Stalin y Churchill. Estos son los dos políticos a los que Leo Harlem -dicho por él mismo- habría sido incapaz de hacer reír. El humorista y actor nos recibe sentado frente a la cámara, con las manos en las rodillas y un sorpresivo gesto cansado fruto de días de mucho ajetreo que apenas tarda unos segundos en desaparecer. Parece que fuera a hacer una confesión, sin embargo, poco o nada tiene que esconder. “¿Un momento o una anécdota que nunca hayas revelado?”, le preguntamos. “No hay nada así… Una vez de chaval me caí al río y casi me ahogo”, responde espontáneo.

No es ninguna locura decir que el cómico no necesita altavoces a estas alturas. Sin embargo, agradece la labor a todos y cada uno de los periodistas que vamos entrando en la sala. “A darle candela”, nos sonríe cuando terminamos la conversación. “Claro que sí, vamos a ello”, o algo similar parece decir a la compañera de prensa que entrevista detrás de nosotros. Y es que, tal y como reconoce a ElPlural.com, siente “mucho respeto” por el trabajo, por “cualquiera”.

Conciencia de clase

No te voy a decir que tenga conciencia de clase, pero siempre he tenido mucho cuidado con las cosas, porque cuando éstas cuestan valoras mucho el trabajo y el esfuerzo. Yo siempre he trabajado (de joven lo hacía en el bar de su padre), mis hermanos igual, mi padre, mi madre como planchadora… No considero que tenga conciencia de clase, porque el concepto proletario ha desaparecido. Quiero decir, ahora la gente no duerme en las fábricas, tiene un convenio colectivo, sus vacaciones, derecho a paro… Se vive de otra forma”, expone.

“Pero sí que siento un respeto enorme por el trabajo y lo que implica para todo el mundo. Porque aquí no se regala nada. Al señor que le dan dos millones de euros es porque genera tres, cuatro o cinco; al que le dan 2.000 es porque genera otra cantidad similar. Por lo tanto, todo lo que se gana honradamente me parece algo absolutamente respetable”, señala; aunque mantiene no guardar ese sentimiento de “compañero del metal” ni de “a la huelga general” ni tener esa “conciencia de clase como colectivo que vamos a la lucha”, porque "además yo soy autónomo" y “ahí hay un batiburrillo en el que hay de todo”. “Pero siempre he sentido ese respeto por lo que hacen los demás: si voy a un bar por el trabajo de los camareros; un barrendero, un celador… Da exactamente igual”.

El concepto de proletario ha desaparecido

Leonardo Gonzáles Feliz (Leo Harlem) es de Matarrosa del Sil, perteneciente al municipio de Toreno, en la provincia de León y, más concretamente, de El Bierzo. Podría decirse que las masas le empiezan a conocer cuando actúa en el Club de la Comedia y lo retransmite La Sexta. Después, ha participado de programas y de películas por doquier -además de seguir con los monólogos-, por lo que su evolución en el mundo del espectáculo ha sido también en parte la de la televisión y el cine español. Pese a ello, reconoce que “lo que más le gusta” es la radio: “Me habría encantado tener un programa de radio en el que cada día viniera un invitado, porque creo que todo el mundo tiene algo que aportar”.

El tema central de la entrevista es el estreno este 2 de junio de Como Dios manda, una película en la que se mete en la piel de Andrés Cuadrado, un trabajador de la Hacienda Pública que tras las quejas de una compañera por trato machista hacia ella es derivado al Ministerio de Igualdad. Ultraconservador, ultracatólico, homófobo y racista, no entiende que su hijo sea trans ni que su mujer pida el divorcio, porque ambas cosas -así como otras que se van desarrollando en la trama- no se conciben en su mundo.

La trama, dirigida por Paz Jiménez en el que es su debut como directora y de cuyo reparto forman parte Daniel Pérez Prada, Stéphanie Magnin, María Morales, Julián Villagrán o Maribel Salas entre otros, construye la crítica social a partir del humor y la sorna. Sin embargo, viene muy a cuento, “demasiado” tal y como coincidimos entrevistador y entrevistado por los insultos racistas de las últimas semanas en el fútbol o el avance de la extrema derecha en España después del 28M.

