Quien más y quien menos, a lo largo de su vida, se ha enfrentado en alguna ocasión a un análisis de orina. Es normal, porque es uno de los exámenes más rutinarios para evaluar nuestra salud, localizar alguna dolencia o planificar un tratamiento, pero también porque es sistema eficaz: aporta mucha información sobre el paciente, es rápido y, por lo general, no implica un alto coste.

La orina, el líquido de color amarillo y transparente que miccionamos, es el producto de la secreción de los riñones que resulta del trabajo de depuración y filtrado que hacen estos órganos tan importantes. Es el resultado del metabolismo celular y, por tanto, del funcionamiento de todos los órganos.

Tiene su origen en los riñones, pero se almacena en la vejiga hasta que es expulsada por la uretra cuando orinamos. Orinar consta de dos fases, aunque solemos ser conscientes nada más que de la parte final. En un primer momento, la orina parte de los riñones y recorre los uréteres para llegar a la vejiga. Es la fase de llenado. La fase con la que estamos más habituados es la segunda, cuando la orina sale de la vejiga para ser expulsada por la uretra. Esta segunda fase se denomina fase de vaciado.

Qué es un análisis de orina

Los análisis de orina llevan jugando un papel importante desde el pasado y en la medicina antigua, pero es a partir del siglo XIX cuando se empieza a conocer su capacidad clínica para el diagnóstico. Unas posibilidades que crecen exponencialmente con la llegada de las innovaciones químicas y microscópicas que le dan el valor científico que tiene en la actualidad.

De hecho, los primeros con capacidad de hacer un análisis de orina son los propios interesados, los pacientes, porque hay mucha información que se puede recabar en el día a día de la propia micción. No en vano, “es muy importante que tengamos inquietud en inspeccionar nuestra propia orina porque características como el olor y el color van a ser muy importantes como datos a trasladar al médico al que hemos pedido cita y consulta”, explica la doctora Carmen González Enguita, jefa del Departamento de Urología de los hospitales universitarios Fundación Jiménez Díaz, Rey Juan Carlos, Infanta Elena y General de Villalba, integrados en la red sanitaria pública de la Comunidad de Madrid.

Desde el punto de vista médico, tenemos que tener en cuenta que el proceso de recogida de la orina por parte del paciente tiene que cumplir unas pautas que no siempre son iguales (hora de recogida, frecuencia, recipiente, parte de la micción que interesa). Además, aunque un análisis de orina estándar contiene mucha información, también es necesario saber que los estudios para algunas enfermedades concretas requieren investigaciones, determinadas y específicas. Y, por último, es preciso aclarar que hay factores externos que pueden variar las características de la orina sin que ello suponga la presencia de una dolencia. Es lo que ocurre con ciertos alimentos como los espárragos -que modifican el olor- o la remolacha -que cambian el color- y con prácticas como el deporte justo antes de orinar, el consumo de alcohol, la fiebre…

Para qué sirve un análisis de orina

Como comentábamos antes, los análisis de orina son muy eficaces porque contienen mucha información, se realizan con rapidez y no tienen un alto coste ni económico ni de tiempo o molestias para el paciente, aunque algunos estudios específicos como los oncológicos precisan de más investigación. Por lo general, un análisis de orina no sirve para brindar un diagnóstico definitivo, pero sí ayuda, junto a otros estudios, a que el especialista conozca los siguientes pasos a dar para localizar una dolencia. Y, de la misma manera, obtener unos resultados favorables en un análisis estándar de orina no es equivalente a estar sano ni descarta enfermedades.

En términos generales, existen tres motivos para realizar un análisis de orina. El primero, como un examen rutinario para controlar los parámetros urinarios habituales, “diagnosticar un embarazo, llevar a cabo una preparación quirúrgica o detectar sospechas de trastornos renales o diabéticos cuando se produce un ingreso hospitalario”, aclara la doctora González Enguita. El segundo motivo es el diagnóstico de una enfermedad. Cuando acudimos al médico, la visita se suele acompañar de un análisis de sangre, especialmente cuando se acude con un dolor abdominal, un dolor de espalda, micción frecuente o dolorosa, sangre en la orina u otros problemas urinarios. Y, en tercer lugar, también es habitual el análisis de orina cuando ya se nos ha diagnosticado una enfermedad y el médico lo solicita para controlar su evolución y el tratamiento.

¿Cómo se recoge?

Llevar a cabo un análisis de orina, desde el punto de vista del paciente, no es complicado, aunque hay algunos aspectos que se tienen que tener en cuenta y que el médico siempre nos explicará para evitar errores, porque en ocasiones interesa la primera orina de la mañana, cuando está más concentrada, y otras veces esta parte hay que descartarla. O no interesa todo el chorro miccional y hay que calibrar cuándo introducir la muestra en el recipiente.

