Uno ha ido viviendo por los caminos claro-oscuros del tiempo. Y se topó con el hambre, el abandono, la degradación más absoluta. Villas miserias allá por Buenos Aires querido, chabolerío por Madrid siglo XXI, barrio-tres mil viviendas de la hermosa Sevilla de Giralda juncal y faralaes.

Junto al camino, el hambre. Una cornada honda en  femorales, con la sangre olvidada. Cara a cara la muerte. Por el camino, el mundo indiferente, tapándose los ojos para encubrir la vergüenza. No es noticia que los hombres se mueran. Mientras escribo, muchos niños se habrán marchado de la vida sin tomarle el pecho a la existencia. Devorados por moscas, esos buitres pequeñitos, domésticos, que se comen los ojos de los hijos para que no añoren la ternura de una madre. Junto a esas moscas, nosotros, devorando una comida rápida, grasienta e indigesta para volver al trabajo, para engendrar dinero, máquinas engrasadas de horas y más horas. De trabajar se trata. Para pagar el chalet donde dormimos sin vivir, donde dormimos sin hacer el amor por el cansancio, sin caricias ni besos porque no se puede perder el tiempo en el amor cuando hay que engendrar dinero y más dinero para volver a comer una comida rápida, grasienta e indigesta. Mientras, el hambre mata a destajo, fabricando moscas como máquinas para degustar la muerte de niños que nunca mamarán el pecho de la existencia.

“Guardia Civil caminera lo llevó codo con codo”  Cuánto Antonio Torres Heredia de vida marginada, arrinconada, despeñada. Ayuntamientos que quieren llevarse a los pobres a las afueras de las ciudades. Por estética. Una estética blasfema. Madrid está sucia por culpa de los mendigos, dice Ana Botella, uñas-porcelana, laca-contaminación de alcaldesa fabricada por FAES-Gallardón-Aznar. Antonio Torres Heredia, con limones robados tirándolos al agua hasta que la puso de oro, con gallinas robadas para un caldo avecrén dominical, para los churumbeles con los pies más morenos de la tierra. Cobre de chatarrería, okupas de techos olvidados, drogadictos para olvidar la amargura de un destino, inmigrantes sin contratos de mares legalizados.

“Guardia Civil caminera lo llevó codo con codo”  Por los limones, por la gallina, por el cobre, por las olas sin papeles. A la cárcel. Durante tiempo y tiempo. El hambre no tiene derechos, ni siquiera a comerse una gallina. Los gobiernos obsesionados con la prima de riesgo, el ibex no sé cuántos, los eurobonos, amando-odiando a la Merkel. No pueden ocuparse de tanto Antonio Torres Heredia.

“Hay que desmontar el estado de bienestar”.  Lo decía hace un tiempo Alfredo Sáenz, consejero delegado del Banco Santander, con una jubilación de 85,7 millones de euros. No se puede sostener la sanidad, la educación pública, las pensiones, las ayudas a desempleados. Se pide el despido libre, la jubilación con mayor edad, se desahucia a personas en estado terminal, a una mujer con 84 años con sus hijos, sus nietos y biznietos. Se le amarga la muerte a los que ya la tienen entre las manos. Se desprecia el hambre negra subsahariana, marroquí, rumana. Los pobres tienen obligación de ser pobres y se les puede pisar como a la uva sufrida para beberse un buen vino.

Alfredo Sáenz delinquió. Ni gallina, ni cobre, ni limones. Delitos que hunden el nombre de otros hombres. Por los tribunales anduvo. Tiempo y tiempo porque ni prisa había para condenar a un banquero que se va a jubilar con el capacho lleno de millones. Pero sí, por fin sí. Y el Consejo de Ministros encontró tiempo para perdonar a un banquero y que siga ejerciendo su oficio de engendrar dinero a costa de despido libre, de desahucios, de arremeter contra la sanidad, la enseñanza y los parados.

No es Antonio Torres Heredia. Se sigue llamando Alfredo. Consejero honorable de la usura. La historia del banquero y la gallina.

Rafael Fernando Navarro es filósofo
http://marpalabra.blogspot.com