La plaza de Dealey (Dallas) contempló cómo dos proyectiles perforaban la espalda y la cabeza de John Fitzgerald Kennedy. El 22 de noviembre de 1963 se escribió una de las etapas más oscuras de la historia de los Estados Unidos de América. El carismático y prometedor presidente fue asesinado por una mano invisible que empuñaba un fusil Carcano M91/38 con mira telescópica. 56 años después, la identidad del verdadero asesino constituye el mayor enigma de nuestro tiempo.

En la mañana de ese fatídico 22 de noviembre, John Fitzgerald Kennedy pronunciaría el que sería el último discurso de su corta vida antes de subirse en el Air Force One y trasladarse a la ciudad de Dallas (Texas). Tras bajarse del avión JFK, su mujer, Jackie Kennedy, y el gobernador Connally se montarían en un Lincoln modelo 1961 descapotable para su paseo triunfal por las calles texanas.

El presidente de los Estados Unidos circulaba en el asiento trasero del vehículo, conducido por dos agentes del servicio secreto. JFK obliga a sus guardaespaldas a detener el coche en diversos puntos del trayecto para que pueda saludar a los civiles que le aclamaban desde las aceras.

Un acto que mostraba a un triunfal Kennedy cuyo desenlace desataría un tsunami de tinta en los años venideros, dando pie a ingentes teorías de la conspiración.

La magnanimidad del presidente se vio interrumpida por un disparo a distancia que provenía del Almacén de Libros Escolares de Texas, a unos 20 metros del vehículo. El francotirador erró en su primer intento de acabar con la vida de Kennedy, pero no así con los siguientes.

El primer tiro, que iba a una velocidad de 55 km/h, se topó con un semáforo para golpear en el cemento y acabar sobre el testigo James Tague. Apenas 3,5 segundos después, el asesino disparó de nuevo, pero esta vez no falló. El proyectil entró por la espalda de JFK y salió por su garganta. El presidente, agonizando, se llevó las manos a esa zona del cuerpo mientras Jackie Kennedy tiraba de él para recostarlo sobre el asiento y evitar un daño aún mayor.

Sin embargo, el intento de la primera dama fue en vano. Quien apretó el gatillo era un tirador experto, a pesar del fallo inicial. El último disparo fue letal y cercenó todas las opciones de supervivencia que le quedaban al venerado presidente. La bala impactó en la cabeza y consumó uno de los mayores magnicidios de la historia.

¿Quién disparó al Presidente?

El terror se adueñó de la plaza Dealey y, por supuesto, del resto del país. Las autoridades se hicieron cargo de la investigación con premura, dadas las circunstancias. Minutos después del asesinato, Lee Harvey Oswald fue detenido como autor material del mismo. Pero las pesquisas y los procedimientos de las mismas están ocultas bajo una capa gruesa de oscuridad sobre la que aún no se ha podido arrojar un mínimo haz de luz.

Inmediatamente después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, se crea la Comisión Warren, creada por el vicepresidente – sucesor de JFK tras su muerte – Lyndon B. Johnson el 29 de noviembre de 1963. Este comité tomó su nombre del que fuera su presidente y magistrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Earl Warren.

Con Lee Harvey Oswald como único sospechoso del magnicidio, la Comisión echó a andar y a deliberar sobre la culpabilidad de este individuo y si fue el único que apretó el gatillo en aquel triste y frío mediodía de noviembre. La conclusión del comité fue que Oswald actuó sólo y suya es la autoría de los tres disparos que acabaron con la vida de JFK.

El dictamen, como ya ocurriera con el asesinato de Martin Luther King, dio pie a todo tipo de teorías alternativas que, incluso, situaban a miembros importantes de la política estadounidenses en este magnicidio, como Richard Nixon, J. Edgar Hoover – director del FBI – o incluso Lyndon B. Johnson.

Estas teorías crecieron sobremanera cuando Jack Ruby, un empresario nocturno de Texas, disparó a quemarropa a Oswald dos días después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Los agentes que custodiaban al sospechoso nada pudieron hacer por su vida, aunque Ruby fue detenido y condenado a muerte posteriormente. Sin embargo, sus abogados consiguieron la nulidad del juicio y fue procesado de nuevo por homicidio, eliminando la premeditación. Entre tanto, la Comisión dictaminó que Oswald fue el único autor del asesinato del presidente.

Las pesquisas de Garrison

La actuación de Jack Ruby llevó a infinidad de personas a considerar otras vías alternativas a la investigación de la Comisión Warren. Pero no sólo fue el a priori impulsivo asesinato de Oswald que dio pie a las teorías de la conspiración, sino que cobraron un mayor peso gracias a Jim Garrison, fiscal del distrito de Nueva Orleans.

Las pesquisas de Garrison tiraban por tierra las de la Comisión Warren. Aseguraba el magistrado que el comité juzgó los hechos sin tener en cuenta las pruebas e intentó demostrar que el asesinato de Kennedy no fue obra de un solo tirador, sino que existía un cómplice que realizó más disparos.

Este fiscal del distrito quiso tumbar la conocida teoría de la bala mágica promulgada por la Comisión Warren bajo otro nombre: Teoría de la bala única. Intentaron explicar que un solo proyectil atravesó la espalda y la garganta de Kennedy para terminar en el muslo del gobernador Connolly.

Según Garrison, una sola bala no podría producir tantos daños como hizo el primer disparo y sostenía que un tirador de élite sólo puede realizar tres tiros. Por lo tanto, se desmontaría, así, la autoría de una única persona, sino que tuvo que contar con la ayuda de otro pistolero más.

Asimismo, Jim Garrison también puso la duda sobre el dispositivo de seguridad, alegando que las medidas fueron mínimos, incluyendo el hecho de que el presidente viajara en una limusina descubierta o que el vehículo tuviera que reducir la velocidad considerablemente a su paso por la calle Elm, donde se produjeron los disparos.

Estos hechos, sumados a la paupérrima investigación del Gobierno y la pertenencia de Oswald a la CIA, apuntaban a una conspiración de los servicios secretos norteamericanos. Pero ninguna de estas teorías ha sido probada, pero la autoría del asesinato de JFK aún sigue envuelta en un voluminoso manto de misterio. Oficialmente, tal y como dictaminó la Comisión Warren, Lee Harvey Oswald fue el único autor material de los hechos. Pero la sombra de una conspiración sigue presente gracias al mencionado empresario de la noche, Jack Ruby, pero sobre todo a Jim Garrison.