Por lo general, en una muestra estándar, hay que hacer una limpieza previa de los genitales y de la zona uretral. Se debe comenzar a orinar en el inodoro y, después, tomar una muestra de 30 a 60 mililitros de la micción intermedia, acabando de orinar en el inodoro. Y después llevar la muestra al laboratorio con cierta brevedad, en unos 60 minutos, o guardarla en la nevera, si no es posible. Nuestro doctor también nos indicará si es la primera orina de la mañana la requerida, si debe recogerse o no en ayunas y si conviene suspender la toma de ciertos medicamentos los días previos.

Cómo se analiza la orina

Un análisis habitual de orina consta de tres partes. El primero es el análisis visual, donde se aprecia el color, la turbidez, el olor, el aspecto y la consistencia. Un aspecto espumoso puede indicar una presencia de proteínas y la orina no es la vía para eliminarlas. Un olor anormal puede señalar que hay bacterias. Las enfermedades hepáticas suelen producir un olor a moho. Y la presencia de sangre en la orina le darán un color rojizo o amarronado.

Una segunda parte es el análisis mediante tira reactiva, que es un estudio cualitativo en el que se impregna con en la orina una tira de celulosa con varios productos químicos que reaccionan ante la orina con hasta diez parámetros diferentes: la acidez que puede variar por medicamentos, la concentración, la hidratación del organismo, las proteínas que en grandes cantidades podrían darse por un problema, el azúcar que puede alertar de diabetes, las cetonas en personas con dietas de adelgazamiento rápido, la bilirrubina, los nitritos que pueden indicar una infección como la cistitis o los hematíes.

La tercera variante es el análisis de orina con examen microscópico, que se realiza tras un centrifugado del líquido en una máquina. De esta manera, se consiguen unas gotas de orina concentrada, con sedimentos, que se pueden observar en el microscopio. Así se pueden detectar glóbulos blancos para detectar posibles infecciones y glóbulos rojos para buscar posibles enfermedades subyacentes. Otros aspectos a vigilar son la albúmina, bacterias, cilindros que indiquen trastornos renales, células epiteliales o cristales de cálculos renales.

La citología 

Existen otros dos tipos de análisis de orina que se utilizan para dolencias muy específicas. Uno de ellos es la citología de orina, que se utiliza para estudiar “células que sobrenadan en la orina de manera habitual y que son producto de la descamación del urotelio, la zona que se extiende desde los cálices renales hasta el meato uretral”, explica la doctora Elena Buendía, del servicio de Urología del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz. Con este análisis se busca detectar si las células que descama el urotelio son anormales y con ellas localizar “el diagnóstico de tumores de la vejiga, de la uretra o de la vía urinaria alta (cálices, pelvis renal y uréter)”, añade la experta. 

En este caso, la muestra para el análisis se realiza en el propio centro hospitalario, porque necesita un estudio inmediato, Además, no se puede usar la primera micción de la mañana, porque al haber pasado tanto tiempo en la vejiga, “las células de urotelio desescamadas resultan alteradas y muy difíciles de interpretar por el citopatólogo”. De hecho, en ocasiones la muestra puede ser tomada directamente de la vejiga o de cualquier otra parte del aparato urinario con una citopatología.

Esta prueba no se enfoca a tumores de baja agresividad, porque no suelen dar positivo en citología para malignidad, y aunque el resultado sea negativo para tumores agresivos, no descarta la existencia de otros de baja agresividad. Hay cinco resultados posibles: insuficiente (no hay células en cantidad para diagnosticar), negativo (no hay células sospechosas de cáncer), sospechoso (células sugestivas de ser tumorales), positivo (células claramente tumorales) y atipia de significado incierta (células que son difíciles de diferenciar entre cambios inflamatorios o tumorales).

El estudio metabólico-mineral

El otro tipo de análisis de orina que hay que mencionar es el estudio metabólico-mineral, que está enfocado a la enfermedad litiásica, la que produce los cálculos renales.

En este caso, el proceso de recogida es diferente, porque se recoge toda la orina que producen los riñones durante 24 horas, para lo que necesitaremos un recipiente de unos 2 o 3 litros. Además, no se puede empezar la recogida con la primera orina de la mañana, sino con la segunda, y acabar con la primera orina del segundo día para cumplir el ciclo completo. Este análisis se suele complementar con un análisis de sangre extraída cuando se lleva la orina al hospital y una segunda recogida de orina en un bote pequeño, realizada justo en el centro médico.

Por lo general, hay diferentes perfiles a los que se le requiere un análisis de este tipo, porque no se hace con todos los pacientes con litiasis, solo en aquellos en los que el urólogo cree que el resultado servirá para modificar “la actitud diagnóstica o terapéutica a tomar”, explica el doctor Gonzalo Bueno, coordinador de la Unidad de litiasis, litotricia y endourología de la Fundación Jiménez Díaz. Por ejemplo, los pacientes con “historia litiásica de sospecha etiopatogénica marcada, es decir que se sospecha la recurrencia, la recidiva o el crecimiento de cálculos ya existentes”. “También es habitual solicitarlo ante un paciente que tiene su primer episodio litiásico siendo muy joven, en pacientes con episodios litiásicos repetidos, muy próximos en el tiempo, o en aquellos pacientes que producen cálculos de composición química variable”, aclara el experto.