nuestro artista, el primero de los grandes maestros holandeses, junto con Van Eyck.

Entonces, en Holanda había muchos pintores debido a la moda que cundió entre las personalidades de hacerse retratos. En la propia familia del artista, la paleta se traspasó durante varias generaciones. Su abuelo, su padre, y tres de sus cuatro hermanos empuñaron también el pincel. Pero sólo él conoció un buen nivel de fama en vida, incluso fuera de Hertogenbosch, su ciudad natal y en la que se cree que vivió siempre, y cuyo nombre el artista escogió como seudónimo, eclipsándola en fama.

Holanda vs Museo del Prado

El Bosco se casó con una mujer acaudalada y fue miembro de la orden religiosa local, la Hermandad de Nuestra Señora. En 1516, como ya hemos dicho, murió. Ya está, aquí terminan los datos fiables al cien por cien sobre el autor. El resto, son especulaciones. Por ejemplo, se ha elucubrado sobre el número de pinturas que dejó, ya que adquirió el curioso hábito de no firmar los cuadros. Terminó asumiéndose que su obra total constaba de veinticuatro óleos y veinte dibujos, pero en medio de las actuales celebraciones del quinto centenario, han vuelto a sembrarse las dudas.

Un equipo científico holandés, necesitada como estaba Holanda de publicidad para asegurarse el éxito de la exposición que organizaron hasta el pasado mayo sobre El Bosco, dijo en rueda de prensa que tres obras atribuidas al artista, Las tentaciones de san Antonio, La piedra de la locura y Los siete pecados capitales, que están en el Prado, no eran de él. Eso, sin comunicarlo previamente al museo, ni hacerlo a partir de ningún congreso ni con argumentos, cuenta Henk Boom en su obra.

Culpa y humor

Cuentas al margen, la propia obra del pintor ha estado abierta a interpretación. Y es que, si bien sus primeros dibujos tenían un tono religioso común al de su época, pronto se dejó de ortodoxias para abrazar la experimentación, para convertirse en un iconoclasta dejándonos un legado de pinturas simbólicas y oníricas, que pierden al espectador en una intemperie de escenas grupales entre bíblicas y carnavalescas, con un gran caudal de personajes, colores y fantasías eróticas incluso homosexuales –menudo bombazo en la época-, pero también apocalípticas y atávicas, con grotescas criaturas imaginarias sumidas en tormentos terroríficos.

Cuadros, éstos, de trazo delicado y equilibrada composición con los que El Bosco perseguía aportar luz sobre los más oscuros instintos del hombre. Por un lado, detectó la locura humana y trató de advertir contra ella, usando, como tantos autores, personajes locos que resultaban los más lúcidos, ubicando al espectador ante sus propias aberraciones. Un ejemplo muy claro en este sentido es su obra La nave de los locos.

­­Y por otro lado, con la Biblia como fuente de inspiración, quería hablar del pecado, de las flaquezas y perversiones humanas, y sus consecuencias en términos de culpa, condena e infierno. Todo, eso sí, con un barniz de humor e ironía, incluso sobre la propia iglesia; así, en la misma La nave de los locos, se aprecian una monja y varios monjes embriagados, en un ataque al clero. Esto ha desorientado respecto a sus intenciones: ¿era un moralista o un hereje?

El Padre Sigüenza indicó que los cuadros deben incitar a la religión, y determinó que los de El Bosco son cuadros moralizantes, aunque El jardín de las delicias nunca ha estado en un lugar sagrado, señala Boom. El Bosco pintaba con total libertad, aunque hasta cincuenta años más tarde de su muerte no empezaron los movimientos de los protestantes en Holanda y Bélgica, y unos cien años más tarde, Quevedo escribió en Sueños sobre este pintor supuestamente hereje.

Simbolismo de difícil interpretación

En todo caso, su representación del infierno supuso un punto de inflexión en la Historia de la Pintura. Ningún artista lo había mostrado de manera tan cruda y esperpéntica como El Bosco lo muestra, por ejemplo, en el apoteósico Los Siete Pecados Capitales. Una panorámica plagada de símbolos y metáforas que, eso sí, estaban basados en el folclore de su época, lo que complica entenderlos fácilmente hoy.

Así, El Prestidigitador o Extracción de la piedra de la locura contienen burla de las supersticiones. En El carro de heno, un paisaje apacible y aparentemente frívolo, está cargado de mensajes ocultos, ya que el heno se vinculaba, en la tradición holandesa, a la búsqueda de la riqueza y las maldades que a veces ésta conlleva, y el búho que figura en la escena era símbolo de herejía.

La obra cumbre

Y, cómo no, también hay simbología en su obra más conocida, El jardín de las delicias.  Se trata de un tríptico, formato común en la época porque emulaba los retablos, que simboliza la tierra. Al pintarlo, el artista aborda el pecado de la lujuria, con frutas y escenas sexuales muy explícitas. Hay quien habla del consumo de alucinógenos o directamente de locura en El Bosco a la vista de estas imágenes, incluso de que hacía los cuatros para sociedades secretas de herejes, pero no está demostrado, según datos de Boom.

La producción final de El Bosco fue, principalmente, de naturaleza religiosa, y emplazado en un lugar destacado queda Las Tentaciones de San Antonio Abad. Tras su muerte, influiría en Pedro Brueghel ‘el Viejo’, y más adelante, en los surrealistas. La obra queda, trasciende no tanto por su argumentario como por su creatividad. El enigma continúa.