Ha comenzado ya la edición 74ª de la Mostra de Venezia. Del 7 al 17 de septiembre se celebrará el de Toronto, del 22 al 30 tendrá lugar el Festival de San Sebastián, y del 9 al 15 de octubre, el de Sitges. Solo en España, hay más de 200 festivales de cine, aproximadamente un 20% con ayudas del ICAA. Para muchos, es una cantidad excesiva, representa una auténtica burbuja que tiene consecuencias sobre los 94 millones de espectadores que acuden a las salas de nuestro país (según Rentrak), pues no hay público ni películas para tanto certamen, y solo explican como excusa turística, tráfico de influencias o posicionamiento en la industria del cine.

Liquidez y televisión

Desde luego para los directores, productores y demás familia cinematográfica tiene mucha lógica apostar por los festivales. Al final de este camino hay un muy buen escenario posible, y es que ganarlos supone a menudo una importante dotación económica en premios directos, muy bienvenida en una industria y profesión, la del cine, con frecuencia hundida en la precariedad; también porque ganar, sobre todo si son festivales llamados de Clase A, pueden llevar automáticamente a competir en los Goya, y alzarse con tal gaalrdón o ser finalista en un festival atrae la atención de las salas, el público, los ciclos, o las televisiones, que hoy no solo son, por ley, importantes productoras de cine, sino también potentes claves para la distribución (sobre todo Mediaset, Atresmedia y TVE). Llegan los visionados, los espectadores, la taquilla. Así le ocurrió al director Max Lemcke con 5 metros cuadrados, película sobre la inflación inmobiliaria que protagonizaron Malena Alterio y Fernando Tejero y arrasó en el Festival de Málaga de 2011 con la Biznaga de Oro a la Mejor Película y los premios al Mejor Actor, Guión, Actor Secundario y Premio de la Crítica. En taquilla, los ingresos del filme rondaron los 380.000 euros, pero el palmarés fue decisivo para que TVE comprase los derechos de antena, con la visibilidad que eso supone. Claro que también se puede no ganar. El propio Lemcke tuvo una experiencia previa a la de la victoria en 2007, con su película Casual Day , una despiadada lectura de ciertas técnicas de relaciones laborales con Luis Tosar y Juan Diego encabezando el elenco. La cinta tuvo química en taquilla, recaudando más de 900.000 euros, pero se fue con las manos vacías del Festival de San Sebastián, aunque seguramente ser seleccionada para proyectarse allí fue triunfo suficiente para su equipo.

Sello de calidad y herramienta publicitaria

Así que no parece que haya una causalidad sobre la fortuna de salir o no bien parado en un festival y el rendimiento en taquilla. Pero los festivales, con sus selecciones, nominaciones y proyecciones, sí parecen ejercer, sobre todo en películas extranjeras y como mínimo, de sello de calidad en la industria y la crítica, y también pueden ser una herramienta de publicidad para el público. Además, los festivales, gracias a su comité seleccionador, al que se le supone cierto criterio, deberían servir para acercar al público títulos cinematográficos con menos posibilidades de distribución, por su temática o estilo de producción, que de otra manera probablemente no se conocerían de manera masiva. Habrían de constituir, así, una alternativa a las carteleras comerciales, que se rigen por otras lógicas, las de las productoras con más fuerza, que siguen otros caminos más seguros para hacerse ver en las butacas. Por otro lado, servir de atractivo al público es también un foco de turismo para las ciudades donde se celebran los festivales.

Festivales públicos con cargos políticos

Claro que, a menudo, la práctica tras esta lógica distorsiona esta realidad: la selección de los festivales puede esconder un afán meramente recaudatorio, pueden entrar en el juego de los nombramientos del jurado intereses políticos ajenos a criterios cinematográficos, los comités directivos pueden estar liderados durante mucho tiempo por nombres que han perdido el interés por su labor o pueden haber visto menguar su capacidad o hasta tener que echar el cierre por la actual crisis económica, cosa que le ocurrió al Festival de Cinema Asiàtic de Barcelona (Baff) en 2010, tras doce ediciones. También se suele poner en duda que, en ese algo de yincana que tienen los festivales, los críticos se mantengan al pie del cañón, y los que es peor, se duda de que  no ver las películas les impida emitir opiniones sobre ellas, condicionando al público sin argumentos o con mentiras.

Un circuito para cada película

Es, normalmente, el productor de la película el que toma la decisión de en qué festivales probar suerte, y en muchos casos se diseña todo un itinerario para decidir cuáles son los festivales más interesantes para una película, en función de su temática, el perfil de su espectador… Lo malo es que a veces ese recorrido es tan lento y largo que acaba retrasando excesivamente el estreno de el filme en las salas.  Pasó, por ejemplo, con Sparrows, la película que se alzó con la Concha de Oro en la edición del Festival de San Sebastián de 2015, y no se estrenó en cines hasta prácticamente un año más tarde, aunque probablemente también influyó en ello el interés que se esperaba que suscitara el título. Lo malo es que el VOD [‘Vídeo bajo demanda’ en sus siglas en inglés], así como las descargas en Internet, pueden hacer que pierdan sentido estos estrenos. Los festivales online, como el Atlántida Film Fest que organiza anualmente Filmin, podrían venir a cambiar este escenario, pero todavía no tienen una repercusión significativa.