Cuando cae la noche sobre Molina de Aragón, una nueva luz dibuja su silueta sobre la ladera. Desde el imponente castillo que vigila el valle hasta las viejas torres que asoman entre tejados medievales, todo parece latir distinto bajo la nueva iluminación artística que realza su perfil cada noche, los 365 días del año. Pero en esta joya de la provincia de Guadalajara no es solo la piedra la que brilla: también lo hacen sus paisajes, su historia y el alma de un pueblo que fue frontera, leyenda y hoy, destino imprescindible.
A veces aparece en las noticias por registrar las temperaturas más gélidas del país. Sin embargo, Molina de Aragón es mucho más que un dato meteorológico: es la puerta monumental al Alto Tajo, corazón de un geoparque único, sede de un Parador con vistas privilegiadas y uno de los pueblos más mágicos de Castilla-La Mancha. Aquí empieza el viaje.
Las ciudades con castillo tienen algo que las eleva. En Molina de Aragón, esa fortaleza domina no solo el paisaje, sino también la historia. Una de las más monumentales de España, su castillo fue frontera entre reinos, bastión estratégico durante la Edad Media y refugio de leyendas. Hoy, completamente visitable, su silueta refulge cada noche gracias a la nueva iluminación artística que transforma la panorámica de la ciudad y la convierte en un espectáculo visual hasta la medianoche, los 365 días del año.
Pero el faro de Molina no solo es de piedra. También es natural. Porque este municipio no se entiende sin el entorno que lo abraza: el Parque Natural del Alto Tajo, una de las grandes reservas ecológicas de la Península. Gargantas de vértigo, hoces fluviales y un mosaico de ecosistemas convierten esta comarca en un paraíso para senderistas, geólogos y amantes de la biodiversidad. No en vano, el Alto Tajo forma parte de la Red Mundial de Geoparques de la UNESCO, y Molina late en su centro, como una brújula orientada al origen de los tiempos.
En sus callejuelas se entrelazan el pasado judío, cristiano y musulmán. Iglesias románicas como la de Santa Clara, puertas medievales, conventos y palacios del siglo XVIII refuerzan esa idea de que Molina de Aragón es un libro abierto sobre la historia de España, con capítulos grabados en piedra, en agua y en fuego. Porque en esta tierra de extremos, las temperaturas pueden desplomarse, pero la belleza nunca cae.
Dominando la ciudad desde el cerro sobre el valle del río Gallo, el castillo de Molina de Aragón (o fortaleza de Molina de los Caballeros) es uno de los monumentos más emblemáticos del Alto Tajo. Su origen se remonta a un antiguo alcázar musulmán erigido entre los siglos X y XI, edificado sobre restos de un castro celtibérico. Enriquezado en la época cristiana por los Señores de Molina—especialmente Doña Blanca—el conjunto presenta dos recintos defensivos: la albacara exterior y el recinto interior con seis torres (de las cuales aún se conservan cuatro) comunicadas por adarves almenados.
La visita al castillo requiere reserva previa en la Oficina de Turismo (grupo mínimo de 10 personas) y permite recorrer murallas, torres restauradas y espacios reconstruidos, con vistas panorámicas del casco antiguo y del paisaje que rodea Molina.
Molina conserva también fragmentos de su antigua muralla urbana que dibujaban los límites de la ciudad medieval. Algunas puertas como la de Baños, el Chorrillo o la del Carmen aún delimitaban su cerco defensivo frente a las intrusiones desde el valle.
Uno de los iconos más fotogénicos es el Puente Románico (o Puente Viejo), construido en arenisca roja local, con tres arcos escarzanos que salvan el cauce del río Gallo y conectan el casco antiguo con el barrio del Arrabal. Su estructura y materialidad lo han convertido en símbolo de la villa.
En el trazado urbano de Molina laten templos y conventos que narran siglos de fe y poder. La iglesia de Santa Clara, parte del antiguo convento de Claras, conserva elementos tardorrománicos: su portada sur, fabricada en sillares de arenisca, exhibe arquivoltas y capiteles vegetales.
También destacan el monasterio de San Francisco, la parroquia de San Gil y la iglesia de San Martín, obras que integran estilos románico, gótico, renacentista y barroco en un mismo tejido urbano.
El casco antiguo, con sus callejuelas empedradas, balcones de piedra y restos de barrios morisco y judío, completa el recorrido histórico. En él se percibe la superposición de culturas y períodos: la morería, la judería, plazas estrechas que desembocan en miradores, y la estructura defensiva de una villa que supo protegerse frente al paso del tiempo.
Fotos: Turismo Castilla-La Mancha, David Blázquez
La historia de Molina de Aragón se entrelaza con la gesta épica más célebre de la literatura castellana: el Cantar de Mio Cid. El poema cita a la villa cuando Rodrigo Díaz de Vivar cruza estas tierras camino del destierro, lo que convierte a Molina en un enclave esencial en la narración del héroe castellano. El Cid pasa por la comarca del Alto Tajo, al frente de sus huestes, camino hacia tierras moras. Su presencia quedó grabada en los versos medievales y aún resuena en la memoria cultural de la zona.
Este vínculo literario y legendario se mantiene vivo a través de la Ruta del Cid, un itinerario turístico-cultural que recorre los lugares que aparecen en el poema y que sigue los pasos del caballero medieval desde Burgos hasta la costa levantina. Molina de Aragón es una parada destacada dentro del tramo de "Tierras de Frontera", donde se percibe la importancia geoestratégica del territorio en los siglos XI y XII. La ciudad forma parte tanto del recorrido para viajeros como del itinerario BTT para cicloturistas, con señalización específica y recursos patrimoniales integrados en la experiencia.
