Vuelve Getafe Negro. El festival de novela negra que organiza el escritor Lorenzo Silva ha presentado hoy su X edición que se celebrará entre los próximos días 14 y 24 de octubre, y será, en palabras de la organización, "más internacional que nunca", con autores procedentes de los países que han pasado por el festival en ediciones anteriores.

El género negrocriminal vive un momento dulce, no solo en el marco de la literatura española sino también en el de la internacional. La revalorización de los escritores que cultivan la novela negrocriminal (cosa que, por ejemplo, ocurrió en 2015 le dieron el Planeta a Alicia Giménez-Barlett, autora que frecuenta el género) ha puesto en primer plano un tipo de novela que la crítica no siempre ha aplaudido con ganas, y nació de la pluma de Conan Doyle como género policial o enigma, cuando la literatura novecentista se abría al entretenimiento, quitándose el yugo didáctico del siglo anterior. Luego creció en Estados Unidos con la santísima trinidad que formaron Hammet, Chandler y MacDonald, que apostaron por un argumento menos lineal y maniqueísta, fundado en una visión sociológica del crimen.

Hemos asumido que la negrocriminal vive un momento dulce, no solo en el marco de la literatura española sino también en el de la internacional. Pero corre el riesgo de morir de éxito o de una sobredosis de títulos que acabe hartando al público, y además puede que la moda desdibuje la esencia de este estilo literario.

Además, se ha de lamentar un giro en el guion de éxito que vivía la negrocriminal en nuestro país: si entre 2011 y 2014 se había salvado del 40% de declive de las cifras de venta de libros, el año pasado, y aunque en el top ten de los más vendidos en Amazon estuvieron obras como La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joel Dicker, o El juego de Ripper, la primera novela negra de Isabel Allende, el género se sumó al club de la caída y experimentó un descenso del 13% en sus ventas respecto al año anterior. Tal vez el dato haya conducido al festival a montar su mesa redonda De la Transición a nuestro tiempo: el cambio del paradigma negro en España, que ha debatido el estado de salud de la novela negra española en nuestros días.

De la Transición a nuestros días

Al margen de éxitos editoriales en los años de la Transición, protagonizados por firmas como Manuel Vázquez Montalbán o Juan Madrid, la novela negra ha despuntado entre los gustos de los lectores españoles en los años recientes, e incluso ha destronado a la novela histórica, según datos de los estudios Nielsen, como el tipo de novela más comprada.

Un auge que, al menos inicialmente, sin duda obedeció a una corriente europea, cuyo punto de partida fue el célebre boom de la novela escandinava (también llamado la “era de hielo”), basado en una historia con gancho pero, por qué no decirlo, en casos como el de Stieg Larsson, también estaría vinculado a lo que Masha Kinder llamó supersistema comercial transmedia, que pasa por la promoción (y frivolización) en las redes sociales o el mundo de la ropa. Sin embargo, la definitiva consolidación del género en nuestro país probablemente también tenga que ver con las posibilidades que los textos de esta naturaleza ofrecen para explorar la crisis que vivimos y sus consecuencias.

No obstante, el segmento de lectores aficionados a este género es de los más leales y sólidos que se puedan encontrar. Lo que sí ha ocurrido en los últimos años es que las editoriales han rediseñado su etiquetaje para facilitar el acceso de los aficionados, y que la labor de instituciones como La Semana Negra de Gijón o la desaparecida librería Negra y Criminal han creado toda una escuela generacional.

Ese cierre de Negra y criminal es la cara amarga del triunfo de la novela negra en nuestras estanterías y dispositivos electrónicos, que ahora encuentran sus títulos en todo tipo de librerías y grandes superficies, y ya no necesitan acudir a locales especializados.

Pero hay más daños colaterales. En la mencionada mesa redonda De la Transición a nuestro tiempo… celebrada en Getafe Negro, el periodista y escritor Víctor Claudín afirmó que “la literatura policial se ha aburguesado y adocenado con la venida de los países escandinavos". Y en el mismo debate, David Benedicte, autor de Travolta tiene miedo a morir, opina que “quien ha puesto en marcha la edad de oro de la novela negra son las editoriales, más que los autores o los lectores. Añoro los tiempos en que era un subgénero. Ahora los libros se parecen demasiado unos a otros”.

Colecciones o sellos específicos

En efecto, sea para publicar a los clásicos o a autores nuevos, casi todas las editoriales de nuestro país e Iberoamérica, grandes o independientes, han creado colecciones y sellos específicos de género negro, a la vista de la demanda. Por ejemplo, Roja&Negra de Mondadori, que coordina el escritor Rodrigo Fresán, que además es traductor al castellano de uno de los grandes mundiales de la novela negra, John Banville; o RBA, que edita la potente colección Serie Negra; o Siruela, que apuesta por autores como Domingo Villar, cuya obra La playa de los ahogados está ahora en cartelera, adaptada al cine por Gerardo Herrero; o Salamandra, que ha creado recientemente el espléndido sello Salamandra Black, que ha publicado Galveston, novela de Nick Pilozzato, creador y guionista de True Detective. Por cierto quela profusión de películas y series que tiñen la pequeña y la gran pantalla también puede retroalimentarse con la proliferación de títulos noir en las estanterías.

Seguramente haya una corriente novelística y cinematográfica, donde series como CSI han tenido gran influencia, marcada por una generación de seguidores más exigentes que nunca en cuanto a la documentación del procedimiento policial.

¿Ya no será lo que era?

Otro peligro que podemos plantear ante la popularización de la negrocriminal es el intrusismo de autores en su seno, y la desvirtualización de sus características. En definitiva, tal vez corramos el riesgo de empezar a llamar negraycriminal, porque es tendencia, a cosas que no lo son. Y es que la novela negra tiene un tema básico: la relación del hombre con la propiedad. Se trata de una relación conflictiva, y donde hay conflicto, hay literatura.