Siempre dejando fuera de sus reflexiones a la gente extra radicalizada que protagoniza estas escenas lamentables, el intérprete asegura que todavía hay gente con la mente muy cerrada: “Hay gente muy reacia a los cambios, por el motivo que sea, a veces educación, otras el entorno en el que se han formado… Esto no va de culpabilizar, pero hay gente a la que el mundo y las transformaciones le desbordan. Y pasa en ambas direcciones, en hombres por supuesto, pero también hay mujeres que tienen todavía esa estructura mental de no permitir que el marido haga labores, que para ellas es una humillación que vaya mal planchado, etc; aunque la sociedad avanza inevitablemente y, por supuesto, afortunadamente”.

El humor y los clichés: ¿“Cuñadimo” o “piel muy fina”?

¿Puede el humor fomentar ciertos clichés? ¿Ha evolucionado el humor español? ¿Hay que ‘distinguir’ ficción de realidad? ¿Es decir, tenemos la piel “muy fina” o alzar la voz según qué chistes es también un reflejo del progreso como sociedad? Son muchas las preguntas que nos surgen y no demasiado el tiempo del que disponemos, pero no importa porque Harlem habla tan rápido en el tú a tú como frente al público, tanto que a veces cuesta seguirle el ritmo, pero no es impedimento, pues el mensaje que quiere transmitir es muy claro.

Lo primero que pide es “diferenciar” cuando un chiste lleva mala intención y cuándo no, y sobre lo segundo, aunque no es ajeno a que sigue existiendo ese “cuñadismo”, celebra que en sus dos décadas de carrera ha visto una “evolución” pese a que el asunto sea más complejo de lo que parece porque “la valoración de un chiste la hace una persona y el mismo chiste para dos personas, para una puede ser una obviedad absoluta y para otra no”.

“Pienso que lo principal es entender que por ser cruel o cebarse con algo o alguien no se gana nada (…) Esto es como los guisos, es mejor dejarlos sosos y si ves que hay un margen se puede ir echando sal, pero cuando se entra a lo bruto, cuando se va sin ningún conocimiento ni ninguna reflexión se hace daño. Y si tú haces daño involuntariamente, lo más elegante es pedir perdón, pero si permanentemente estamos dando patadas al que no es como nosotros y haciendo el bestia es totalmente contraproducente”.

Si haces daño involuntariamente, lo más elegante es pedir perdón 

Por lo tanto, mantiene que el humor “sí ha evolucionado a tener unos filtros” porque “no hay necesidad de ser tan cruel ni tan bestia”: “Y no quita para que alguien pueda sentirse ofendido aunque sea sin ninguna intención. En esos casos se piden disculpas y ya está. Yo eso lo he entendido y creo que es así como hay que hacerlo”.

Diálogo para solucionar las diferencias ideológicas

En la misma línea, se muestra favorable a solucionar las diferencias ideológicas o de cualquier tipo -dejando nuevamente fuera del debate a las personas con las que no se puede dialogar- desde un tono conciliador, como ocurre en la película en la que la realidad va cayendo por su propio peso sobre el protagonista: “Hay que llegar a puntos más tranquilos y cordiales. Si tú exacerbas algo y yo cojo a uno de la pechuga y le digo que es una mierda de persona no se soluciona nada. Todos tenemos que ceder un poco, porque quizás se genere más agresividad desde el enfrentamiento directo”, argumenta poniendo de ejemplo las redes sociales, donde “a veces mandas un mensaje y no se capta el tono, pero hablando se puede decir lo mismo y todo es totalmente distinto”.

Si cojo a uno de la pechuga y le digo que es una mierda de persona no se soluciona nada. Todos tenemos que ceder un poco

El esfuerzo, dice, debe ser “conjunto” entre el “emisor” que debe decir ciertas cosas de forma “más amable” y “sin ofender” y el receptor "porque también es verdad que a veces tenemos la piel muy fina en el sentido de que protesta gente que no tiene nada que ver ni con los colectivos ni con la gente, simplemente porque le gusta discutir”. Al margen de este porcentaje, insiste en la necesidad de tomarnos la vida con más calma: “Vivimos todos muy estresados, que si las redes, que si Forocoches, que si uno aquí y el otro da cuatro voces… Eso no puede ser”, concluye.

Seguramente este ritmo frenético transporte en ocasiones a Harlem al momento en el que fue un chaval y descubrió frente a la televisión La Ley del Silencio o a la primera vez que se subió a un escenario. Ahora, hasta ver una película sin mirar el móvil o disfrutar de un monólogo sin prestar más atención a la pantalla que a la persona que tienes lado se postula poco menos que un desafío. Y el mundo, cada vez más crispado, ya se vuelve a veces suficientemente complicado como para perdernos también los momentos de respiro que nos da.