La epilepsia es una enfermedad neurológica que afecta a 50 millones de personas en todo el mundo, 400.000 en España. Se produce cuando las neuronas del cerebro generan una  descarga sincronizada y excesiva de estímulos. Puede desarrollarse en cualquier etapa de la vida especialmente durante la infancia y adolescencia. En nuestro país, se diagnostica cada año a 4 de cada 1.000 niños de entre 6 y 14 años. Los síntomas más conocidos son las convulsiones, en las que hay sacudidas de extremidades, pero hay muchos tipos de epilepsia, según la parte del cerebro donde se produzca ese comportamiento anómalo de las neuronas. “Hay otros tipos de crisis en las que se pierde el tono muscular, aparecen movimientos de chupeteo o alteraciones sensitivas, como alteraciones visuales”, nos indica la doctora Marta Furones, pediatra especialista en el área de Neuropediatría del Hospital Universitario General de Villalba, integrado en la red pública sanitaria de la Comunidad de Madrid.

"La epilepsia infantil tiene cura en el 75% de los casos"

Para tranquilidad de los padres, la epilepsia infantil tiene cura en el 75% de los casos y para diagnosticar esta enfermedad es necesario que presente varias crisis repetidas. Las causas pueden ser múltiples: un tumor, una hemorragia, infecciones del sistema nervioso central y, en muchos casos, por una causa desconocida.

¿Cómo se trata la epilepsia?

Trasladamos esta pregunta a la Dra. Furones quien nos explica que, por lo general, se trata con fármacos antiepilépticos para hacer desaparecer o disminuir el número de crisis. “En la mayoría de los niños, cuando llevan más de dos años sin crisis, se puede intentar retirar la medicación”, subraya. Si este tipo de terapia no funciona, “se pueden aplicar otro tipo de tratamientos, como son la dieta cetogénica, estimulador del nervio vago o algunas cirugías cerebrales”.

La dieta cetogénica, también conocida como dieta keto en su forma abreviada, es un plan de alimentación bajo en carbohidratos y rico en grasas vegetales. El objetivo es producir una reacción metabólica llamada cetosis: el cuerpo, ante la falta de glucosa en sangre, busca un combustible alternativo y convierte la grasa en energía.

En general, el pronóstico de esta enfermedad es bueno y en la mayoría de los casos la enfermedad se resuelve a medida que los niños se hacen mayores. Incluso en los casos en los que no es posible retirar la medicación, la mayoría de los pacientes pueden hacer vida normal.

Aunque no es lo habitual, sí hay algún tipo de epilepsia infantil que puede empeorar el desarrollo psicomotor y la conducta del niño. Es el caso, por ejemplo, del síndrome de West. Catalogado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como enfermedad rara, se trata de un tipo de encefalopatía epiléptica que afecta normalmente a bebés de entre cuatro y seis meses de edad y puede provocar graves secuelas, sobre todo si no se hace un diagnóstico temprano de la misma. Los principales síntomas son espasmos, retraso en el desarrollo psicomotor (e incluso regresión) y descargas de ondas de alto voltaje y sin sincronización (hipsarritmias) en el electroencefalograma.

¿Qué hacer ante una crisis epiléptica de nuestro hijo?

Los especialistas recomiendan mantener la calma. “En primer lugar, quitaremos de su alrededor todos aquellos objetos con los que pudiese hacerse daño, como cristales u objetos contra los que pudiese golpearse. A continuación, colocaremos al niño de lado y avisaremos a los servicios de emergencia. No hay que intentar abrir la boca, ni colocar objetos para que muerda, ni tratar de sacar la lengua. Tampoco hay que intentar contener los movimientos, ni echarle agua a la cara”, subraya la dra. Furones.

Ante una crisis epiléptica no hay que intentar abrir la boca, ni colocar objetos para que muerda, ni tratar de sacar la lengua

La crisis suele durar unos segundos o pocos minutos y debe cronometrarse. En caso de que dure más de tres minutos, la familia debe hacer uso de la ‘medicación rescate’, que probablemente ya tengan en casa para frenar las convulsiones u otros síntomas. “Cuando la crisis cede, es normal que el paciente se encuentre somnoliento durante un rato”, advierte la doctora.

Epilepsia y trastornos del sueño

Un 80% de los niños con epilepsia presentan también trastornos del sueño, según un estudio del área de Neuropediatría del Hospital Universitario General de Villalba en el que ha participado la Dra. Furones. Epilepsia y sueño están conectados de tal manera que se retroalimentan. Según las conclusiones del estudio los trastornos del sueño más habituales son insomnio (31,5%), somnolencia diurna (47%), parasomnias o interrupciones anormales del sueño (52%) y el síndrome de apnea-hipopnea (20%).

