Hay 189 días mundiales proclamados por la ONU en el calendario. Muchos, quizás demasiados. Cada estado miembro tiene la opción de celebrarlo de la forma que quiera o simplemente ignorarlo. Uno reivindica el uso de la bicicleta, otro recuerda que existe la propiedad intelectual. En ese enorme listado también aparece el día del Atún que alude a la necesidad de una gestión sostenible en nuestros mares. Entre los más promocionados está el 5 de junio, el Día Mundial del Medio Ambiente.

Este año el lema es “Sin contaminación por plásticos”. Podría ser un artículo de la constitución pero no, simplemente es una declaración de intenciones y una oportunidad para reivindicar un medio ambiente sano.

Oliver Franklin – Wallis en su libro Vertedero dice: “Los plásticos no acaban solo como residuos, sino que empiezan como residuos”. Explica que no es un solo material, que hay decenas de miles de tipos de plásticos que varían en su forma, toxicidad o función. Es barato, elástico, liviano, duradero y adaptable a infinidad de formatos.

En un inicio con la utilización del plástico se buscaba la perdurabilidad. Enseguida el consumismo inmediato, la comodidad, la velocidad del desarrollismo provocó el cambio hacia un solo uso. El plástico ocupó la sociedad e inoculó todo su sistema circulatorio. Sigue ahí. Es una obsolescencia inmediata. Usamos y tiramos, pero ¿dónde?

Algunos datos que es interesante conocer. Cada segundo en el mundo se venden 20.000 botellas de plástico, 480.000 millones al año. Naciones Unidas señala una producción de 400 millones de toneladas de este material, la mitad de un solo uso. Solo el 10% se recicla. También ofrece datos inquietantes: alrededor de 11 millones de toneladas de desechos plásticos acaban cada año en ríos, lagos y mares e ingerimos 50.000 partículas de plástico en doce meses, cifra que aumentaría si se contabilizaran las inhaladas.

Este es el escenario en el que nos movemos, aceptando o siendo cómplices de una contaminación silenciosa que afecta a la salud, la biodiversidad y los ecosistemas.

Somos inductores del traslado de una gran parte de los residuos que generamos a otros países menos desarrollados ahondando en una brecha de desigualdad que aumenta con el paso del tiempo. Eso sí, luego construimos barreras infranqueables para impedir que los que buscan huir de la miseria a la que les hemos condenado en nombre de nuestro sagrado bienestar, alcancen una mínima supervivencia.

La hipocresía de la responsabilidad en la contaminación de nuestro planeta es indecente. Concienciación, educación ambiental, responsabilidad, solidaridad. Mientras, en los consejos de administración de las multinacionales los grandes popes acarician el gato con una media sonrisa provocada por el incremento de sus beneficios. Seguirán poniendo en el mercado todo el plástico que quieran, no hay problema. Nadie los mira. Si lo hacen presionan, pagan la propina del banquete y siguen.

En un momento alguien decidió que había que trasladar la responsabilidad de los inconvenientes de un inmenso e infinito negocio a la conciencia de los clientes. Reciclemos. Si se hace mal no es problema del que coloca el producto en el mercado, faltaría más. Los poderosos tienen claro que son los responsables del contenido, el que ofrece mayor beneficio. El continente, que también los tiene, que lo gestionen otros como puedan o sepan.

Franklin Wallis escribe en el libro mencionado al principio de este artículo lo siguiente: “Con el paso de los años surgió una especie de manual estratégico: las empresas de plásticos hacían grandes promesas sobre un cambio a un mayor contenido reciclado e incluso abrían nuevas empresas de reciclaje, solo para abandonarlas cuando la atención ya se había disipado”.

Acertar con un buen diagnóstico exige disponer de una buena información. Para conseguirla debemos eliminar interferencias, muchas interesadas, que nos ofrezcan un panorama limpio que permita aportar soluciones. Si los informes son de parte dispondremos de una distorsión de tal calibre que será imposible resolver el problema.

Un ejemplo lo tenemos en nuestro país. Existen informes que aseguran que la tasa de reciclaje de los envases de plástico es del 89%, mientras que otros afirman que nada más se recicla el 35% de los envases de plástico. Las cifras oficiales ofrecen el dato del 41,3%. El resto acaba enterrado en vertederos, trasladado a otros países, en masas de agua o incinerados.

España tiene que seguir avanzando en el cumplimiento de los objetivos que marcan las directivas europeas. Según las nuevas normas, en 2030 todos los envases (excepto los de madera ligera, corcho, textil, caucho, cerámica, porcelana y cera) tendrán que ser reciclables cumpliendo unos criterios estrictos.

En la Comunidad de Madrid los indicadores relacionados con el tratamiento de los residuos, los niveles de recuperación de materiales y los depósitos en vertedero coinciden en que son de los peores de España. Llama la atención que siendo la región con el PIB per cápita más alto tenga unos datos tan malos.  Algo está fallando.

El Gobierno de la Comunidad lleva 30 años en manos del PP. No han sido capaces de generar un modelo alternativo que gestione de forma eficiente los residuos generados. Su mala política y falta de planificación la pagan los ayuntamientos y los vecinos. Apostaron por las mancomunidades y dejaron solos a los municipios en el tratamiento de los residuos en un territorio tan densamente poblado.  

Una posible solución sería la creación de un consorcio regional para optimizar la gestión pública apostando por un modelo basado en la valorización, reducción y recogida selectiva de los residuos. Es tiempo de actuar.

Álvaro Abril
Secretario de transición justa y medio ambiente del PSOE de Madrid

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