Castilla-La Mancha es una de las regiones con mayor riqueza arqueológica de Europa. Bajo sus campos y colinas reposan los vestigios de las civilizaciones que dieron forma a la historia peninsular: íberos, romanos, visigodos, musulmanes y cristianos dejaron aquí su huella en forma de ciudades, templos, murallas y mosaicos que aún hoy dialogan con el paisaje. Los parques arqueológicos de Castilla-La Mancha, junto con sus yacimientos visitables, conforman una red única que permite viajar en el tiempo sin salir de la región. Desde la solemnidad romana de Segóbriga hasta la fortaleza medieval de Alarcos, pasando por la ciudad visigoda de Recópolis o la villa romana de Carranque, cada enclave invita a descubrir cómo se forjó la identidad cultural de este territorio.
Hoy, gracias a la realidad virtual y la realidad aumentada, la arqueología se abre al visitante con una mirada renovada. Las reconstrucciones digitales permiten caminar por templos desaparecidos, contemplar los colores originales de los mosaicos y revivir la vida cotidiana de hace dos mil años. A ello se suman propuestas didácticas, visitas teatralizadas y talleres que hacen de estos lugares una experiencia para todas las edades. Los parques arqueológicos de Castilla-La Mancha ya no son solo escenarios del pasado, sino auténticos museos al aire libre donde historia, tecnología y turismo se dan la mano para mantener viva la memoria del tiempo.
En pleno corazón de La Sagra toledana, muy cerca del río Guadarrama, el Parque Arqueológico de Carranque guarda uno de los conjuntos romanos más fascinantes de la Península Ibérica. Descubierto a finales del siglo XX, este enclave ofrece una ventana directa al lujo, la arquitectura y la vida cotidiana de las élites romanas en los últimos siglos del Imperio. Su origen se remonta al siglo IV d.C., cuando un influyente funcionario imperial, Materno Cinegio, mandó construir una villa que reflejara su posición y prestigio.
El visitante puede recorrer las estancias pavimentadas con mosaicos excepcionales, entre los que destacan escenas mitológicas como las de Aquiles en Esciros o la hospitalidad de Filemón y Baucis. Estas obras, conservadas con un grado de detalle extraordinario, convierten a Carranque en un referente del arte musivo romano en Hispania. A su lado, los restos del mausoleo y el edificio palacial, junto al centro de interpretación, permiten reconstruir cómo era la vida en una propiedad rural aristocrática: la gestión agrícola, los rituales domésticos y la conexión entre lo terrenal y lo divino.
Más allá de la visita arqueológica, el parque se ha convertido en un auténtico espacio cultural y educativo. Las rutas guiadas combinan rigor histórico y recreaciones interactivas, con actividades específicas para familias y escolares. Las herramientas de realidad aumentada y virtual devuelven el color y la monumentalidad a los edificios originales, logrando que el visitante se sumerja en un pasado que parece despertar ante sus ojos.
Carranque se integra también en el tejido turístico y natural de la comarca, ofreciendo un punto de partida perfecto para explorar Toledo y los paisajes del Tajo, o para enlazar con rutas culturales y gastronómicas por los pueblos de La Sagra. Entre historia, naturaleza y nuevas tecnologías, la villa romana de Carranque demuestra que el legado del Imperio sigue vivo, adaptado al siglo XXI.
En el término conquense de Saelices, emergiendo entre los campos dorados de La Mancha, se alza Segóbriga, una de las ciudades romanas mejor conservadas de Hispania y un auténtico referente para entender la vida urbana en el interior del Imperio. Nació como oppidum celtibérico antes de la llegada de Roma, pero fue bajo Augusto cuando alcanzó su máximo esplendor: se convirtió en el epicentro administrativo, económico y cultural de una amplia región minera donde se extraía lapis specularis, el yeso traslúcido con el que los romanos acristalaban sus ventanas.
Pasear hoy por Segóbriga es recorrer una ciudad viva. El visitante puede sentarse en las gradas del teatro romano, con capacidad para unas 2.000 personas, o caminar hasta el anfiteatro, donde los juegos gladiatorios congregaban a toda la población. El foro, corazón político y religioso de la urbe, conserva templos, basílicas y tabernas que evocan el bullicio de un pasado donde la vida cotidiana transcurría entre discursos, comercio y espectáculos.

