El pasado seis de febrero se conmemoró el Día Internacional contra la mutilación genital femenina. El objetivo es visibilizar su existencia, denunciar sus efectos y conseguir erradicarla. Sin embargo, si nos parece tan cruel, ¿por qué sigue existiendo? La razón está en el machismo de las prácticas socioculturales.

La mutilación genital femenina consiste en la extirpación total o parcial de la zona externa de los genitales femeninos no por motivos médicos sino patriarcales, y es considerada por esa cultura patriarcal en muchas ocasiones como el inicio del paso de niña a mujer. Es un rito de transición de la edad infantil a la edad adulta. Niñas que no pueden tomar la decisión sobre sí mismas, sino que es tomada por otras personas adultas. Si no la tienen practicada son rechazadas por su comunidad.

También conocida como ablación, es reconocida internacionalmente como una violación de los Derechos Humanos de las mujeres y niñas. Los datos lo dejan claro. Cada 11 segundos una niña es mutilada. Entre 6.000 y 8.000 mujeres cada día. Actualmente, se calcula que afecta a más de 200 millones de mujeres y niñas en todo el mundo. En los países donde se ha documentado más casos son Somalia, Egipto, Sierra Leona y Mali. No obstante, como consecuencia del fenómeno migratorio, también está presente en países occidentales a los que emigran poblaciones que la practican en origen. En el caso de la Unión Europea, la cifra ronda el medio millón, y en España 17 mil niñas están en riesgo. Asimismo, hasta 2030, más de 85 millones de niñas estarán en riesgo por esta práctica que repercute negativamente a su salud física y psicológica.

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El hecho de que la mutilación genital femenina sea ejercida contra las mujeres por el hecho de serlo, nos lleva a calificar la ablación como una forma más de ejercer la violencia machista. Sin embargo, hasta hace poco no se consideraba como tal porque se justificaba a través de prácticas culturales, y las víctimas somos nosotras, consideradas inferiores y propiedad de los varones, quedando en el olvido y dando impunidad a los perpetuadores. Además, tampoco hay que olvidar que, al darse en el ámbito del hogar, se consideraba un espacio fuera del control de los estados, un asunto privado de las familias, cerrando los ojos ante esta realidad. No ha sido hasta hace poco cuando Naciones Unidas lo ha calificado como una violación de los Derechos Humanos de las mujeres y niñas, y fue la OMS en los años 70 quién puso el punto de mira sobre ella. Sin embargo, no es hasta 1993 en el marco de la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, cuando se reconoce que las tradiciones y costumbres culturales no deben servir para atentar contra la integridad de las niñas y mujeres, y que aquellas prácticas que lo hagan deben ser eliminadas. En consecuencia, en nuestros días, la Mutilación genital femenina está prohibida en la mayoría de los países donde se practica, pero no impide que se siga practicando. De 29 países donde se practica, la ablación está prohibida en 25, pero la ley es prácticamente papel mojado. Así, por ejemplo, en Guinea se han denunciado hasta 7 casos y sólo dos han llegado a los tribunales. ¿Qué es lo que hace que esta práctica que nos parece tan aberrante se siga practicando y no existan las consecuencias adecuadas?

En el caso de la mutilación genital femenina, ha sido y es legitimada a través de creencias que justifican su mantenimiento. De hecho, muchas familias practican la ablación pensando que es una práctica positiva y beneficiosa para ellas. Creen que es lo mejor porque no se saben las consecuencias. La clave para vencer es convencer.Las familias tienen que entender que eso que les han dicho que es bueno no lo es. Para poder desmontarlo, tenemos que saber cuáles son esas creencias que llevan a pensar en la ablación como algo positivo.

En primer lugar, encontramos creencias sociales. Como se comenta al principio del artículo, se refieren a ella como un rito de iniciación de las niñas a la edad adulta, un paso para la integración en la comunidad y para el sostén de la cohesión e identidad social del grupo. Estas niñas al casarse no son consideradas puras si no están mutiladas genitalmente, lo que hace más difícil casarlas y conseguir una dote. No obstante, este argumento pierde fuerza cuando, según la OMS, hoy día se ha reducido la media de edad para la realización de esta práctica. Las razones son diversas. Entre ellas, disminuir la posible resistencia de la niña ante la mutilación, reducir los efectos traumáticos y evitar las represalias legales en los países en los que se encuentra penada.

También existen justificaciones de índole sexual. Este argumento se centra en asegurar el control de la sexualidad de las mujeres, de forma que se cerciore su virginidad y fidelidad, ligada al honor familiar. Pero es que además, algunas regiones creen que las mujeres mutiladas son más fértiles, y que la mutilación mejora y facilita el parto. Asimismo, se atiende también a la higiene, algunos pueblos consideran a las mujeres no mutiladas impuras, y se les prohíbe la manipulación de alimentos y bebidas. Por eso, en algunos países a la mutilación se la llama purificación. Pero también se alude a causas estéticas, existen argumentos que consideran los genitales femeninos faltos de belleza.

Los motivos religiosos tampoco están ausentes. Desde Occidente se equipara la ablación con el Islam, bajo la falsa creencia de que es un precepto religioso. Sin embargo, es practicada entre la población musulmana, cristiana y judía. De hecho, un tercio de los países islámicos no la practica. Es más, en el siglo XIX ya se practicaba la mutilación bajo supuestos preceptos médicos para curar la también supuesta histeria femenina. Por tanto, no es una práctica exclusiva de la comunidad africana, aunque hoy en día es donde más está extendida. Por otro lado, se ha descubierto que algunas momias egipcias del segundo milenio antes de Cristo tienen la mutilación genital femenina, por lo tanto, echa por tierra el denominador de la religión dado el espacio politeísta en el que se vivía. Por lo tanto, no es más que una manifestación de desprecio al cuerpo femenino bajo la excusa cultural de una sociedad interesada en mantener el control de la descendencia y, en consecuencia, el control de la sexualidad femenina. De hecho, aunque los argumentos esgrimidos varíen de una sociedad a otra, lo que parece claro es que esta práctica determina el rol de las mujeres dentro de sus comunidades, y este rol las sitúa en una posición desigual e inferior a la de los varones, donde el control de los cuerpos de las mujeres y de su sexualidad constituye uno de los ejes centrales para su existencia y mantenimiento.

Entre los principales peligros y consecuencias para la salud que conlleva la mutilación genital están el dolor severo, hemorragias, dificultades para orinar e incluso para defecar, posibilidad de sufrir infecciones por el empleo de instrumentos contaminados e incluso la muerte. Como las mujeres que practican la mutilación no entienden de medicina, simplemente cortan, las niñas sangran hasta fallecer por el intenso dolor provocado. Si no mueren por el dolor, pueden morir por la hemorragia, sino por la infección que ello produce. Además, según datos de la ONU, las niñas que sufren esa violencia tienen más posibilidades de contagiarse del Sida, padecer consecuencias psicológicas, desequilibrios en la menstruación, infecciones en el aparato urinario, complicaciones en el parto y problemas en su calidad de vida sexual: dificultades para lubricar, conseguir placer, etc.

No cabe duda, por tanto, de que estamos hablando de un tema de derechos humanos, un atentado contra la integridad física de las mujeres, y una violación de sus derechos sexuales y reproductivos cuyas consecuencias perjudican y marcan los cuerpos y vidas de las mujeres. Por tanto, es importante conseguir su erradicación.

*Jessica Murillo está especializada en el ámbito de la comunicación y la formación con enfoque de género