Hace tiempo que fue ayer. Los bancos han prescindido de muchos asalariados de corbata y mocasines. Quedan los ejecutivos, más pobres también. Jubilaciones millonarias pero menos. Sólo para que vivan tres generaciones más. Fueron generosos dando hipotecas y ahora los miserables no las devuelven. Venden las casas desahuciadas al doble de precio de su tasación y ganan, pero se deprecia el oficio de la usura. Patrocinan la visita del Papa por puro altruismo privándose de tres viajes en jet, de cuatro rolex-capricho. Los gobiernos arriman el hombro al pontífice para que otros le den una limosnita. Los ricos van al cielo porque arreglaron un campanario, lo poblaron de cigüeñas que trajeron niños-para-el-consumo-de-préstamos, segunda casa en la playa con Rajoy exculpándolos de sus riquezas, liberando patrimonios de millones fugitivos, de sicav imposibles de explicar.
Están los países sentados a la puerta de un capitalismo roto. Pidiendo limosna en las puertas de los botines, los gonzález, los trichets. Un rescate por amor de lo que sea, pero un rescate. Para atender enfermos, pobres de vida, pobres ente los pobres. Para oxígeno, para una cama blanca de hospital, para las farmacias de María Dolores, los interinos de Esperanza sin esperanza, para quienes alargan la mano pidiendo un cachito de futuro. Países que piden porque han perdido la dignidad de exigir, por los apaleados en nombre del orden y la normalidad, porque siguen plantado utopías en la vida, por los que no esperan el cielo porque aman el tiempo, el mundo, la alegría.
De rodillas estamos. Las manos en la nuca, sin derechos, despreciada nuestra indignidad, nuestra rebelión. En una puerta cualquiera, pidiendo, mutilados, perdidos entre el lujo de unos cuantos, la vida hecha pedazos en las esquinas del viento.
Rafael Fernando Navarro es filósofo
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