El centro de interpretación, situado en la entrada del parque arqueológico, ofrece una visita interactiva que combina maquetas, audiovisuales y reconstrucciones virtuales. Las herramientas de realidad aumentada permiten contemplar cómo eran las calles y los edificios en su momento de mayor esplendor, devolviendo al paisaje la monumentalidad perdida. Durante los meses de verano, el recinto acoge también visitas nocturnas y representaciones teatrales, que reviven el espíritu del lugar bajo la luz de las estrellas.
Segóbriga no es solo una lección de historia, sino una experiencia inmersiva que invita a imaginar cómo se vivía hace dos milenios en el centro de la península. Desde sus graderíos y templos, el visitante comprende que el tiempo no ha borrado la grandeza romana: simplemente la ha transformado en un patrimonio abierto, vibrante y accesible.
En las afueras de Ciudad Real, sobre una colina que domina el valle del Guadiana, el Parque Arqueológico de Alarcos guarda entre sus ruinas los ecos de una de las contiendas más decisivas de la Edad Media: la batalla de Alarcos (1195), en la que las tropas de Alfonso VIII fueron derrotadas por el ejército almohade. Aquel enfrentamiento marcó el equilibrio de poder en la península durante décadas, y hoy el visitante puede recorrer el escenario donde se libró, acompañado de senderos, paneles explicativos y una moderna proyección audiovisual que ayuda a entender la magnitud de los hechos.
El yacimiento, sin embargo, es mucho más que un campo de batalla. En el cerro se superponen los restos de una ciudad ibérica, un asentamiento medieval y una fortaleza cristiana que dominaba la llanura manchega. Las murallas, las torres y los cimientos del castillo de Alarcos aún se levantan sobre el horizonte, recordando la importancia estratégica del enclave. Junto a ellos se alzan las ruinas de la iglesia de Santa María de Alarcos, un templo inacabado del siglo XIII que combina elementos románicos y góticos y ofrece una de las panorámicas más bellas del entorno.
El parque cuenta con un centro de interpretación que utiliza recursos de realidad virtual y aumentada para reconstruir la evolución del lugar desde la Antigüedad hasta la Edad Media. Las recreaciones permiten visualizar el trazado original de la ciudad ibérica, la expansión islámica o la configuración del recinto cristiano tras la batalla. Durante el verano, la experiencia se amplía con visitas teatralizadas y actividades divulgativas que implican a toda la familia.
Alarcos es un punto de encuentro entre el pasado y el paisaje: un espacio donde la arqueología y la memoria se mezclan para recordar que la historia de Castilla-La Mancha no solo se conserva bajo la tierra, sino también en la mirada de quienes la redescubren paso a paso.
En el término municipal de Hellín, entre los pliegues de la Sierra del Segura y las llanuras del sureste albaceteño, se alza el Tolmo de Minateda, uno de los enclaves arqueológicos más complejos y fascinantes de Castilla-La Mancha. Su historia abarca más de tres mil años de ocupación continuada, desde los primeros poblados de la Edad del Bronce hasta la época islámica. Cada capa de tierra revela una civilización distinta: íberos, romanos, visigodos y andalusíes dejaron aquí su huella, convirtiendo este cerro en un verdadero compendio de la historia peninsular.
El visitante puede recorrer los restos de la ciudad visigoda de Ilunum, con sus viviendas, murallas y basílica paleocristiana, una de las mejor conservadas de la península. También se conservan estructuras romanas y defensas medievales que muestran cómo el asentamiento fue adaptándose a los cambios políticos y culturales de cada época. Todo ello se explica de forma didáctica en el centro de interpretación, donde la realidad aumentada permite reconstruir el aspecto original de los edificios y las calles.

