Con el paso del tiempo he ido, poco a poco, identificando modelos, paradigmas, patrones y pautas que me han ido haciendo entender, al menos un poco, el complejo entramado de lo que llamamos vida. El conocimiento y la educación, decía Sócrates, no son el llenado de un recipiente, sino el encendido de una llama; es decir, lo que de verdad importa para entender bien algo es entenderlo en profundidad. Es por eso que mucha gente muy leída sabe, en realidad, muy poco; y es por eso que hay gente que, sin un gran bagaje académico, es capaz de llegar al fondo de las cosas y de la realidad.

Los analfabetos del siglo XXI no son aquellos que no saben leer ni escribir, sino aquellos que no saben desaprender y reaprender la realidad, decía el escritor norteamericano Alvin Toffler. Por eso los verdaderos analfabetos, los analfabetos funcionales, no son exactamente las personas poco instruidas a nivel académico, sino las personas inflexibles que se niegan a reaprenderse a sí mismas y a reaprender su visión del mundo, es decir, a mirar dentro de sí mismos y a evolucionar. Entramos, por tanto, en el terreno del analfabetismo emocional.

Uno de esos patrones que me interesa mucho entender, y muy relacionado con la incultura emocional, es el machismo, porque en este país, todavía a estas alturas, el machismo lo sigue inundando todo. Pero es muy importante saber bien qué es en realidad, porque percibo que mucha gente tiene una idea muy simplista y muy errada de lo que es y de lo que significa. El machismo no es un rasgo de autoritarismo masculino. Es mucho más que eso. Es una ideología, un sistema de creencias, consolidado y difundido desde la misoginia religiosa y patriarcal, que se basa en la inferioridad de las mujeres y que afecta de manera intensa a nuestro modo de percbir la realidad, a nuestras actitudes, a nuestro comportamiento y al modo de relacionarnos con los demás. Y, aunque las mujeres somos las más perjudicadas, en realidad afecta muy negativamente a todos.

El machismo no es un rasgo de autoritarismo masculino. Es mucho más que eso. Es una ideología, un sistema de creencias 

Jueces que llaman “abuso” a una violación en grupo, obispos que proclaman “cásate y se sumisa”, la normalización del modelo de abuso, un exacerbado auge de los fundamentalismos de todo tipo son muestras inequívocas de que la misoginia vuelve a tener un espacio que ya no le corresponde en el siglo XXI. Los modelos machistas encapsulan en moldes distintos los comportamientos de hombres y mujeres en roles opuestos y asimétricos: El modelo para los hombres se sustenta en mensajes de dominio y de negación de sentimientos y emociones; el modelo femenino se apoya en mensajes de cosificación, sumisión, estatismo y entrega. Como en el Paleolítico inferior, vamos. Modelos nefastos, pero contundentes y que crean sociedades sometidas a esos esquemas retrógrados e inhumanos que nos alejan de todo atisbo de evolución ética y social; y que desembocan, como poco, en abusos y en desconexión emocional entre hombres y mujeres, y, en el peor de los casos, en violencia y en crímenes de género.

Una artista visual, Yolanda Domínguez, ha realizado un vídeo muy elocuente, en colaboración con la Consejería andaluza de Igualdad y Políticas Sociales, que difunde en su blog y que se conforma en una campaña de concienciación social sobre el machismo, y sobre la incapacidad de muchos hombres y mujeres para identificarlo. Porque el desprecio a lo femenino y el machismo secular están tan arraigados a nuestro inconsciente colectivo que se perciben como algo “normal”, cuando en absoluto lo es. Es una grave enfermedad social, una lacra terrible, una sociopatía que hay que superar.

En concreto, la campaña se lleva a cabo para implicar a los hombres españoles en hacerse conscientes del modelo machista en que se les educa, y en participar en deconstruir ese modelo, cambiándolo por otros modelos “que nos hagan mucho más libres y nos permitan tener relaciones más sanas e igualitarias”. Y de igual modo para las mujeres. Se trata de reivindicar una educación emocional que enseñe a respetar la diversidad, a expresar sentimientos, a controlar impulsos; una Educación que enseñe, desde la infancia, a amar, a respetar y a compartir, en lugar de a despreciar y dominar. El machismo, claro que se puede curar.