Ya Platón, en los albores de la civilización, problematizó la cuota de poder que debía corresponder a los gobernantes de las ciudades-estado. En particular, para solventar esta problemática, postuló su célebre tesis del filósofo-rey, no como un intento de fomentar el corporativismo entre sus colegas, sino, más bien, para alojar el funcionamiento de la sociedad, con todos los riesgos que ello conlleva, en las mejores manos posibles. Dicho en otras palabras, el objetivo de la tesis platónica no era generar un discurso que colocase en la cresta de la ola a sus compañeros, por el mero hecho de ser filósofos, y de ocuparse de unos temas determinados (las ideas, eidos), sino de articular una doctrina de lo político en el que los asuntos de la ciudad sean gestionados por aquellos que se encuentran más preparados.

Esta tesis, que puede calificarse sin ambages de elitismo político, nos conduce a una lógica que, como poco, debe hacernos pensar en la presente situación: llevamos desde fines del 2008 sumergidos en las pantanosas aguas de la crisis económica mundial (que se podría dividir en dos etapas, la crisis financiera, por un lado, y la otra la de la deuda, por el otro) y, por el momento, las únicas decisiones que se han materializado son, si se me permite la expresión, medidas que cualesquiera de los presentes podríamos haber ejecutado. Maticemos esta última cuestión polémica. Los actuales dirigentes políticos (sobre todo, presidentes del gobierno y  ministros de economía) son sujetos dotados de una enorme cualificación tanto académica como profesional. Por consiguiente, y si seguimos la lógica platónica, nos hallamos en un contexto en el que tal vez no gobiernen los mejores, pero sí que gobierna gente con un ingente background personal.

Al estar dotados de esta capacitación y experiencia, uno podría dejarse llevar por el fugaz pensamiento de que los asuntos problemáticos serían tratados, como mínimo, con el mismo nivel de ingenio y competencia que, presuntamente, poseen nuestros dirigentes. Ahora bien, en el momento en que, empleando términos de Popper, falsamos esa competencia con la crudeza de los hechos, advertimos, como poco, que, como diría el anuncio, el algodón no engaña, y la excelsa capacitación de nuestros gobernantes se desploma, cual castillo de naipes se tratase.

Como se apuntó en anterioridad, desde 2008 venimos sufriendo esta enojosa situación en la que, día tras día, la vida de miles de seres humanos se viene abajo por doquier. Y la única respuesta que tiene la clase gobernante, de los diferentes países arrojados a este dramático contexto, es recortar y aligerar el gasto público. Dicho en otros términos, los catedráticos de Berkeley o Hardvard, los dirigentes de empresas y aseguradoras de prestigio, que en la actualidad ostentan los cargos de poder económico de los gobiernos, toman medidas que, si se me perdona la vulgaridad, tanto usted como yo, que seguramente no gozamos de la sabiduría, en materia económica, de nuestros actuales mandamases, tomaríamos. ¿Dónde se encuentran las teóricas reformulaciones del keynesianismo, o las innovadoras estrategias geo-económicas de las diversas aseguradoras, que vociferaron a los cuatro vientos los  queridos responsables de nuestro presente devenir económico, cuando ostentaban esos otros cargos menos, digámoslo sin emplear un concepto violento, cruciales?

Oriol Alonso Cano es Docente de Filosofía y Epistemología en la Universitat Oberta de Catalunya e Investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona.