Este viernes, hemos vivido una avalancha de encuestas electorales de cara al 26J. Y esto no podría ser nada con lo que viviremos este fin de semana, a la vista de que a partir del martes la legislación electoral prohíbe la publicación de más sondeos.

Los datos bailan de una encuesta a otra, pero no así las posiciones electorales, al menos en lo que respecta al porcentaje de votos. El PP volvería a ganar las elecciones, mientras que Unidos Podemos se coloca en la segunda posición, materializando el sorpasso al PSOE, con Ciudadanos repitiendo la cuarta posición. Pero, quitando ese reparto de posiciones, y manteniendo incluso ahí las distancias, ¿qué sabemos a ciencia cierta gracias a las encuestas?

Pues muy poca cosa. De todos los sondeos, el más fiable, por muchas críticas que reciba en función de quien gobierne, es el Barómetro del CIS, ya que tiene la mayor muestra demoscópica: más de 17.000 entrevistas telefónicas.

Según el Barómetro preelectoral de mayo de 2016, para las próximas elecciones hay un 71% de españoles que tienen decidido ir a votar “con toda seguridad”. Sin embargo, en el barómetro que se realizó justo antes de las elecciones del 20 de diciembre, el 75,3% daba la misma respuesta.

Esto podría significar que la cifra de participación será menor en estas elecciones. De hecho, en las pasadas elecciones, la participación finalmente rozó el 72%, más de 3 puntos por debajo de la estimación que hacía el CIS. Así que, de seguir esa dinámica, la participación del 26J podría bajar del 70%.

De ser así, en las próximas elecciones habría unos 23,5 millones de votantes, sobre un censo electoral de 34.491.522 votantes. Es decir, más de 1,3 millones de españoles que fueron a votar en diciembre se quedarían en casa. Las encuestas publicadas hoy tienen hasta un punto porcentual de diferencia en algunos resultados. No parece gran cosa, pero atendiendo a estas estimaciones, cada 1% representa a 234.542 votantes, lo que no es baladí.

¿Cómo puede influir ese 1%?

Pues también es difícil saberlo, por no decir imposible. Porque depende de cada provincia y quién se reparta los “restos” o, como se suele llamar, al diputado “bailón”. Antiguamente, cuando el bipartidismo era la tónica, en las provincias en las que se elige un número impar de diputados, PP y PSOE se jugaban ganar o perder con muy pocas cartas. En León, por ejemplo, se eligen cinco diputados: dos para cada partido, y un quinto por el que se luchaba hasta el final del recuento.

Ahora también se vive con tensión la noche electoral, pero entre cuatro protagonistas. Por ejemplo, en diciembre de 2015, Granada vivió en un puño el recuento. Sus siete diputados se repartieron yendo uno a Podemos y otro a Ciudadanos. Y, hasta que no acabó el recuento de votos del extranjero no estaba claro quien pasaría de dos diputados: PP o PSOE. El último escaño, al final, fue a parar a los populares por decisión de 743 votantes. O, dicho de otra manera, por un 0,14%. Lo que prueba la importancia de un 1% en función del campo de juego.