La reciente imposición del toisón de oro a la princesa Leonor ha causado sensación en los medios de comunicación y en la calle ha generado el típico debate que siempre conllevan los nombramientos reales.

Antes de entrar en materia hay que aclarar que no es lo mismo: un título que un cargo. El título, al menos en nuestros días, tan solo supone un reconocimiento social sin muchos más privilegios, mientras que un cargo trae aparejados unas tareas y unas recompensas.

Título es, por ejemplo, un marquesado mientras que el cargo sería el de gentilhombre o hujier de cámara. Lo cual no impide que ambas distinciones compartan un pasado que en muchos casos es rocambolesco y disparatado.

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Dicen las malas lenguas que Fernando de Valenzuela consiguió el título de Grande de España por soportar con estoicismo que el rey Carlos II le metiese un tiro por error en una cacería

Los cargos u oficios vinculados a la corona pasan por las actividades más diversas, desde el trinchador real, encargado en su origen de trocear y probar la comida del rey (imagínense este oficio cuando medio reino quería envenenar a su majestad) hasta el caballerizo mayor, encargado de seleccionar los mejores corceles. Estos cargos más allá del prestigio que suponían implicaban generosos sueldos, lo cual explica que oficios como el de acemilillero mayor (encargado de buscar los mejores burros del reino) fuesen tareas codiciadas por buena parte de los nobles.

La mayoría de los cargos no eran hereditarios, pero se podían comprar “vidas” es decir lograr que la descendencia de tal o cual trabajador heredase el puesto aunque fuese más burro que los burros que reclutaba. 

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Gracias a documentación inquisitorial sabemos que en el siglo XVI  en la madrileña calle del Príncipe vivía el “Charcutero real”

Los títulos nobiliarios por su parte, también tienen normas que por el devenir de los siglos han convertido a los privilegios en cuestiones un tanto disparatadas como por ejemplo la grandeza de España entre cuyos beneficios está tener el trato de “excelentísimo” y llevar sombrero delante del rey.

Esta ventaja tiene un curioso origen en los cortesanos borgoñones a los que escandalizó que los nobles castellanos no se descubrieran ante Felipe el Hermoso. Una generación después los castellanos cansados del favoritismo real por los flamencos pidieron a Carlos I conservar al menos el derecho de llevar sombrero, algo que el emperador permitió solo a las familias más destacadas, es decir, los Grandes de España.

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Que Felipe IV cubra con su mano la cabeza del enano Miguel de Soplillo siendo este un privilegio de los grandes de España, quizá nos invite a hacer una lectura satírica de esta obra de Rodrigo de Villandrado

También es verdad que hay momentos de la historia de España que los nobles afloraron como setas y la razón por lo general es sencilla, guerras civiles, crisis económicas o situaciones en las que el poder del rey peligra pudieron ser solucionadas con la ayuda de magnates y ricoshombres a los que un marquesado o un condado les sentaba a las mil maravillas.
De hecho el rey Felipe IV facilitó de tal manera la adquisición de títulos nobiliarios que el propio Góngora satirizó con sus famosos versos que cualquiera con dinero podía llegar a ser noble e incluso rey de España.

“Con dados ganan condados 
ducados dejan ducados
y coronas majestad"

Otra cuestión diferente son las órdenes en sus múltiples variantes, ya que los requisitos son diferentes como por ejemplo pasaba con la orden de Santiago en el siglo XVII, cuando se exigía a sus miembros no haber trabajado con las manos. Imagínese el lector cuando el pintor Diego Velázquez presentó su solicitud… hubo de explicar que lo de pintar lo hacía como mero pasatiempo y que se ganaba la vida con otros trapicheos.

Velázquez luciendo en las Meninas la cruz de la orden de Santiago

En otras ocasiones los nombramientos se realizaron a mala leche generando la cólera del resto de miembros, como cuando el Conde Duque de Olivares logró el puesto de caballero calatravo para el hijo del pregonero de Medina del Campo.

Incluso hoy día existen algunos títulos nobiliarios vacantes a los que el lector desanimado puede optar si lo precisa, es cierto que no sirven de mucho… pero, por lo que vemos en la historia, además de los extraños privilegios, algo tiene que ver en esto de los títulos la cuestión de la autoestima.