Hace pocos días saltaba a la luz el intento de asesinato de Pedro Sánchez. Un episodio que nos hace rememorar otros magnicidios fallidos que no cambiaron la historia por los pelos, a veces hasta literalmente esto de los pelos.
Uno de los casos más remotos lo encontramos en la Hispania visigoda donde el rey Wamba se vio envuelto en una conspiración difícil de desentramar.
El hecho de haber convocado el concilio de Toledo en el año 675 para controlar al poder eclesiástico puede ser uno de los móviles dado que uno de los implicados fue el obispo toledano Julián, cuya participación fue clave en el asunto.
Cierto día el monarca apareció sumido en una especie de coma que nada bueno auguraba. Esta tensa situación hizo que el astuto obispo Julián le rapase la coronilla y nombrarse fraile. Aquella artimaña ocultaba dos intenciones: una piadosa, con la que se suponía que se agilizaban los trámites celestiales de un rey que parecía estar casi en el otro barrio.
Y otra, la más factible, que impedía a Wamba recuperar su corona, dado que las leyes prohibían que un fraile fuese rey. ¿Qué pasó al final? Lo que el previsor Julián había advertido, que el rey retornó a la vida, pero nunca al trono.

Nunca llegaremos a saber cuáles fueron las intenciones últimas de esta conspiración, desde luego anular a Wamba, aunque no es nada descartable que el letargo se debiese simplemente las consecuencias de un fallido envenenamiento.


En el siguiente siglo tampoco cesaron los intentos de magnicidio. He incluso, siguiendo patrones de otros crímenes que sí habían funcionado. El caso más evidente es el atentado sufrido por Amadeo de Saboya el 18 de julio de 1872 a su regreso de un habitual paseo por el Retiro.
El efímero monarca volvía con su esposa a Palacio y en la calle Arenal se encontró con unos individuos que tirotearon con trabucos su coche de caballos. No es difícil sospechar que siguiendo el mismo modus operandi que el atentado de Prim los autores fuesen los mismos. Es decir, unos todavía incógnitos magnicidas de nuestra historia.
Otro rey Alfonso XIII sufría un susto semejante la noche del 31 de mayo de 1905 en París donde un joven de Torrevieja, Jesús Navarro Botella, le lanzó una bomba que no explotó en su carroza de puro milagro, (para que luego dignan que los jóvenes de ahora son conflictivos).
Lo cierto es que apenas un año después el rey volvió a sufrir un atentado casi idéntico en la calle Mayor de Madrid, tras el cual dicen que su majestad tuvo la entereza de explicar la tragedia con ya célebre frase: “Gajes del oficio”.

Atentado de Alfonso XIII en París.