Cada vez más hombres en España se enfrentan a un diagnóstico que, aunque no es maligno, puede condicionar su día a día de forma significativa: la Hiperplasia Benigna de Próstata (HBP). Se trata de una patología muy común a partir de los 50 años, cuyo impacto va en aumento conforme avanza la edad. Y sin embargo, aún pesa sobre ella un gran desconocimiento social, alimentado por el miedo, la vergüenza y la falta de cultura preventiva.

Es el crecimiento no canceroso de la glándula prostática, común en hombres mayores de 50 años”, explica el Dr. José Emilio Hernández, jefe del Servicio de Urología del Hospital Universitario General de Villalba. Esta glándula, situada debajo de la vejiga y rodeando la uretra, al aumentar de tamaño puede comprimir el conducto urinario y dificultar el flujo de orina, provocando molestias que se agravan con el tiempo.

Según el especialista, el origen está en “disbalances hormonales y el envejecimiento”. Con los años, los niveles de testosterona y su derivado, la dihidrotestosterona, influyen directamente en el crecimiento prostático. El proceso puede comenzar a partir de los 40, pero es en la siguiente década cuando se vuelve estadísticamente relevante: “Afecta al 50% de los hombres a los 60 años y hasta al 90% a los 80 años”.

Más frecuente de lo que creemos

La HBP no es una rareza ni un problema aislado. Es una afección silenciosa, tan extendida como infravalorada, que va de la mano del envejecimiento masculino. El verdadero reto no está solo en su prevalencia, sino en el retraso del diagnóstico, que suele deberse a la falta de revisiones preventivas.

“Se recomienda que los hombres comiencen a vigilar la salud de su próstata mediante chequeos anuales a partir de los 50 años si no tienen antecedentes familiares de cáncer de próstata”, subraya el Dr. Hernández. En cambio, quienes sí los tengan –padres o hermanos afectados– deberían adelantar esas revisiones entre los 40 y los 45. El motivo es claro: incluso cuando no hay síntomas, una evaluación puede detectar a tiempo un problema mayor como el cáncer, que suele avanzar de forma asintomática en sus primeras fases.

Cuando el cuerpo avisa

Aunque la hiperplasia benigna no es cáncer, su progresión sin control puede derivar en complicaciones. Por eso es clave identificar sus primeras señales. “Si aparecen síntomas como dificultad para orinar, sangre en la orina o el semen, dolor al eyacular o disfunción eréctil, se debe consultar al urólogo inmediatamente”, advierte el doctor.

Estos signos suelen confundirse con molestias ocasionales o atribuirse a la edad, lo que retrasa la consulta médica. En muchos casos, el paciente solo acude cuando los síntomas ya han evolucionado hacia un estadio más problemático, como la necesidad de orinar constantemente, la sensación de vaciado incompleto o la urgencia urinaria.

Miedo, vergüenza y otros frenos

¿Por qué, si los síntomas existen, muchos hombres siguen evitando al urólogo? La respuesta está en la cultura, los prejuicios y el desconocimiento. “Muchos hombres tardan en consultar con un urólogo pese a tener molestias urinarias debido a miedo al diagnóstico, vergüenza o tabú cultural”, explica el jefe de Urología del Hospital Universitario General de Villalba. A esto se suma “una falsa percepción de salud y creencias tradicionales sobre masculinidad”.

El experto menciona también la ausencia de hábito preventivo: “A diferencia de las mujeres, los hombres no suelen estar condicionados desde jóvenes a realizar chequeos regulares”. Esta brecha en la cultura sanitaria puede tener consecuencias: al no tratarse a tiempo, una afección inicialmente benigna puede generar complicaciones evitables.

Un diagnóstico cada vez más preciso

Detectar una hiperplasia benigna de próstata hoy en día es más fácil y preciso que hace unas décadas. La medicina ha avanzado y permite confirmar el diagnóstico con un abanico de pruebas que van desde lo básico a técnicas altamente sofisticadas.

