Falta de formación, falta de público y remuneraciones modestas, pero mucho empeño y vocación vanguardista. Así es la vida de los titiriteros españoles. La realidad detrás los próximos festivales de Galicreques, Titiriberia o Titirimundi. Quizá estaría bien acompañar la lectura de este texto de la música de Haydn. En concreto, Philemon und Baucis, una ópera de 1773 que el compositor realizó para representarse con títeres. Hadyn es solo uno en la inmensidad de artistas que, a lo largo de la historia, han expresado su fascinación por los títeres. Goethe escribió Fausto inspirándose en una representación de marionetas que había visto de niño. Lord Byron fue categórico al decir que “el que no ama a los títeres, no es digno de vivir”. George Sand incluso montó, en el Castillo de Nohant, su propio teatrillo. Y en la tradición española encontramos adeptos a la causa en Picasso, García Lorca o Cervantes, que dotó de un giro metaliterario a El Retablo de Maese Pedro con las marionetas de La historia de Don Gaiteros y su esposa Melisendra. Habla Gianni Rodari, en Gramática de la fantasía, de “la superioridad del teatro de títeres sobre el teatro de marionetas”, que reside en “la mayor fantasía de los movimientos. La superioridad del teatro de marionetas consiste, en cambio, en la escenografía y la ambientación”. En todo caso, los títeres, el arte de la marioneta o el guiñol, son artesanía, lenguaje universal, metáfora, simbolismo, misterio e imaginación. Entrañan libertinaje. Constituyen una herramienta pedagógica, pero también un arma satírica.

Primeras manifestaciones

Es difícil fechar sus primeras manifestaciones, pero vienen de muy lejos. Se dice incluso que todo empezó cuando el hombre prehistórico descubrió su sombra, y se puso a juguetear con ella. Cuenta Charles Magnin, en su famosa Histoire des marionnettes, que las máscaras y las marionetas (en versiones primitivas) ya se utilizaban, en rituales religiosos y místicos, o en momentos de esparcimiento y farsa, en Egipto, Grecia y Roma, y siempre se les ha concedido especial importancia en Oriente, sobre todo en China. La commedia dell'arte italiana probablemente sea el antepasado más directo de los títeres de hoy, que han atravesado, de aldea en aldea (que diría Serrat), la historia reciente entre capas de juglares y saltimbanquis ambulantes, dejando tras sí una marcada huella en Francia, Holanda o Argentina. Pero rebajemos el enfoque artístico y centrémonos en la presencia de los títeres en la realidad española actual. Si esto fuera una película, pasaríamos del arte y ensayo al cine social para preguntarnos: ¿quiénes son los titiriteros y cuánto nos importan? El trabajo de actor está muy bien valorado, pero en absoluto el de titiritero. Parece que todo el mundo puede coger un muñeco y transmitir algo con él, pero se necesita mucho esfuerzo y mucho arte para poder hacerlo bien. Lo cual no quiere decir que estos profesionales tengan el ánimo de capa caída, siguen saliendo nuevas compañías que se dedican al teatro de títeres infantil, y cada vez hay más compañías que hacen sus trabajos para adultos con grandísimo éxito. También, cada vez más a menudo, se pueden ver compañías de actores incorporando títeres en sus montajes y no por una mera cuestión técnica, sino para aprovechar toda la capacidad expresiva del títeres.

Un teatro a la vanguardia de las artes escénicas

Es más, ahora mismo, el teatro de títeres está en la vanguardia de las nuevas tendencias de las artes escénicas. Algunos de los grandes dramaturgos contemporáneos se inspiran en él, y hay grandes apuestas escénicas específicamente basadas en este arte, como The Table. O un dramaturgo del nivel de Darío Fo ha afirmado que en el teatro de títeres convergen todos los géneros teatrales, y que cuando está bloqueado en la creación de una obra, recurre a pensar qué harían los títeres para desatascar la situación, y enseguida le brotan soluciones. Aunque la valoración y afinidad hacia los títeres, como ocurre con muchos temas, va por barrios. En general, cuando se los obvia es por ignorancia, por considerarlos un arte menor a pesar de su riqueza expresiva, si bien desde los años 70 se viene produciendo un resurgir de este arte gracias a festivales donde participan compañías de países como Francia, Holanda o de América Latina, sobre todo argentinas.

¿Se puede comer de esta profesión?

¿Y puede vivir un titiritero de lo suyo en países como España? Seguramente sí, a condición de que no espere grandes lujos. Los hay que trabajan en fiestas de cumpleaños, bautizos y comuniones o haciendo animación, que pueden recibir 200 o 300 euros, y hay compañías grandes, con tres o cuatro manipuladores, que pueden llegar a los 3.000 euros tranquilamente. No hay datos para hacer una media. Pero sí hay que tener presentes los impuestos que han de pagar, que pueden llevarse alrededor de un 40%, y a eso hay que restarle local, furgoneta, gasolina, mantenimiento... También es difícil dar una cifra del número de funciones. Lo que sí se constata es la especial dificultad de contratar guiñoles. Cuesta muchísimo programar títeres en teatros convencionales. En España, por ejemplo, el Centro Dramático Nacional, a principios de los años 90, programaba títeres como parte de Titirimundi. Ahora, sigue con programación de títeres, pero enfocada solo a los niños. Ni que decir tiene que no abundan los teatros específicamente consagrados a los títeres en territorio español. Como teatro público, con programación durante todo el año, probablemente solo quede el Teatro de Títeres del Retiro de Madrid, que está en funcionamiento desde los años 40. Hay más teatros especializados en teatro de títeres, pero son iniciativas privadas, muchas de ellas dirigidas por compañías de títeres, como el teatro Arbolé en Zaragoza o La Puntual en Barcelona... Tampoco desde las escuelas de arte dramático parece hacerse mucho por motivar a los estudiantes a hacer carrera entre marionetas.