El 22 de noviembre de 1963, en el clima de la Guerra Fría, asesinaban a tiros al entonces presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, en pleno paseo por Dallas a bordo de un descapotable presidencial. Tenía 46 años y era el presidente número 35 en la historia de la Casa Blanca. La versión oficial dice que quien disparó a Kennedy fue Lee Harvey Oswald, ex marine y entonces empleado del almacén Texas School Book Depository. Él lo negó siempre. No llegaron a juzgarlo, lo mató antes, también pistola en mano, Jack Ruby, un empresario con conexiones con la mafia de Chicago. La Comisión Warren, que se encargó de investigar el caso JFK, le dio carpetazo afirmando que Oswald actuó por iniciativa propia, rechazando las teorías de conspiración que lo integraban en una confabulación de alcance internacional. Pero los servicios de inteligencia habían declarado desconfiar de Oswald porque en 1959, en el año en el que Castro se alzó en el poder en Cuba, había viajado a la URSS y se había casado con Marina Prusakova, con la que luego regresó a Estados Unidos.

Oliver Stone y la transparencia

Fallecida la víctima y aquel a quien se acusaba de asesino aun sin tener todos los cabos atados, nacía el misterio. El país permaneció en un considerable estado de shock colectivo durante años tras el magnicidio, y mucho se especuló y escribió sobre Oswald y sus conexiones y motivaciones al apretar el gatillo. Lo hicieron, por ejemplo, Norman Mailer en Oswald, un misterio norteamericano, Don DeLillo en Libra o Stephen King en 22 11 63. Y el cineasta Oliver Stone llegó incluso a apuntar, en su película JFK, a un complot con la participación de la mismísima CIA. Se dice que tuvo acceso a información clasificada de esta agencia, y tal éxito alcanzó esta teoría que obligó, en 1992, al entonces presidente George H. W. Bush a promover una ley para la recopilación de documentos del asesinato de JFK (Kennedy Assassination Records Collection Act), que aprobó el Congreso, y por la que todos los archivos clasificados sobre el asesinato de ex presidente podrían publicarse 25 años después de aquella fecha. Hablamos de unos cinco millones de páginas, de las que 88% ya han visto la luz. Y aquí estamos, el pasado jueves 26 de octubre de 2017 se cumplió el plazo para mostrar el remate final. Donald Trump, como inquilino actual de la Casa Blanca, ha tenido la potestad para autorizar la publicación de los documentos. Y la ha ejercido, aunque algunas agencias federales, con las que Trump se ha llevado regular desde el inicio de su mandato, lo han presionado para que no desclasificase un 1% de los papeles, los de contenido más sensible, para preservar la identidad de espías aún vivos que estuvieron vinculados a esta investigación, o porque algunas “fuentes y métodos” utilizados por dichas agencias no deberían conocerse.

Un posible viaje a México

Así que aún se mantiene una porción de unos 300 documentos sin publicar, pero Trump ha afirmado en su cuenta de Twitter, su medio de comunicación preferido, que terminarán mostrándose a ojos de todos. Los cerca de 3.000 documentos ya expuestos, y que ahora analiza una comunidad de investigadores, podrían contener, se especula, los datos de un viaje que Oswald habría realizado dos meses antes del atentado a México, y que habría incluido visitas a las embajadas de Cuba y la URSS. ¿Estarían, entonces, ambos países involucrados en el asesinato de Kennedy? ¿Sabían el FBI y la CIA de ese viaje y no informaron de ello deliberadamente? En ese caso, ¿estaban involucradas las agencias en el asesinato o simplemente fueron negligentes? Casi dos tercios de los norteamericanos, dicen las encuestas anuales de Gallup, creen de que Oswald no actuó solo cuando asesinó a Kennedy. ¿Se confirmará la sospecha con estos papeles? No saber alimenta el misterio.