Recientemente, he descubierto una de esas cosas mágicas que nos ofrece Internet: Blablacar; también conocido como el coche compartido de toda la vida pero ahora con extraños conduciéndolo. Extraños que también van a Mordor, como fue en mi caso. No, no vengo a descubriros el mundo de Blablacar, tremendamente fácil de entender y que por lo tanto no precisa ni siquiera de un tutorial de Youtube. En realidad vengo a ejemplificar qué significa aprovechar este nuevo medio de transporte (o la reinvención de uno anterior) para que cada cual saque las conclusiones que quiera.

Y así es cómo nos saltamos la norma número 1

El concepto de Blablacar se basa en saltarnos la primera regla que aprendemos conscientemente de nuestros padres: no te vayas con desconocidos. Además lo hacemos con recochineo porque entramos voluntariamente en el coche, sin engaños que usar como excusa. Por supuesto, podemos fiarnos de las estrellas que puntúan al conductor y de los comentarios que dejan los que ya han viajado con él. También se puede tener tan poco sentido de la supervivencia como una servidora y meterse en una furgoneta de un conductor primerizo (es decir, sin reviews) con los cristales traseros tintados para irte a Mordor (traducción: a un lugar a tomar por...). En mi defensa diré que en las llamadas telefónicas y en los diez minutos previos a la salida en las que estuvimos charlando, el conductor en cuestión me dio buena sensación, así que me subí a su coche sin grandes reservas. Al principio, el conductor, que a partir de ahora llamaré Súper, parecía amable. De hecho Súper parecía súper. Súper humano, súper currante, súper interesante. Súper había visto el mundo entero y  tenía historias para emocionar y aburrir. Daba imagen de ser de hierro, de que ya no quedaba nada en este mundo que le pudiera sorprender.

Plot Twist: No bebas mientras conduces

Al parecer, tanta era su sabiduría vital que ya ni las reglas de circulación podían aplicarse a él. O eso deduje cuando después de rechazar el whisky en la botella de Vichy Catalán que me había ofrecido, Súper se dio el gusto y pegó tres tragos. Tres largos tragos. De Whisky. Por autopista. A más velocidad de la permitida. God help me. En ese momento comprendí el grandísimo inconveniente de Blablacar: No son conductores profesionales. Súper no tiene que enfrentarse a un jefe o a una administración con una reglas estrictas, tan solo a las del Estado y estas son fáciles de eludir. Súper conducirá bajo sus propias normas y sin tener especial consideración hacia su acompañante, porque en realidad de este no gana nada, solo reduce gastos. Súper no tendrá conocimientos sobre cómo reaccionar ante un accidente o, mejor, cómo evitarlos más allá de las normas que se estaba saltando. Súper simplemente es él y está en su coche y sucede que por una vez hay alguien más, una desconocida, que le acompaña, pero que no puede recriminarle nada. Así que de cierta manera, Súper está poniendo en peligro mi vida y yo lo estoy permitiendo bajo el pretexto de ahorrarme unos euros.
Blablacar parece un gran sistema pero significa desprenderte de cierta seguridad. Viajar en otros transportes puede ser más caro, pero normalmente están sujetos a seguros y tienen políticas de empresa que protegen al consumidor. Con Blablacar solo hay un sistema de reviews.

Pero a pesar de todo, en el fondo estuvo genial

Súper fue un buen compañero de viaje. Conocí a una persona muy interesante que me dio una nueva perspectiva sobre la vida. Aquí se halla el gran éxito de Blablacar: poder conocer a gente. Los usuarios de esta web son aventureros, en realidad, con ganas de conocer mundo y de conocer a la gente que puebla ese mundo. Fue una experiencia bonita, a fin de cuentas. Además, Súper fue súper amable y me dejó en Mordor, aunque tuviera que desviarse un poco de su camino. Y todo fue genial. Y aunque por un momento tuviera miedo, eso no me ha desanimado. Tengo ganas de seguir conociendo gente y moviéndome, sin cerrarme a ninguna de las posibilidades. Hoy en día viajamos así. Los medios de transporte se han diversificado aún más. Llegamos en un momento en tren a París desde Barcelona, los buses tienen WiFi y compartimos coche con extraños. No pagamos hoteles y nos buscamos la vida lo mejor que podemos. Queremos conocer gente, oír idiomas que no se parezcan en nada al nuestro. Nos hacemos temerarios, a sabiendas que nos saltamos todas las recomendaciones que nos dan los adultos. En definitiva, la liamos. Pero así ha sido siempre la juventud. Y sí, tuve miedo en esa furgoneta negra. Pero también me reí mucho y eso superó con creces el miedo.