“La epilepsia y el sueño tienen una relación compleja y bidireccional. Los niños que tienen epilepsia tienen un mayor porcentaje de trastornos del sueño, fruto de la propia epilepsia, de los fármacos antiepilépticos que toman y de las crisis que sufren durante la noche. Del mismo modo, las alteraciones en el sueño parece que se relacionan con el control de la epilepsia. De hecho, varias investigaciones apuntan que mejorando el sueño se podría mejorar de forma paralela la epilepsia”, aclara la Dra. Furones.

¿Qué entendemos por dormir bien en el caso de un niño?

“Un niño ‘duerme bien’ cuando tiene un sueño continuado, se duerme después de los despertares nocturnos y tiene un horario similar al que tiene su familia, y todo ello le permite hacer su vida diaria con normalidad”, resume la doctora. Las horas de sueño nocturno van disminuyendo desde el nacimiento hasta la adolescencia, “de tal forma que un recién nacido duerme una media de 14-17 horas, un niño de 4 años duerme entre 10-13 horas y un adolescente de 16 años duerme entre 8-10 horas”. Por otro lado, el sueño se distribuye de forma diferente dependiendo de la edad. “En los primeros meses de vida, el sueño se distribuye aleatoriamente por el día y por la noche. A medida que el niño va creciendo, el patrón de sueño madura y las horas de dormir se empiezan a agrupar por la noche, lo que ocurre gracias al ritmo circadiano, que es el ‘reloj interno’ que controla nuestro sueño y que empieza a funcionar a partir de los 6 meses de edad”.

“La higiene de sueño tiene que ser durante las 24 horas del día. La exposición durante el día a luz natural y actividad al aire libre implica dormir mejor, ya que con el sueño nos adaptamos al ambiente y a las horas de sol”, recomienda la Dra. Furones. Añade, además, que se sigan a diario y a la misma hora rutinas como la secuencia ducha-cena-cuento y a dormir, incluso en días festivos.

Es importante que los más pequeños aprendan a dormirse solos y para ello es fundamental acostarles solos en su propia cama

Asimismo, “puede ser útil tener objetos de apego que se relacionen con el sueño, como algún peluche o mantita, y que el propio niño puede usar para conciliar de forma autónoma”. En este sentido, la doctora destaca la importancia de que los más pequeños aprendan a dormirse solos y para ello es fundamental acostarles solos en su propia cama.

“Se aconseja realizar deporte al aire libre varias veces a la semana, evitando las horas previas de ir a dormir. También es útil evitar alimentos estimulantes, como las bebidas energéticas o el café. Y, por supuesto, se desaconseja el uso de tecnologías, como tablets u ordenadores, antes de irse a dormir”, subraya.

Los bebés recién nacidos duermen una media diaria de 14-17 horas, un niño de 4 año, entre 10-13 horas y un adolescente de 16 años entre 8-10 horas.

¿Es recomendable la siesta?

Es muy importante en los más pequeños respetar su rutina de sueño, incluida la siesta. A partir de los seis meses, los bebés suelen dormir un rato por la mañana y otro por la tarde, pero a los 18 meses lo habitual es que lo hagan sólo por la tarde. Este hábito irá desapareciendo poco a poco y hacia los 3-5 años los niños empiezan a dormir sólo por la noche.

“La siesta la tiene que ir retirando el propio niño y su necesidad va a depender de cómo se encuentre durante el día, su actividad y conducta”

El hábito de la siesta debe mantenerse mientras el niño lo requiera y no se les debe forzar a que abandonen esta rutina si no lo desean. “La siesta la tiene que ir retirando el propio niño y su necesidad va a depender de cómo se encuentre durante el día, su actividad y conducta”, enfatiza la Dr. Furones. Por muy loables que sean los motivos -cumplir un horario escolar o que duerma más horas por la noche-, no debemos privar a nuestros hijos de esa rutina diaria hasta que ellos lo demanden. De lo contrario, les provocaremos “mayor cansancio e irritabilidad durante el día, además de un sueño nocturno de peor calidad, con menos tiempo de sueño profundo y mayor predisposición a algunos trastornos del sueño, como los terrores nocturnos”, advierte.

Eso sí, si después de los cinco años siguen durmiendo por las tardes, “es posible que haya algún problema que le esté impidiendo un descanso nocturno adecuado o duerma de forma insuficiente por la noche, por lo que es recomendable que consulte con su pediatra”, añade.

“En todos los niños es importante dormir las horas necesarias, pero esto cobra especial importancia en los niños que padecen epilepsia, ya que la privación de sueño es un factor que puede desencadenar crisis epilépticas y, por tanto, un peor control de la epilepsia”, concluye la Dra. Furones.