Tras el reciente maratón de esperpentos que inauguró Dani Mateo y que continuó buena parte de los fanáticos y ensalzadores de la violencia, conviene recordar un episodio relacionado precisamente con la historia de la bandera de España. Y es que, entre otros motivos, nuestra actual bandera nació para que los españoles no nos matásemos entre nosotros.
Muchas veces nos quejamos de la situación política actual, pero el siglo XVIII también tuvo lo suyo. En 1759 moría Fernando VI, loco de atar, recordemos que se creyó fantasma durante un tiempo y sin descendencia.
La corona pasó a su hermano Carlos III quien a su vez tenía un primogénito incapacitado mentalmente para reinar y otro hijo que dejar necesariamente Nápoles pues la geo-política de la época le obligaba a legar un hijo con tal de que la dinastía borbónica mantuviese estos territorios en su poder.



Pero claro… la bandera blanca de los borbones quedaría de lujo en los jardines de un palacio, pero para lo que es el mar… no es precisamente la mejor idea. Nieblas, mar en calma e infinidad de situaciones la convertían en una bandera indistinguible. Gracias a lo cual, el 8 de mayo de 1785 Carlos III determinó junto a su ministro de Marina, Antonio Valdés, que la bandera tuviese los colores por los que hoy la conocemos:
“En tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas (…) y la de enmedio, amarilla”
Mucho se ha especulado sobre si se decidieron estos colores por contentar al reino de Aragón, por ser los colores comunes a los emblemas de Castilla, Aragón y Navarra… pero lo cierto es que a nivel de diseño, el rojo y el amarillo, como la suma de estos, el naranja, son los mejores colores para llamar la atención en el mar (de ahí que por ejemplo los chalecos salvavidas sean naranjas).

Con lo cual, lo que en realidad esconden los colores de la bandera es una solución tan inteligente como práctica para hacerse ver porque no olvidemos que más allá de buscar una identidad nacional o un símbolo que nos uniese como nación una había un objetivo prioritario, una razón que narra Carlos III en su decreto de 1785:
“Evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la bandera nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de otras Naciones”.
Resulta por lo tanto irónico, que en nuestros días haya españoles dispuestos a matar a otros por una bandera que nació precisamente para que no nos matásemos.