Una de las cosas deliciosas de este oficio es poder compartir la vida de personajes que devuelven la fe en la humanidad. Por lo general, suelen ser personas poco conocidas, como pasa con muchas mujeres relegadas de la historia. Pero también ocurre con algunos genios, personas con un talento tan increíble que merecerían la mayor de las famas y que aún siguen ignorados. Por eso hoy estamos de enhorabuena, porque tenemos dos cosas que homenajear, por un lado una mujer luchadora y además dotada de una inteligencia sencillamente colosal. Hablamos de Juliana Morell.

El arco iris que pintó Jan Conerlisz Vermeyen en la vista de Barcelona de 1572 parece augurar la luz que llegaría a la ciudad con el nacimiento de Juliana Morell 22 años después


Hoy, 16 de febrero, se cumplen 426 años del nacimiento en Barcelona de Juliana Morell una mujer que lo alcanzó todo, un ser humano que sobrepasó todos los límites de su época, partiendo además con todas las desventajas posibles: Ser mujer, huérfana y descendiente de judíos conversos.
Pocos ejemplos de superación son más paradigmáticos que el de nuestra protagonista de hoy cuya única arma fue la inteligencia. Un talento que salió a la luz cuando al enviudar su padre, el banquero Juan Antonio Morell, encomendó la niña a las monjas dominicas de Barcelona.
Pronto las religiosas cayeron en la cuenta de que aquella chiquilla no era muy normal, con cuatro años sabía leer y escribir, y a los siete ya dominaba, latín, griego y hebreo.
Afortunadamente la pequeña Juliana contó con un buen padre, que muy sagazmente burló las absurdas normas de la época y a golpe de talonario consiguió excelentes profesores particulares para su hija.
 

Aunque todavía insuficientemente conocida, Juliana Morell ya tiene su calle de Tarrasa y Barcelona y varios estudios históricos sobre su figura



Pero las dificultades no habían hecho más que empezar, Juan Antonio Morell fue acusado (parece que falsamente) de asesinato, lo que le obligó a huir de Barcelona llevándose consigo a Juliana que apenas tenía 8 años. Ambos buscaron refugio en Lyon, famosa entonces por ser un importante centro de negocios y un gran foco de cultura.
Allí comenzaría Juliana a estudiar, física, metafísica, derecho civil y canónico, amén de tocar el harpa y el órgano. Nueve horas, según sus biógrafos, dedicaba al estudio cada día, llegando a doctorarse en 1607 en la universidad de Avignon, cosa harto difícil para una mujer, cuánto más como lo hizo Juliana ¡Con tan solo trece años!

 

Aunque se ha dicho que fue la primera mujer con un doctorado en la historia, no es exactamente cierto, pues hay ejemplos anteriores como Luisa Medrano que fue catedrática en Salamanca. (Fotografía del autor)

Su saber se extendió por los idiomas (llegando a dominar nada menos que catorce) y también por la religión, pues a los quince años ingresó como novicia y tan solo tres años después fue nombrada abadesa en el convento de dominicas de Avignon.
Allí tradujo numerosas obras y comentó algunas como el Tratado de la vida espiritual de san Vicente Ferrer cuyas notas al margen demuestran unos conocimientos en teología bárbaros. Y lógicamente también compuso sus propios libros basados sobre todo en ejercicios espirituales aumentando aún más su fama.
De este modo y antes de fallecer a los 59 años, grandes figuras de las letras como Lope de Vega o Lucio Marineo Sículo alabaron su enorme talento y tiempo después Marie de Merle de Beauchamps, Gabriela de Vellay o Benito Jerónimo Feijoo, mostraron igual admiración.
El teólogo Juan Claudio Deville dijo de ella ser “un milagro de su sexo” teniendo en cuenta que destacó con todo en su contra y encima viniendo a nacer en un momento donde el esplendor espiritual dio grandes colosos, entre los que sin duda ya nunca puede faltar: la gran Juliana Morell.
 

Lope de Vega en su Laurel de Apolo llegó a decir de Juliana Morell que era la cuarta gracia y la décima musa