Era un 17 de enero de 1966, en una España en pleno franquismo, cuando un bombardero norteamericano B-52 colisionaba en el aire contra el avión nodriza que le suministraba el combustible. En el proceso de repostaje, los dos aviones chocaron y se incendiaron. El accidente sucedía sobre Palomares, pedanía de Cuevas del Almanzora, localidad situada en la parte nororiental de la comarca del Levante almeriense. La presencia de estos aviones norteamericanos en territorio español se entiende en el contexto de la guerra fría, como estrategia de mantenimiento de la capacidad de destrucción mutua.

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Los aviones sobrevolaban constantemente con el objetivo de poder responder a un hipotético ataque preventivo de la Unión Soviética con un bombardeo de tipo nuclear con capacidad para destrozar el país. Era la estrategia de disuasión que marcó todo el periodo de la Guerra Fría entre el bloque americano y el comunista. De esta manera se mantenía una capacidad disuasoria.

Siete fallecidos

El resultado fatal de la coalición dejó siete muertos. Tres fallecidos de los miembros de la tripulación del B-52 y cuatro más de la nave nodriza. Otros cuatro lograron salvarse al lograr saltar en paracaídas.

Cuatro bombas termonucleares

Pero además de esas consecuencias letales, hubo otra, para toda la población de la zona derivada del hecho de que el avión B-52 portaba cuatro bombas termonucleares de 1 megatón cada una. Para comprender la importancia y la amenaza que significó, tengamos en cuenta que se trata de una potencia destructiva equivalente a unas 70 veces la de Hiroshima y Nagasaki. Las bombas cayeron al suelo sin estar armadas. Afortunadamente, esta circunstancia hizo que no se desencadenase una explosión nuclear.

Plutonio por la superficie en forma de aerosol

Pero este hecho no evitó miedos que aún sufre, casi 60 años después, la población de Palomares, ya que una de las bombas cayó al mar, a tan solo cinco millas de la playa, otra frenó su caída gracias al paracaídas, pero las otras dos impactaron contra el suelo. Tras ese choque contra la tierra, explotó de manera convencional, desparramando su plutonio por la superficie en forma de aerosol. Este elemento tóxico acabó posándose en el suelo, llegando a extenderse incluso en zonas alejadas del área de impacto.

A partir de aquí se produce la historia de la “bomba de Palomares” y su enorme polémica. Ya que EEUU se mostró mucho más preocupado por el objetivo de recuperación de las bombas íntegras que por la amenaza a la población almeriense, la descontaminación de la zona potencialmente siniestrada. Aproximadamente fueron 12.000 hombres los que se utilizaron estas labores de búsqueda, empleando casi tres meses en esa labor. El resultado final fue el hallazgo de la bomba caída en el mar gracias a la ayuda de Francisco Simó. Paco el de la Bomba, pescador murciano de Águilas, que así fue popularizado su nombre, dio las pistas de su paradero, pues él la había visto caer. Simó Orts halló el sitio donde había caído la bomba después de que la flota norteamericana fracasara en determinar el lugar. Paco fue condecorado por ello con una alta distinción de Estados Unidos. Este reconocimiento se le entregó en un acto en la Embajada de EEUU en Madrid. Sin embargo, el pescador mostró reiteradamente su insatisfacción: los norteamericanos incumplieron su compromiso de recompensarle económicamente por el hallazgo.

El baño de Fraga en Palomares

Ante la preocupación de la población de la zona, el entonces ministro de Franco, Manuel Fraga, en un gesto populista pero además engañoso, se bañó en la playa donde cayó la bomba junto al embajador norteamericano. Fue la escena de los famosos meybas del Ministro de Información y Turismo. Lo cierto es que Fraga jugó con ventaja ya que sabía que no era peligroso bañarse en el mar, ya que entonces no estaba contaminado, sino que el peligro residía en la arena de la playa de Palomares. La dictadura franquista rentabilizó esta frívola escena folclórica de Fraga en una estrategia para la población olvidase el asunto. Pero lo grave es que no se produjo la evacuación de la población ni se le informó del peligro a pesar de la radiactividad. Tampoco el Estado franquista les indemnizó ni les aleccionó de cómo actuar ante estas serias amenazas medioambientales y sanitarias.

1.500 toneladas de tierra de Palomares llevadas a California

Se da la circunstancia de que durante los trabajos de limpieza, los soldados del Ejército estadounidense se llevaron 1.500 toneladas de tierra que fueron llevadas y almacenadas en Aiken, al Sur de California. Podemos concluir que la descontaminación de la zona de Palomares no fue completa, Además se excavaron como poco dos trincheras, donde enterraron materiales a su vez contaminados que quedaron en esta pedanía almeriense.

Los vecinos tuvieron que firmar renuncias a reclamaciones

Los vecinos de Palomares aún hablan de un rumor de que pudo realizarse un tercer enterramiento en zona cercana a la colisión de los aviones. A la población se le hizo firmar documentos y certificados por los que renunciaban a cualquier reclamación en el futuro. La Junta de Energía Nuclear firmó un contrato con EEUU para seguir midiendo la contaminación y sus efectos. Ese convenio acabó en 2009. Sus resultados son secretos.