En un día como el 12 de octubre, el maniqueísmo de este país vuelve a saltar a la palestra luciendo sus más extremas galas. Por un lado, los apasionados de los símbolos (a los que ya me gustaría ver leer con el mismo gozo el 23 de abril) y por otro aquellos que dicen que no hay nada que celebrar.

Cierto es, que la llegada de los españoles a América, en muchos aspectos, fue lo más parecido a la entrada de un elefante en una cacharrería. Pero no olvidemos que fue un episodio sin precedentes en la historia, juzgar bajo nuestra óptica acontecimientos que ocurrieron hace más de cinco siglos, es sencillamente un disparate.

Ante esta tesitura, existe una tercera vía, una alternativa que no sé si por desconocimiento o interesadamente ninguno de los dos extremistas se atreve a elogiar, pero que desde luego merece todos los respetos, me refiero a los proyectos utópicos en el Nuevo Mundo.

Como bien ha estudiado la profesora Francesca Cantú en el siglo XVI a la mayoría de los españoles, el descubrimiento del Nuevo Mundo les había pillado por sorpresa, tanta fue la imaginación que desataron aquellas tierras desconocidas, que se llegó a relacionar América con las profecías, los libros de caballería, las doce tribus de Israel o la edad de oro, de la que hablaban los autores clásicos, en la que la humanidad era dichosa y feliz.

[[{"fid":"70081","view_mode":"medio_ancho","fields":{},"type":"media","attributes":{"style":"font-size: 1em;","class":"img-responsive media-element file-medio-ancho"}}]]Ese concepto del pasado ideal estaba presente sobre todo en los humanistas, juristas y hombres de letras que tras estudiar en Salamanca o Alcalá viajaron al Nuevo Mundo una idea absolutamente genial. Evitar que esa “nueva humanidad” cayese en los errores del Viejo Mundo.
El mapa de Juan de la Cosa es un buen ejemplo de la visión del mundo que se tenía a principios del siglo XVI en el que se incluyen incluso a los Reyes Magos. 

Una Europa que en 1516 vivía momentos complejos, por ejemplo la corona de España recaía o bien en manos de una con no pocos problemas psíquicos Juana “la Loca” o bien en su hijo, un adolescente inexperto de 16 años como era Carlos I. Curiosamente en ese mismo año un humanista inglés reflexionó sobre todas estas contradicciones de los gobiernos en un libro fascinante. El libro era Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía y su autor, Thomas More, más conocido en España como Tomás Moro.

El libro no tardó en llegar a España y desde aquí dar el salto a América, donde el franciscano e impresor Juan de Zumárraga lo publicó en México para poco después llegar a manos de un lumbreras como pocos en el Viejo y Nuevo Mundo. Vasco de Quiroga.

Vasco de Quiroga no solo demostró ser un jurista de primer nivel e idealista como pocos

Tras estudiar jurisprudencia ocupó infinidad de cargos en el gobierno del emperador Carlos I, desde visitador de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid,juez de en Orán, e incluso al dar el salto al continente americano desempeño el cargo de oidor de la Audiencia de México.

Allí al conocer los problemas de primera mano, Vasco de Quiroga se dedicó a detener “la codicia desenfrenada de nuestra nación” e incluso fue un paso más allá, tratar de construir en el mundo real lo que Tomás Moro había planteado en su Utopía.

De este modo fundó el pueblo-hospital de Santa Fe, que más tarde duplicaría en Michoacán buscando una sociedad perfecta en la que primase “la muy grande y libre libertad de las vidas”.

Al ser nombrado obispo de Michoacán Vasco de Quiroga planteó por ejemplo una emigración controlada de españoles que más militares fuesen campesinos y que de este modo se pudiesen mezclar con los indígenas enseñándoles mejores sistemas de labranza que hiciese esa nueva sociedad más productiva.

Santa Fé la ciudad mexicana que nació de una utopía. (Fuente www.flickr.com autor Eneas de Troya)

Santa Fé y Michoacán fueron dos ejemplos, pero esta idea utópica se extendió rápidamente primero entre los franciscanos y luego entre miembros de otras órdenes como Fray Bartolomé de las Casas cuya figura ha sido manipulada hasta límites inimaginables.

En resumen, unos ideales que, aunque utópicos se pudieron hacer realidad, demostrando una vez más que los mayores obstáculos para lograrlo eran (y son) el desconocimiento y como dijo Pedro Mártir de Anglería la adicción “el pestilente dinero”.