El entorno natural del Tolmo añade un atractivo más a la visita. Muy cerca se encuentran los Abrigos Rupestres de Minateda, declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO dentro del Arte Rupestre del Arco Mediterráneo, con más de seiscientas figuras pintadas hace más de 7.000 años. Además, el parque ofrece rutas señalizadas y talleres para escolares, convirtiendo la arqueología en una experiencia accesible, educativa y viva.
Caminar por el Tolmo de Minateda es hacerlo por un lugar donde el tiempo se amontona en cada piedra. Su horizonte, que domina el valle del Mundo y del Segura, permite entender por qué tantos pueblos eligieron este cerro como su hogar y fortaleza. Aquí, el pasado no pertenece solo a los libros: se levanta frente al visitante, tangible, bajo el sol del sureste manchego.
A orillas del río Tajo, en el municipio de Zorita de los Canes (Guadalajara), se levantan los restos de Recópolis, la única ciudad de fundación visigoda conocida en Europa occidental. Fue erigida en el año 578 por el rey Leovigildo en honor a su hijo Recaredo, y concebida como símbolo del poder real y de la unidad del reino visigodo. Desde entonces, su historia refleja la transformación de la península: de ciudad palatina y centro administrativo a enclave andalusí, hasta su progresivo abandono tras la Edad Media.
El recorrido por Recópolis permite reconocer los vestigios de un urbanismo excepcional para su época: el palacio real, la basílica visigoda, los restos de talleres y viviendas, y una compleja red de calles que sorprende por su trazado planificado. El enclave ofrece también vistas privilegiadas sobre el castillo de Zorita y el cauce del Tajo, donde la historia se funde con el paisaje natural.
El Centro de Interpretación de Recópolis, situado en el propio parque arqueológico, guía al visitante mediante una experiencia inmersiva en realidad virtual y aumentada. Las reconstrucciones digitales permiten pasear por la ciudad tal y como fue hace más de mil cuatrocientos años, observar sus templos, mercados y defensas, y comprender cómo se desarrolló una cultura que enlazó el mundo clásico con la Edad Media.
La visita se completa con senderos señalizados, zonas de descanso y actividades divulgativas para todas las edades. A poca distancia, el castillo califal de Zorita ofrece una extensión natural del itinerario, mostrando la continuidad entre el pasado visigodo y el islámico. Recópolis es, en definitiva, un lugar donde la historia no se contempla: se revive, entre ruinas que aún conservan la grandeza de un reino desaparecido.
En el municipio albaceteño de Lezuza, entre campos de cereal y suaves lomas, se encuentra el Parque Arqueológico de Libisosa, un yacimiento que permite contemplar de un solo vistazo la evolución de una ciudad desde su fundación íbera hasta su plena integración en el mundo romano. El enclave, estratégicamente situado sobre una elevación natural que domina el valle del río Jardín, fue un importante núcleo urbano y militar, reflejo de los cambios políticos y culturales que transformaron la península entre los siglos IV a. C. y II d. C.
Los trabajos arqueológicos han sacado a la luz un poblado íbero fortificado, con viviendas adosadas a la muralla y calles pavimentadas, además de una posterior colonia romana con restos de domus, almacenes, aljibes y un foro monumental. En el recorrido, los visitantes pueden distinguir las huellas de cada periodo, con explicaciones que ayudan a imaginar la vida cotidiana en una ciudad donde convivieron soldados, artesanos y comerciantes.