Molina de Aragón pertenece a la Red de Pueblos Mágicos de España, una distinción que reconoce a municipios con encanto, historia y tradiciones vivas. Su integración en esta red refuerza su identidad como destino turístico que conjuga patrimonio monumental, naturaleza singular y legado cultural. En Molina se unen la arquitectura medieval, las leyendas del Cid, la fortaleza castellana y la vitalidad de sus gentes, lo que la convierte en un lugar con alma propia.
La agenda festiva de Molina conserva celebraciones únicas, como la tradicional Feria Medieval, que cada año transforma el casco antiguo en un viaje al pasado. También destaca la Semana Santa, con procesiones de gran arraigo, y las fiestas patronales en honor a la Virgen de la Hoz, que mezclan fervor religioso con romerías populares. En invierno, la festividad de San Blas y otras celebraciones como las hogueras de San Antón aportan calidez a una localidad conocida por sus gélidas temperaturas, pero con un calendario cultural que permanece vibrante durante todo el año.
En 2023, Molina de Aragón celebró la llegada de un nuevo emblema a su historia: la inauguración del Parador Nacional. Ubicado en una posición estratégica junto al casco histórico, el establecimiento recupera el espíritu de la arquitectura tradicional castellana y se integra con sobriedad y respeto en el entorno monumental de la ciudad. Este nuevo Parador no solo pone en valor la belleza paisajística de la comarca del Alto Tajo, sino que actúa como revulsivo económico y social, reforzando la apuesta de Molina por un turismo sostenible y de calidad.
El edificio, de nueva planta, combina elementos constructivos contemporáneos con materiales nobles como la piedra o la madera, logrando una armonía visual con el paisaje urbano y natural. Desde sus estancias se puede contemplar una de las vistas más impresionantes del castillo y la vega del Gallo, haciendo del propio alojamiento una experiencia inmersiva. Con 22 habitaciones y todos los servicios característicos de la red de Paradores —restaurante, espacios comunes, zonas de descanso—, el Parador de Molina está concebido como un lugar para desconectar y redescubrir el entorno.
Más allá de su función hotelera, el Parador se proyecta como dinamizador cultural y punto de encuentro para visitantes y población local. Su apertura ha situado a Molina de Aragón en el mapa de los grandes destinos patrimoniales del interior peninsular, y refuerza la vocación de la localidad por conservar, promover y vivir su historia sin renunciar al futuro.
A las puertas de Molina de Aragón se extiende uno de los tesoros naturales mejor conservados de la península ibérica: el Parque Natural del Alto Tajo. Sus cañones fluviales, bosques de pinos y sabinas, cortados de roca y senderos infinitos convierten este espacio protegido en un enclave privilegiado para el ecoturismo, la observación de aves, el montañismo o simplemente el deleite contemplativo. Aquí, el río Tajo nace joven, salvaje, abriéndose paso entre hoces de vértigo que mudan de color con cada estación.
Pero el Alto Tajo no es solo un parque natural: también es Geoparque Mundial de la UNESCO, una distinción que reconoce la singularidad de sus formaciones geológicas y su riqueza paleontológica. En esta comarca se encuentran restos fósiles de hace más de 400 millones de años, antiguos fondos marinos, cuevas con arte rupestre y miradores que cuentan la historia de la Tierra. Un museo al aire libre con el que Molina de Aragón comparte identidad y territorio.
Quienes conocen Molina solo por figurar en los mapas meteorológicos como una de las localidades más frías de España no se imaginan el calor de su acogida ni la riqueza de su entorno. Lejos de ser solo un dato climático anecdótico, el frescor invernal de Molina es la antesala de un destino que sorprende con cielos límpidos, naturaleza intacta, patrimonio monumental y tradiciones vivas. Hay vida, mucha vida, más allá del termómetro.
Y esa vida también se saborea: los productos de la tierra y la cocina tradicional de Molina de Aragón completan la experiencia. Truchas del Tajo, carnes de caza, migas, guisos serranos, setas en temporada o el célebre cabrito al horno componen una oferta gastronómica ligada al territorio, sin artificios y con raíces profundas. Comer en Molina es, también, entenderla.
Fotos: Turismo Castilla-La Mancha, David Blázquez
Cada noche, al caer el sol, las murallas de Molina de Aragón se encienden como una constelación de piedra que vigila el corazón del Alto Tajo. Es mucho más que una nueva iluminación artística: es un símbolo. Molina brilla porque tiene razones para hacerlo. Su castillo altivo, su casco histórico intacto, su naturaleza sin domesticar y su orgullo cultural la convierten en uno de esos lugares que no necesitan disfraz, solo ser mirados con otros ojos.
En un país donde tantos destinos luchan por diferenciarse, Molina lo tiene claro: aquí la historia no es decorado, la naturaleza no es atrezo y la identidad no es marketing. Es un pueblo que no compite, simplemente resiste. Que no presume, pero emociona.
Y es ahora, con su Parador recién inaugurado, con su papel destacado en la Ruta del Cid, con su pertenencia a la red de Pueblos Mágicos y con su paisaje elevado a Geoparque, cuando Molina se vuelve irrenunciable. No por moda, sino por memoria. No por postureo, sino por raíz.
Porque si alguna vez creímos que Molina era solo la capital del frío, quizá sea hora de reconocer que también lo es de la autenticidad.