Según el Dr. Hernández, el proceso comienza con una evaluación clínica completa: “Historia clínica, exploración física con tacto rectal, análisis de sangre que incluye función renal, glucemia y PSA, ecografía renal vesicoprostática, uroflujometría y análisis de orina”. Estas pruebas permiten hacerse una idea bastante clara de la situación, pero la tecnología ha elevado el listón.

En los últimos años la precisión diagnóstica ha mejorado, sobre todo de la mano de la resonancia magnética multiparamétrica prostática (RMmp)”, detalla el especialista. Esta técnica permite diferenciar la HBP de otras condiciones como el cáncer, con una fiabilidad superior al 95%. Además, “evita biopsias innecesarias”, algo especialmente valioso en pacientes con PSA elevado y biopsias previas negativas.

También se han desarrollado marcadores moleculares en sangre y orina como el PCA3 o el 4Kscore, “que mejoran el diagnóstico de la HBP y ayudan a diferenciarla de otras condiciones como el cáncer de próstata”. Aunque todavía no forman parte de la práctica clínica habitual, abren la puerta a una medicina más personalizada y menos invasiva.

El abanico de tratamientos

Una vez confirmado el diagnóstico, el tratamiento no es único, sino que se adapta a las características y necesidades de cada paciente. En general, las opciones se dividen entre el tratamiento farmacológico y el quirúrgico.

Los fármacos más habituales son los alfa-bloqueantes, que relajan la musculatura de la próstata y la vejiga para facilitar la micción, y los inhibidores de la 5-alfa-reductasa, que actúan sobre el crecimiento prostático reduciendo su tamaño.

Pero no todos los casos responden bien a los medicamentos. “La elección del tratamiento para la HBP depende de varios factores específicos del paciente”, aclara el Dr. Hernández. Entre ellos: la gravedad de los síntomas, el tamaño de la próstata, los niveles de PSA, la edad, el estado de salud general y la presencia de complicaciones como infecciones o cálculos.

Cuando el abordaje farmacológico no es suficiente, se recurre a la cirugía. Hay múltiples técnicas, aunque las más frecuentes son la resección transuretral de la próstata (RTU), la adenomectomía retropúbica para próstatas muy grandes y la enucleación con láser Holmium (HoLEP), una técnica de alta precisión que elimina tejido a través de la uretra con mínima invasividad.

Pacientes mayores o con comorbilidades pueden beneficiarse más de opciones menos invasivas como los medicamentos”, señala el urólogo. En cambio, cuando hay síntomas graves o complicaciones, la cirugía es la opción preferente.

Lo que puede pasar si no se trata

Ignorar los síntomas o retrasar el tratamiento puede tener consecuencias. La HBP no tratada no solo afecta al confort diario, sino que puede derivar en daños reales para la salud. “Fundamentalmente el desarrollo de complicaciones”, resume el Dr. Hernández.

Las más significativas son la retención aguda de orina, que requiere sondaje vesical, la hematuria, las infecciones urinarias de repetición, la afectación del tracto urinario superior con insuficiencia renal, la formación de cálculos vesicales y, en última instancia, la pérdida de la función contráctil de la vejiga.

La próstata sí importa

Durante años, la salud masculina ha quedado en un segundo plano frente a la atención preventiva femenina. Y aunque eso está empezando a cambiar, aún queda camino por recorrer. La Hiperplasia Benigna de Próstata es un ejemplo claro: muy común, pero poco hablada; benigna, pero con potencial para complicarse; tratable, pero a menudo ignorada.

Revisarse a tiempo puede marcar la diferencia entre vivir con molestias o disfrutar de una vida plena. Y como recuerda el Dr. José Emilio Hernández, “incluso sin síntomas evidentes, estas revisiones son clave para la detección precoz de problemas como el cáncer de próstata”.