El Centro de Interpretación de Libisosa ofrece un recorrido interactivo por la historia del yacimiento y una experiencia de realidad aumentada que recrea los espacios desaparecidos. Las reconstrucciones digitales muestran cómo se transformó el urbanismo, las técnicas constructivas y los modos de vida entre el mundo íbero y el romano.
Además, la visita se enmarca en un entorno rural de gran atractivo, ideal para complementar la experiencia arqueológica con una inmersión en la gastronomía local. Los productos de la comarca, desde los vinos de la Denominación de Origen Almansa hasta los platos tradicionales elaborados con cordero manchego, convierten la escapada a Libisosa en una experiencia completa que une historia, paisaje y sabor.
A pocos kilómetros de Valdepeñas, sobre una colina que domina el valle del río Jabalón, se extiende el Cerro de las Cabezas, un yacimiento excepcional que permite asomarse al mundo íbero en su estado más puro. Este enclave, habitado entre los siglos VII y II a. C., conserva intacta la trama urbana de una antigua ciudad fortificada que nunca llegó a romanizarse, lo que la convierte en una auténtica cápsula del tiempo para comprender cómo vivían los pueblos prerromanos en la península.
El recorrido por el parque arqueológico muestra una urbe perfectamente planificada, con calles empedradas, viviendas adosadas y una muralla monumental de más de un kilómetro de perímetro. Los restos de talleres metalúrgicos, molinos de cereal o cisternas excavadas en la roca revelan la complejidad económica y social de una comunidad que alcanzó un notable desarrollo antes de su abandono definitivo.
Gracias a la realidad aumentada y virtual, los visitantes pueden contemplar reconstrucciones digitales que devuelven a la vida las murallas, los templos y las casas íberas. El centro de interpretación, situado al pie del cerro, ofrece además una completa exposición sobre la cultura íbera y los hallazgos más destacados, desde cerámicas decoradas hasta armamento y objetos rituales.
El entorno natural que rodea al Cerro de las Cabezas invita también a prolongar la visita con rutas de senderismo o degustaciones en las bodegas de Valdepeñas, donde la historia y el vino se entrelazan. Un destino que aúna arqueología, paisaje y cultura vinícola en el corazón de Castilla-La Mancha.
Además de los parques arqueológicos integrados en la red regional, Castilla-La Mancha custodia otros yacimientos que sorprenden por su singularidad y por el modo en que revelan etapas clave de la historia peninsular. Entre ellos, destaca la Villa Romana de Noheda, en Villar de Domingo García (Cuenca), célebre por albergar los mosaicos figurados más espectaculares del Imperio Romano. Con más de 200 metros cuadrados de extensión, representan escenas mitológicas con un nivel de detalle y colorido que rivaliza con los grandes ejemplos de Pompeya o Túnez. Su estado de conservación y su compleja iconografía convierten la visita en una auténtica lección de arte clásico.
En Daimiel (Ciudad Real), la Motilla del Azuer nos transporta aún más atrás en el tiempo, hasta la Edad del Bronce, unos 4.000 años atrás. Este asentamiento fortificado, de planta circular y torre central, fue erigido para proteger un pozo subterráneo, considerado el más antiguo de la península ibérica. Su estructura defensiva y su sistema de almacenamiento de agua muestran la capacidad de adaptación de las primeras comunidades agrícolas a un entorno cambiante y desafiante.
Ambos enclaves representan dos caras de la historia antigua de la región: el esplendor romano y la ingeniería prehistórica. Ambos son hoy espacios visitables que integran tecnología, divulgación y paisaje, y que completan la extraordinaria ruta arqueológica de Castilla-La Mancha, una tierra donde la memoria se excava, se restaura y, sobre todo, se vive.
 
     
     
    Visitar los parques y yacimientos arqueológicos de Castilla-La Mancha es recorrer un libro de historia abierto al aire libre, donde cada piedra, mosaico o muralla narra el pulso de quienes levantaron los cimientos de la civilización. Desde las urbes íberas del sur hasta las villas romanas del norte, pasando por fortalezas medievales o ciudades visigodas, el mapa arqueológico de la región traza una línea de tiempo que se entrelaza con los paisajes naturales y las costumbres de hoy.
Gracias a la realidad virtual y aumentada, el visitante ya no solo observa los restos del pasado: los habita. Los anfiteatros vuelven a llenarse de público, los mosaicos se iluminan con los colores que tuvieron hace siglos y las antiguas torres defensivas se levantan ante los ojos del viajero como si el tiempo se plegara. La tecnología, aliada con la investigación y la conservación, convierte la experiencia en una inmersión total en la historia viva de la región.
Estos espacios, distribuidos por las cinco provincias, forman una red que va más allá del turismo cultural: son lugares de encuentro, de aprendizaje y de emoción. Lugares que inspiran respeto por lo que fuimos y curiosidad por lo que aún queda por descubrir bajo la tierra.
Fotos: ©Turismo Castilla-La Mancha, David Blázquez.
 
     
     
     
     
     
     
    